martes, 27 de noviembre de 2012

EL JOVEN QUE NO QUISO SEGUIR A CRISTO

Cuando salía para ponerse en camino, vino uno corriendo y, arrodillado ante él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna? (Mc 10, 17)
 
Este muchacho sale al encuentro de Jesús para manifestarle una preocupación que todo hombre lleva en el fondo del alma: ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna?

Dime si existe una preocupación más importante. Todo lo demás tiene un interés muy relativo. Y nosotros, ¿qué tenemos en la cabeza? ¿Es ésta nuestra verdadera preocupación? ¿O estamos tan “entretenidos” con otros asuntos que no tenemos tiempo para ocuparnos de lo único que de verdad importa? ¿No te parece absurdo esperar a la vejez para preguntarnos entonces si el camino que hemos recorrido era el acertado? Párate. Detén tu actividad. Necesitas silencio, tiempo y lugar adecuados para pensar y preguntarle a Cristo: Señor, ¿voy por el camino que conduce a la vida eterna?

Jesús le dijo:¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno, Dios. Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre (Mc 10, 18-19)

Para alcanzar la vida eterna es necesario cumplir los mandamientos. No hagas caso de esas personas que dicen: “Sí, hay que amar a Dios y a los demás, pero el modo concreto de hacerlo depende de la propia conciencia, pues Dios no ha determinado otros mandamientos. Los preceptos que aparecen en la Escritura servían tal vez para aquellos tiempos, pero no para estos”. Se equivocan: El que acepta mis mandamientos y los guarda -ha dicho Jesús-, ése es el que me ama (Jn 14, 21)

El amor a Dios no es cuestión de sentimientos estériles y palabras vacías, sino de querer lo que Él quiere, aunque cueste, aunque no nos guste, aunque haya que ir contra corriente. ¿Cuál es el criterio que rige tu vida: tu voluntad o la de Dios?

Él respondió: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia. Y Jesús, fijando en él su mirada, se prendó de él y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo; luego ven y sígueme (Mc 10, 20-21)

Jesús mira a este joven con cariño, con un amor muy especial, con una sonrisa en los labios, y le ofrece un regalo maravilloso: lo invita a seguirle de cerca, como los demás Apóstoles. ¿Qué más podía ambicionar? Ser Apóstol, seguir a Jesús, acompañarle por los caminos del mundo, enamorarse de Él y, después, llevar la salvación y la felicidad a miles de personas.
Hoy, como ayer, Jesús sigue llamando a jóvenes como tú a seguirle de cerca. Porque hoy, como ayer, hay millones de personas que no conocen a Cristo, y hacen falta hombres y mujeres que entreguen su vida para hacer feliz a tantas personas, a una multitud. Jesús puede llamarte a ti. Y puede hacerlo de muchas maneras: tal vez metiendo en tu corazón una inquietud, o un cierto miedo a esa llamada... Sé generoso. No tengas miedo: si te llama es porque quiere hacerte no desgraciado sino feliz.

«Si alguno de vosotros siente una llamada a seguirle más de cerca -nos dice Juan Pablo II-, a dedicarle el corazón entero, como los Apóstoles Juan y Pablo, que sea generoso, que no tenga miedo, porque no hay nada que temer cuando el premio que espera es Dios mismo, a quien, a veces sin saberlo, todo joven busca» (Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes, Asunción, Paraguay (8-V-1988).

Pero él, afligido por estas palabras, se marchó triste, pues tenía muchos bienes (Mc 10, 22)

«Aquel joven “tenía muchos bienes”. Tenía, sobre todo, como vosotros, una juventud que ofrecer: una vida entera que podía entregar al Señor. ¡Qué alegría si hubiera dicho que sí! ¡Qué maravillas habría podido realizar Dios en un alma generosa que se entrega sin reservas! Pero no, él prefirió “sus bienes”: su tranquilidad, su casa, sus cosas, sus proyectos, su egoísmo. Ante la alternativa de elegir entre Dios y su propio yo, prefirió esto último; y se marchó triste, nos dice el Evangelio. Optó por su propio egoísmo y encontró la tristeza (...). Cuando en vuestro seguimiento a Cristo se os presente la opción entre Él -entre uno de sus mandamientos- y el placer pasajero de algo material y sensible, cuando se os presente la opción entre ayudar al que os necesita y vuestro propio interés, cuando, en definitiva, tengáis que elegir entre el amor y el egoísmo, recordad el ejemplo de Cristo y haced valientemente la opción por el amor. Jóvenes que me escucháis, jóvenes que, sobre todo, queréis saber lo que habéis de hacer para alcanzar la vida eterna (cf. Mt 19,16): decid siempre que sí a Dios y Él os llenará de su alegría» (Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes, Asunción, Paraguay (8-V-1988)).

Toma hoy, en estos momentos de oración, la firme decisión de no ser egoísta, de no cambiar por unos bienes de la tierra, la invitación de Jesús a seguirle por el camino del Cielo. Sólo con Él serás feliz, y harás felices a los demás.

Los discípulos quedaron impresionados por sus palabras.
Y hablándoles de nuevo, dijo: Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios (Mc 10, 23-25).

Estar apegado a las riquezas o al deseo de tenerlas: eso es lo que impide entrar en el Reino de los Cielos, porque es cambiar a Dios por las cosas de la tierra. 
Tal vez pienses que éste no es tu problema, porque no eres rico. De todas formas te invito a hacer examen de tu vida, para que compruebes con valentía si eres rico o pobre: ¿Estás apegado a tus planes? ¿Eres capaz de cambiarlos con alegría para ayudar a otros o por dar gusto a los demás?

¿Estás apegado a tu tiempo? ¿Lo desperdicias, lo pierdes o lo malgastas, como si fuera tuyo y no de Dios? ¿Dedicas tiempo a los demás, a servir a tus padres y hermanos, a tus amigos, a visitar enfermos, a buscar recursos para los necesitados, a enseñar la doctrina cristiana a los niños...? ¿Estás apegado a tu dinero y a tus cosas? ¿Cuántos gastos innecesarios has hecho últimamente? ¿Has dado limosna de tu dinero? ¿Ambicionas poseer cosas como si fueran a hacerte feliz? ¿Estás apegado al proyecto que te has hecho para tu vida? ¿Estarías dispuesto a cambiarlo si Dios te lo pide?

Y ellos se asombraban aún más diciéndose unos a otros: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijándose en ellos, dijo: Para los hombres esto es imposible, pero no para Dios; pues para Dios todo es posible. Comenzó Pedro a decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: En verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida eterna. Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros (Mc 10, 26-31)

Cien veces más en esta vida. Es verdad. Jesús no engaña. Si dejamos por Él y por el Evangelio -como los Apóstoles- la posibilidad de formar una familia, nos premia ya en esta vida con muchos “hijos” de nuestro apostolado: personas que arrastraremos a Dios. Y además, nos llena el corazón con una alegría inmensa, que no cambiaríamos por nada.

No podemos olvidarnos de lo que acompaña al premio que Jesús promete: las persecuciones.

Si nos decidimos a seguir a Cristo, nos encontraremos con gente en contra: burlas, críticas injustas, desprecios, calumnias... Pero como ya nos lo ha anunciado Jesús, no debemos inquietarnos cuando suceda, sino agradecerle, como un gran favor, que nos permita sufrir un poco por Él, para ayudarle a salvar a la humanidad entera.


Trigo, Tomás.
 
 
 
 
 
 
 

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