viernes, 5 de abril de 2013

LAS CÁNICAS


 
Edición MariamContigo

CUESTIÓN DE CÁNICAS
Fuente: Más cuentos con alma
Siempre me he imaginado al Destino como un duendecillo travieso y bromista que juega con nosotros a su caprichoso antojo, imponiendo las reglas de su peculiar juego.
En realidad, tiendo a identificarlo con ese personaje propio de la mitología celta llamado “Trasgu” quien, en función del humor con el que se levante cada día, nos regala pequeñas diabluras que nos terminan sacando de nuestras casillas o bien, se encarga de hacer esas labores que pueden resultar más tediosas, haciéndonoslas más livianas.



Se cuenta que..., a finales de los 50 en España, todavía se vivieron momentos duros. Aún se sentían los ecos de necesidad de la posguerra. Pronto iba a había empezar a despuntar lo que luego el mundo conocería como el milagro económico español, pero eso sería en la posterior década prodigiosa, en los 60. Nuestro relato tiene lugar en las postrimerías de los 50, en 1958 concretamente (el año de mi nacimiento), y en un precioso pueblo manchego de cuyo nombre no quiero acordarme...
 
Durante aquellos años, todo el pueblo solía parar en el almacén del Señor Cipriano. "El Cipri", -más conocido así por los lugareños-, tenía un colmado donde el pueblo se abastecía. Por entonces..., la comida y el dinero escaseaban y el trueque -entre gentes sencillas- era práctica habitual. Este hecho me da pié para recordar una vieja anécdota escondida en la memoria y en el alma de los que la vivieron. Tuve la suerte de que uno de aquellos... me la contara en primera persona. Oíd a mi narrador: "Un día, el buen Cipri me estaba empaquetando unas patatas en papel de periódico como era costumbre, cuando  de repente un niño pequeño entró en la tienda apresurado y jadeante. El chaval era flacucho y su ropa estaba remendada por varios sitios pero muy limpia, eso sí. El mozalbete se quedó mirando como hipnotizado a un cajón de fresas frescas maravillosas. Pagué mis patatas pero confieso que no pude evitar escuchar la conversación entre el Cipri y aquel chavalín.
 
- "Hola Pedrito, ¿cómo estás?"
- "Hola señor Cipri. Estoy bien. Sólo estaba mirando las fresas… Menuda pinta!"
- "Sí, son muy buenas. ¿Cómo está tu mamá?"
- "Mejor. Cada día más fuerte"
- "¿Hay algo en que te pueda ayudar?"
- "No, señor. Sólo estaba mirando"
- "¿Te gustaría llevar algunas a casa?"
- "No, señor. No tengo con qué pagarlas."
- "Bueno, ¿qué tienes para cambiar por ellas?"
- "Lo único que tengo es esta, mi canica más valiosa."
- "¿De verdad?, ¿me la dejas ver?"
- "Sí tenga. ¡Es una joya!"
- "Ya veo. ¡Mmmmm! El único problema es que esta es azul y a mí me gustan las rojas. ¿Tienes alguna como esta en casa pero roja?"
- "No exactamente igual...., pero casi."
- "Hagamos un trato. Llévate este cajón de fresas a casa y la próxima vez que vengas enséñame la canica roja que tienes."
- "¡Muchas gracias, señor Cipri.. digo.. Cipiriano!"
 
La señora Patro, la mujer de "el Cipri" se acercó para atenderme y preguntarme si me faltaba algo, pero con una sonrisa en los labios no pudo evitar contarme algo. Casi susurrante, me dijo: "Hay dos niños más como él en el barrio; todos en situación muy pobre. A Cipri le encanta hacer trueques con ellos por manzanas, tomates o lo que sea. Cuando vuelven con las canicas rojas, y siempre lo hacen, él decide que en realidad no le gusta tanto el rojo, y los manda a casa con otra bolsa de mercancía y la promesa de traer una canica de color naranja o, tal vez, verde…"
 
Me fui de la tienda, sonriendo e impresionado con este hombre.
 
El tiempo pasó y por trabajo me fuí a la capital, pero nunca me olvidé de este hombre, de los niños y de aquellos benditos trueques.
 
Recientemente tuve la oportunidad de volver al pueblo. Mientras estuve allí, me enteré de que "El Cipri" había muerto. Esa noche sería su velatorio y sabiendo que mis amigos querían ir, acepté acompañarles. Al llegar a la funeraria nos pusimos en fila para dar el pésame a los familiares. Delante nuestro, en la fila, había tres hombre jóvenes. Uno tenía puesto un uniforme de militar y los otros dos trajes oscuros con camisas blancas. Parecían ejecutivos. Se acercaron a la señora Patro y cada uno la abrazó y la besó, conversaron brevemente con ella, luego.. uno a uno se acercaron al féretro. Los ojos azules, llenos de lágrimas, de la señora Patro, vieron como los tres tocaban con su mano cálida las manos frías dentro del ataúd. Cada uno se retiró limpiándose los ojos. Llegó mi turno y al acercarme a la señora Patro le dije quién era y le recordé lo que me había contado años atrás sobre las canicas. Con los ojos brillando, me tomó de la mano y me condujo hacia el ataúd.
 
"Esos tres jóvenes que se acaban de ir son los tres chicos de  los cuales te hablé hace tantos años, me dijo. Me acaban  de decir cuánto agradecían los “trueques”. Ahora que Cipri ya no puede cambiar de parecer sobre el tamaño o el color de las canicas, vinieron a pagar su deuda. Nunca hemos tenido riquezas –me confió-, pero ahora él se consideraría el hombre más rico del mundo."
 
Con una ternura amorosa levantó los dedos sin vida de su esposo. Debajo de ellos había tres canicas rojas exquisitamente brillantes.
 
MORALEJA (por si... fuera necesaria).

No seremos recordados por nuestras palabras, sino por nuestras acciones. La vida no se mide por cada aliento que tomamos, sino por las cosas que nos quitan el aliento.
 
Sed generosos con las personas dando lo mejor de vosotros mismos. No esperéis a ofrecer siempre vuestra mejor versión, porque no siempre tenemos una segunda oportunidad para hacerlo. Haced que cada momento (canica) cuente, sea del color que sea. ¡Carpe diem!
 
 
 
 
 
 
 

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