LECTIO DIVINA
DOMINGO PASCUA -C-
21/02/2013
Por Angel Moreno Sancho es Sacerdote de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara,
donde desarrolla su ministerio pastoral como capellán del monasterio
cisterciense de Buenafuente del Sistal, y párroco de diversos pueblos de
su entorno. Es también Vicario Episcopal para los Institutos de Vida
Consagrada de su Diócesis y Delegado episcopal para el Año Santo
Compostelano.
La liturgia de la Palabra para la lectio divina del IV Domingo
Pascua, C, es Act 13, 14. 43-52; Sal 99; Apoc 7, 9. 14b-17; Jn 10, 27-30
“Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno.
Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los
conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de
sus ojos” (Apc 7, 16-17)
“… dijo Jesús: -«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y
ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre,
y nadie las arrebatará de mi mano” (Jn 10, 27-28).
Contemplación
Señor, es difícil en nuestra cultura urbana comprender la ternura que
significa tu declaración, en la que te presentas como el pastor amigo,
no a la manera del asalariado, que se conforma con cumplir su contrato,
sino como el que conoce y ama a sus ovejas, y a cada una la llama por su
nombre, sin compararla con las demás, porque para ti cada una es única.
Lo que más me llama la atención de tus palabras es la afirmación de
que conoces a tus ovejas hasta el extremo de dar tu vida por ellas. Casi
siempre interpreto que debo seguirte con empeño para conquistar tu
amor, con esfuerzo por alcanzar la cumbre, y cuando logro alguna meta
me siento bien, pero cuando me rompo en el esfuerzo, siento humillación y
tristeza. Hasta creo que lo más sincero es permanecer alejado si no soy
fiel.
Pero eres Tú quien acorta el camino, porque me conoces y me quieres.
Tú eres quien me busca, y vienes a mí en forma de necesidad, de dolor, y
en ocasiones, de hechos providentes con los que me sorprendes,
desbordándote en misericordia. Me conduces a manantiales de aguas
frescas, consolado y remecido de bondad.
Y al preguntarte como tu discípulo Natanael “¿de qué me conoces?”,
aún es mayor mi sobrecogimiento cuando te oigo decirme: “Antes de
haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes de que
nacieses, te tenía consagrado: yo, profeta de las naciones te constituí”
(Jr 1, 5).
A veces me cuesta creerlo porque pienso que debo merecerme tu amor.
Pero hoy me aseguras tu decisión firme de no abandonarme nunca, de
buscarme, si fuera preciso, dejando a todos los demás, y de llevarme
sobre tus hombros. Con razón reza el salmista: “Señor, Tú me sondeas y
me conoces, me conoces cuando me siento y me levanto…”
Al mismo tiempo, me enseñas no sólo tu amor por mí, sino el
sentimiento que debo tener hacia los demás, en semejanza con tu gesto
misericordioso. Comprenderme en tu parábola de pastor significa que debo
tener ojos compasivos, avanzar hacia espacios donde puedan haber
quedado otros enredados en distracciones dolorosas.
Pastor bueno, que oiga siempre tu voz, que atienda a tus silbidos,
que sepa permanecer cerca de tu mirada y volver siempre a tu rebaño; y a
la vez, que mi retorno anime a volver a otros.
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