EL DECÁLOGO DEL PAPA FRANCISCO
Por: Rafael Navarro-Valls
Las
cámaras de televisión del mundo entero, la prensa que llenaba la terraza
del brazo de Carlo Magno en la columnata vaticana y los millones de
habitantes del “continente digital” se sorprendieron cuando apareció en
el balcón vaticano el Papa Francisco. Nada de un nuevo Rambo o una estrella de
rock. Tampoco un rudo cowboy pragmático ni un sofisticado italiano de Curia.
Más bien un latinoamericano sencillo, algo tímido y con una cruz plateada sobre
el pecho, que miraba con un punto de asombro a la multitud que lo esperaba.
En esa figura de blanco que mendigaba oraciones se
había producido la mayor transferencia de poder espiritual que conoce la
Humanidad. De simple arzobispo emérito y cardenal elector había pasado a
ser de súbito Vicario de Cristo en la tierra, Obispo de Roma, Sumo
Pontífice, cabeza del Colegio Episcopal, Jefe del Estado de la Ciudad del
Vaticano, concentrando en su persona la más alta potestad de jurisdicción de la
Iglesia. Un huracán de responsabilidades se precipitaba sobre sus espaldas y,
de pronto, como en el Sinaí a Moisés, un nuevo Decálogo le era sugerido. Son
los desafíos que ya está afrontando el Papa Bergoglio.
Desde
mi modesto puesto de observador, los resumiría así:
1º) Levantar la temperatura espiritual de
1.195.671.000 (datos de 2010) católicos de todo el mundo. La
Iglesia, si se me permite el símil, es una empresa de carácter espiritual, con
un activo formado por la fe y la santidad de sus miembros, y un pasivo
conformado por sus debilidades. De ahí que, el primer desafío para el
nuevo Papa, sea lograr elevar la temperatura espiritual de esos mil
doscientos millones de católicos dispersos por todo el mundo. Esto es, aumentar
los activos espirituales de la Iglesia católica. El Papa Francisco se ha puesto
en ello nada más ser elegido. En el balcón vaticano marcó el camino de la
oración. En la Capilla Sixtina lo confirmó y en la misa de inauguración
del ministerio petrino lo reiteró: “Rezad por mí”.
2º)
Abrir el mercado de las ideas a los valores del espíritu. O si se quiere,
sacar al cristianismo de la periferia de la historia y situarlo en el centro
del quehacer humano. Despertarlo de esa posición de repliegue sobre
sí, que se llama la “enfermedad del absentismo”, ajeno e
indiferente a las ambiciones, incertidumbres y perplejidades de sus
contemporáneos, mientras la gran sociedad sigue su curso. Existe una cierta
“banalización del mal”, que suele derivar en una sutil dictadura
del relativismo.
Requerirá
de una gran fortaleza para sacar a los creyentes del abismo de lo que se ha
llamado el “antimercantilismo moral”. Esto es, una especie de
temor a entrar en el juego de la libre concurrencia de las ideas y los valores
morales, que suele decidirse más allá de los refugios de la decencia moral.
3º).
Ser más mundocéntrico que eurocéntrico. Mezclando el buen humor con la
profecía, en su primer saludo, él mismo se llamó el Papa “del fin del mundo”.
Claro está, no refiriéndose a la profecía de Malaquías, sino haciendo notar que
su origen no era Europa sino las inmensas llanuras de la Pampa argentina. El
primer milenio fue el de la cristianización de Europa; el segundo desplegó el
cristianismo en América. El tercero - y aquí el Papa Francisco tendrá un
protagonismo especial - apunta como una flecha a Asia y África. No
es casualidad que los dos últimos Pontífices hayan viajado un total de quince
veces a África, desplazándose Juan Pablo II en trece
ocasiones a Asia. En 1910, 6 de cada 10 católicos vivían en Europa, hoy
solo 2 de cada 10. Desde luego tendrá en cuenta el potencial que suponen
las raíces cristianas de Europa, pero sin olvidar que el futuro del
cristianismo está en otros continentes.
4º)
Iniciar una nueva “Reforma”, que pondrá en tensión la capacidad
organizadora del nuevo Pontífice. No me refiero tanto a la manoseada
reforma de la Curia, me refiero más bien a la preparación intelectual, humana y
espiritual de 721.935 religiosos y 412.236 sacerdotes extendidos por todo el
mundo. Una tarea directamente conectada con la eficacia de los mayores
responsables en la Iglesia de la difusión del mensaje cristiano. Como efecto
colateral, esta reforma ayudará a terminar con los últimos coletazos – el
centro del huracán fue la influencia de la revolución sexual de los
sesenta/setenta – de algunas situaciones penosas conectadas con desviaciones
sexuales.
5º)
Inyectar en la humanidad la idea de que la lucha contra las grandes
bolsas de pobreza no solamente es un problema de filantropía sino un verdadero
“impulso divino”. En esta operación quirúrgica, el Papa está
especialmente preparado. No tanto por sus “signos externos” (viajes en
medios públicos, origen humilde etc.) cuanto por su visión teológica del mundo.
Entiende la atención desde la Iglesia al más necesitado no como
problema de “ONG filantrópica” – por decirlo con sus palabras – cuanto un
problema de verdadera “justicia social”. En la propia Misa de Inauguración,
explicó la necesidad de “custodiar la creación” como
“custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor,
especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a
menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del
otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como
padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán
en cuidadores de sus padres.”
6º)
Poner en marcha una nueva evangelización, en el que el núcleo de la acción
resida más en las bases que en la cúpula. Es papel de los laicos en la
Iglesia. La actuación en la plaza pública, en la vida política, económica y
social de los pueblos es la gran tarea de los cristianos de a pie. El nuevo
Papa no está sólo. Es la cabeza de un cuerpo espiritual muy amplio. Lo
importante ahora no es tanto la “artillería pesada” o las “grandes flotas
oceánicas”. Más bien se trata de dar aliento e impulso a esa
“infantería ligera” (si se me permite el símil) que son los 1.200 millones de
católicos dispersos por todo el mundo.
Cuando
su antecesor el Beato Juan Pablo II insistía una y otra vez en que “todos
los caminos de la Iglesia conducen al hombre”, estaba aludiendo a este desafío.
De este modo, el laico pasa a ser no solamente “la arena de encuentro” o de
punto de conexión entre valores temporales y espirituales sino su auténtico
protagonista. Naturalmente, me refiero tanto a hombres como a mujeres, con un
especial protagonismo de estas.
7º)
Incrementar la unidad en la Iglesia, manteniendo la riqueza de las diversas
perspectivas. En la historia de la Iglesia, la unidad ha sido tema
prioritario en la agenda de los 265 Pontífices que han precedido al Papa
Francisco. No es un tema nuevo, ni algo simplemente conectado con posibles
enfrentamientos en la Curia. Es algo más de fondo, muy unido a la
inevitable debilidad humana. Las disensiones comenzaron todavía con la
figura de Cristo fresca entre sus discípulos. Las llamadas de atención de Pedro
y de Pablo de Tarso eran frecuentes Los cismas, herejías y choques de
personalidades fuertes han puesto sombras en el cuadro. Se trata de
superar esos peligros por elevación. Esto es, alineando las distintas
sensibilidades hacia el objetivo común de la nueva evangelización.
8º)
Potenciar el diálogo inter-religioso. Probablemente habrá que lograr como
primer objetivo el viaje a Moscú, tantas veces frustrado por resistencias
externas de la Iglesia ortodoxa. Luego, continuar el camino del diálogo
con los anglicanos, evangélicos y luteranos. Sin olvidar a “nuestros hermanos
mayores”, los judíos, y a ese inmenso mundo del Islam. El Papa Francisco
parece tener muy próximo a su corazón a los hebreos. Nada más ser elegido
Papa ha expresado su deseo de contribuir al "progreso de las
relaciones entre judíos y católicos", en una carta dirigida al jefe de la
comunidad hebrea de Roma. El ecumenismo ha sido una preocupación constante en
los grandes Papas del siglo XX/XXI. No simplemente por un problema de
“coexistencia pacífica”, sino, por decirlo en palabras del antes cardenal
Bergoglio: “No solo la ciudad moderna es un desafío sino que lo ha sido, lo es
y lo será toda ciudad, toda cultura, toda mentalidad y todo corazón humano”.
(25 agosto 2011)
9)
Nombrar buenos colaboradores. Refiriéndose a los que ocupan grandes centros de
poder en el mundo, suele decirse que aquellos que no son buenos colaboradores
son algo así “como tortugas patas arriba: se moverán mucho, pero
sin llegar a ningún sitio”. Naturalmente, el primer consejero del
Pontífice es Dios, lo que da bastante tranquilidad. Pero los buenos
colaboradores humanos son también importantes. En la historia de la Iglesia la
diferencia, por ejemplo, en nombrar un Secretario de Estado competente y otro
poco eficaz ha traído consecuencias graves en asuntos de alta
trascendencia. Lo cual repercute en los nombramientos de obispos al
frente de las diócesis. No hay que olvidar la amplia descentralización del
gobierno eclesiástico, a pesar de su coordinación con el gobierno central.
Todo el mundo de la comunicación y transparencia vaticanas exigirá especial
atención del Papa. Los nombramientos en ese delicado sector requerirá
buena mano por parte del Papa. Desde luego, me dirá alguien, los primeros
cristianos no eran especialistas en comunicación, empezando por el primer Papa,
S. Pedro. Sin embargo lograron objetivos muy por encima de sus posibilidades.
De acuerdo, pero hoy dominar la técnica mediática es necesaria para
recuperar, por ejemplo, la imagen deteriorada de una Iglesia manchada por
escándalos –reales o aparentes – que se retransmiten a la velocidad de la luz
por canales que elabora una opinión pública a imagen y semejanza de quien
sabe utilizarlos. De momento, los cuatro millones de seguidores en las cuentas
Twitter del Papa Francisco suponen un interés mediático inusitado.
10º) Promover la causa de la paz y la justicia en todo
el mundo, comenzando con la primera de las libertades, que es la religiosa. No
se trata solamente de detener esa especie de cristofobia que está produciendo
en diversos lugares del mundo una hostil persecución anticristiana. Se trata,
además, de despertar en las religiones la potencialidad que poseen para
ayudar a la paz en el mundo. Tal vez una anécdota – su protagonista fue
John Foster Dulles, Secretario de Estado con el presidente Eisenhower - ayude a
explicar este décimo “mandamiento”. Con ocasión de uno de los numerosos
conflictos entre Israel y sus vecinos árabes, invitó a un representante israelí
y a otro sirio - judío el primero, musulmán el segundo- a mantener una
conversación privada sobre el conflicto. Cuando se encontraron, el Secretario
de Estado les estrechó calurosamente la mano, sonrió y dijo:” ¿Por qué no
nos sentamos los tres juntos y, de corazón a corazón, resolvemos esto como
caballeros cristianos?” A la sorpresa inicial, siguió la amplia sonrisa
por la confusión de Dulles. La anécdota pone de manifiesto que se sigue
creyendo, correctamente, que en las tradiciones religiosas hay recursos
importantes, no siempre aprovechados, para resolver los conflictos mundiales.
Naturalmente existen otros muchos desafíos, por
ejemplo la familia, la protección de la vida o la coordinación entre las
funciones de los dicasterios de la Iglesia etc., pero establecer
prioridades es básico en una labor de gobierno. El Papa Francisco deberá
abordarlas, sabiendo que la primera regla es: pretender no molestar a
nadie conduce invariablemente a molestar a todo el mundo.
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