CUESTIÓN DE CÁNICAS
Fuente: Más cuentos con alma
Siempre me he imaginado
al Destino como un duendecillo travieso y bromista que juega con nosotros a su
caprichoso antojo, imponiendo las reglas de su peculiar juego.
En realidad, tiendo a
identificarlo con ese personaje propio de la mitología celta llamado “Trasgu”
quien, en función del humor con
el que se levante cada día, nos regala pequeñas diabluras que nos terminan
sacando de nuestras casillas o bien, se encarga de hacer esas labores que
pueden resultar más tediosas, haciéndonoslas más livianas.
Se cuenta que..., a finales de los 50 en España,
todavía se vivieron momentos duros. Aún se sentían los ecos de necesidad de la
posguerra. Pronto iba a había empezar a despuntar lo que luego el mundo
conocería como el milagro económico español, pero eso sería en la posterior
década prodigiosa, en los 60. Nuestro relato tiene lugar en las postrimerías de
los 50, en 1958 concretamente (el año de mi nacimiento), y en un precioso
pueblo manchego de cuyo nombre no quiero acordarme...
Durante aquellos años, todo el pueblo solía parar en el
almacén del Señor Cipriano. "El Cipri", -más conocido así por
los lugareños-, tenía un colmado donde el pueblo se abastecía. Por entonces...,
la comida y el dinero escaseaban y el trueque -entre gentes sencillas- era
práctica habitual. Este hecho me da pié para recordar una vieja anécdota
escondida en la memoria y en el alma de los que la vivieron. Tuve la suerte de
que uno de aquellos... me la contara en primera persona. Oíd a mi narrador: "Un
día, el buen Cipri me estaba
empaquetando unas patatas en papel de periódico como era costumbre, cuando de repente un niño pequeño entró en la tienda
apresurado y jadeante. El chaval era flacucho y su ropa estaba remendada por
varios sitios pero muy limpia, eso sí. El mozalbete se quedó mirando como
hipnotizado a un cajón de fresas frescas maravillosas. Pagué mis patatas pero
confieso que no pude evitar escuchar la conversación entre el Cipri y aquel
chavalín.
- "Hola Pedrito, ¿cómo
estás?"
- "Hola señor Cipri. Estoy
bien. Sólo estaba mirando las fresas… Menuda pinta!"
- "Sí, son muy buenas. ¿Cómo
está tu mamá?"
- "Mejor. Cada día
más fuerte"
- "¿Hay algo en que te
pueda ayudar?"
- "No, señor. Sólo estaba
mirando"
- "¿Te gustaría
llevar algunas a casa?"
- "No, señor. No tengo con
qué pagarlas."
- "Bueno, ¿qué tienes
para cambiar por ellas?"
- "Lo único que tengo
es esta, mi canica más valiosa."
- "¿De
verdad?, ¿me la dejas ver?"
- "Sí tenga. ¡Es una
joya!"
- "Ya veo. ¡Mmmmm! El único
problema es que esta es azul y a mí me gustan las rojas. ¿Tienes alguna como
esta en casa pero roja?"
- "No exactamente
igual...., pero casi."
- "Hagamos un trato. Llévate
este cajón de fresas a casa y la próxima vez que vengas enséñame la canica roja
que tienes."
- "¡Muchas gracias,
señor Cipri.. digo.. Cipiriano!"
La señora Patro, la
mujer de "el Cipri" se acercó para atenderme y preguntarme si
me faltaba algo, pero con una sonrisa en los labios no pudo evitar contarme
algo. Casi susurrante, me dijo: "Hay dos niños más
como él en el barrio; todos en situación muy pobre. A Cipri le encanta hacer
trueques con ellos por manzanas, tomates o lo que sea. Cuando vuelven con las
canicas rojas, y siempre lo hacen, él decide que en realidad no le gusta tanto
el rojo, y los manda a casa con otra bolsa de mercancía y la promesa de traer
una canica de color naranja o, tal vez, verde…"
Me fui de la tienda,
sonriendo e impresionado con este hombre.
El tiempo pasó y por
trabajo me fuí a la capital, pero nunca me olvidé de este hombre, de los niños
y de aquellos benditos trueques.
Recientemente tuve la
oportunidad de volver al pueblo. Mientras estuve allí, me enteré de que "El
Cipri" había muerto. Esa noche sería su velatorio y sabiendo que mis
amigos querían ir, acepté acompañarles. Al llegar a la funeraria nos pusimos en
fila para dar el pésame a los familiares. Delante nuestro, en la fila, había
tres hombre jóvenes. Uno tenía puesto un uniforme de militar y los otros dos
trajes oscuros con camisas blancas. Parecían ejecutivos. Se acercaron a la
señora Patro y cada uno la abrazó y la besó, conversaron brevemente con ella,
luego.. uno a uno se acercaron al féretro. Los ojos azules, llenos de lágrimas,
de la señora Patro, vieron como los tres tocaban con su mano cálida las manos
frías dentro del ataúd. Cada uno se retiró limpiándose los ojos. Llegó mi turno
y al acercarme a la señora Patro le dije quién era y le recordé lo que me había
contado años atrás sobre las canicas. Con los ojos brillando, me tomó de la
mano y me condujo hacia el ataúd.
"Esos tres jóvenes
que se acaban de ir son los tres chicos de
los cuales te hablé hace tantos años, me dijo. Me acaban de decir cuánto agradecían los “trueques”.
Ahora que Cipri ya no puede cambiar de parecer sobre el tamaño o el color de
las canicas, vinieron a pagar su deuda. Nunca hemos tenido riquezas –me confió-, pero ahora él se
consideraría el hombre más rico del mundo."
Con una ternura amorosa
levantó los dedos sin vida de su esposo. Debajo de ellos había tres canicas
rojas exquisitamente brillantes.
MORALEJA (por si...
fuera necesaria).
No seremos recordados por nuestras
palabras, sino por nuestras acciones. La vida no se mide por cada aliento que
tomamos, sino por las cosas que nos quitan el aliento.
Sed generosos con las personas dando
lo mejor de vosotros mismos. No esperéis a ofrecer siempre vuestra mejor
versión, porque no siempre tenemos una segunda oportunidad para hacerlo. Haced
que cada momento (canica) cuente, sea del color que sea. ¡Carpe diem!
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