Por Eleuterio Fernández Guzmán
El Santo Padre ha tenido a bien dar a conocer el Mensaje con el
alentará la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Aunque aún
quedan unos meses para tal día, el próximo 20 de mayo, resulta
importante tener en cuenta, con el tiempo necesario, que lo que dice
Benedicto XVI tiene mucho que ver con cada uno de nosotros porque, al
fin y al cabo la evangelización a través, entre otras formas, de la red
de redes (conocida como Internet) es incumbencia de quien en ella ha
caído.
Por otra parte, que el Vicario de Cristo hiciera público el citado
Mensaje en la festividad de San Francisco de Sales (a la sazón patrón de
los periodistas) es significativo de lo que significa tal Jornada para
el sucesor de Pedro.
Dice el Santo Padre que «En el silencio hablan la alegría, las
preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una
forma de expresión particularmente intensa. Del silencio, por tanto,
brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y
la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza
de las relaciones».
Y en el silencio, en la soledad que, desde nuestro corazón, ilumina
nuestra vida y de la que sacamos lo mejor (y lo peor) que tenemos,
podemos encontrar a nuestro Creador. No lo encontramos, sin embargo, por
optar por un silencio incapaz de revelarnos al Padre sino por uno que
lo esté incardinado en nuestra alma y del que podemos obtener dulces
frutos de nuestro gozo.
En el silencio, inseparable amigo de nuestro proceder en el mundo,
optamos por descubrir a Dios. Y lo hacemos sin por ello desprendernos de
nuestro ser humano sino, muy al contrario, reconociendo que somos hijos
del Padre y que, por eso mismo, se nos manifestará en la súplica que le
dirigimos de hacerse presente. Y en Dios, que es Padre Bueno y
Misericordioso, no prevalece la ausencia sino el darse en la oración que
le dirigimos y en la que esperamos su aliento y su ánimo de Creador.
Y es que en el silencio «hablan la alegría, las preocupaciones,
el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión
particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota una
comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la
capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de
las relaciones» a tenor de lo dejado dicho por Benedicto XVI. Y la
alegría, las preocupaciones y el sufrimiento son modelos a seguir en los
que debemos mirarnos y porque, en realidad, es lo que Dios quiere, como
camino, para nosotros y para nuestra existencia. Silencio que es cauce
de dicha y de evangelización al servir como origen de la fe que decimos
tener y que manifestamos, también, en la quietud de una relación
esperanzada con Quien quiso, por su libérrima voluntad, que
existiéramos.
Pero, además, «El silencio es precioso para favorecer el
necesario discernimiento entre los numerosos estímulos y respuestas que
recibimos, para reconocer e identificar asimismo las preguntas
verdaderamente importantes» porque, ante los excesivos estímulos
que recibimos del exterior a nosotros mismos, mantener un espacio de
quietud en nuestro día a día ha de servir para llevar a cabo una
conveniente limpieza de lo que nos sobra y que ensucia nuestra alma y,
así, nuestra vida.
Descubrir, entonces, las respuestas de aquello que es importante y
que nos puede servir para llevar la evangelización allá donde estemos,
ha de ser el resultado de mantener, cuando sea conveniente, un estado de
silencio interior.
Pero, además, en la contemplación «emerge asimismo, todavía más
fuerte, aquella Palabra eterna por medio de la cual se hizo el mundo, y
se percibe aquel designio de salvación que Dios realiza a través de
palabras y gestos en toda la historia de la humanidad» y desde la
misma se nos impele a evangelizar como hicieron aquellos que, en los
primeros tiempos del cristianismo, supieron decir sí a la llamada de
Cristo y a su envío al mundo.
Y es, así, con la palabra (en sus diversas formas expresada) como se
lleva el mensaje de Jesucristo al mundo. Por eso, a través de los
diversos medios de comunicación que hoy día están a nuestro alcance, el
llamarse hijos de Dios ha de suponer el hecho mismo de llevar a los
demás, a nuestro prójimo más o menos cercano, a Quien supo crear y
ponernos, a su imagen y semejanza, a la cabeza de un mundo entregado
para mantenerlo propio de la creación de Sus manos y el aliento de su
espíritu.
Cabe, pues, el silencio pero cabe, también, la palabra que lleva a
Dios a quien lo desconoce o a quien, habiéndolo conocido, lo ha olvidado
y lo ha dejado escondido en algún cajón de su corazón con siete
candados preso.
Y termina el Santo Padre su Mensaje con lo siguiente:
Palabra y silencio. Aprender a comunicar quiere decir aprender a escuchar, a contemplar, además de hablar, y esto es especialmente importante para los agentes de la evangelización: silencio y palabra son elementos esenciales e integrantes de la acción comunicativa de la Iglesia, para un renovado anuncio de Cristo en el mundo contemporáneo
Saber, pues, mantener un espacio interior de donde fluya lo bueno y
mejor que tiene nuestra fe y, luego, luego, darlo al mundo en forma de
evangelización a través de la palabra. Y que cada cual sepa hacer rendir
los talentos que Dios le ha dado, sin devaneos con el mundo ni con lo
mundano.
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