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CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA DIVINA
De "El
Libro de la Confianza", P. Raymond de Thomas
de Saint Laurent.
“Yo os digo –declara el Salvador- no os acongojéis por el cuidado de hallar
qué comer para sustentar vuestra vida, o de dónde sacaréis vestidos para cubrir
vuestro cuerpo. Qué ¿no vale más la vida o el alma que el alimento, y el cuerpo
que el vestido?
Mirad cómo las aves del cielo, no siembran, ni
siegan, ni encierran en graneros y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No
valéis vosotros más que ellas?
¿Quién de vosotros con sus preocupaciones puede
añadir a su estatura un solo codo?
Y, del vestido, ¿por qué preocuparos?, aprended
de los lirios del campo cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Pues Yo os digo
que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si la hierba
del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¡no
hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe!
Así que no os preocupéis diciendo: ¿Qué
comeremos? ¿qué beberemos? o ¿qué vestiremos? Los gentiles se afanan por todo
eso, pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad.
Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y
todas las cosas se os darán por añadidura” (Mt 6, 25-26, 28-33).
No basta recorrer con los ojos estas palabras de
Nuestro Señor. Es necesario que nos detengamos largamente para buscar su
significación profunda y dejarse embeber por su doctrina.
Lo hace según la situación de
cada uno
¿Debemos tomar al pie de la letra esas palabras
y comprenderlas en su sentido más estricto? ¿Nos dará Dios rigurosamente lo
necesario: el trozo de pan seco, el vaso de agua, el pedazo de tela que nuestra
miseria necesita urgentemente?
No, el Padre celestial no trata a sus hijos con
avarienta parsimonia. Pensar así, sería blasfemar contra la divina bondad;
sería, por así decirlo, desconocer sus hábitos. En el ejercicio de su
providencia, como en su obra creadora, Dios usa, en efecto, de gran
prodigalidad.
Cuando lanza los mundos a través de los
espacios, saca de la nada millares de astros. En la Vía Láctea, esa inmensa
región de las noches luminosas; ¿cada grano de arena no es un mundo?
Cuando alimenta a los pájaros, los convida a la
opulentísima mesa de la naturaleza. Les ofrece el trigo que llena las espigas,
los granos de todas las especies que maduran en las plantas, los frutos que el
otoño dora en los bosques, las semillas que el labrador echa en los surcos.
¡Qué menú variado hasta el infinito para la alimentación de esos humildes
animales!
Cuando crea las plantas, ¡con qué gracia adorna
sus flores! Les labra la corola como si fuesen joyas preciosas; echa en sus
cálices deliciosos perfumes, les teje los pétalos de una seda tan brillante y
delicada, que nunca los artificios les igualarán la belleza.
Y tratándose del hombre, su obra maestra, el
hermano adoptivo de su Verbo encarnado, ¿acaso se mostrará avaro? Obviamente,
no es posible.
Consideremos, pues, como verdad indiscutible que
la Providencia provee abundantemente las necesidades temporales de los
hombres.
Comentario
Dios es
infinito y posee una riqueza infinita, y por ser infinito, a Él le es más fácil
conceder mucho que poco, porque al dar mucho, es como que su Corazón siente un
alivio. En cambio cuando la criatura pide poco y el Señor le debe dar poco,
siente como constreñido su corazón y es como que debe hacerse violencia para
conceder poco.
Siendo esto
así, deberíamos pensar los hombres por qué a veces no recibimos lo que
necesitamos y más todavía. Y esto se lo debemos imputar a nuestra desconfianza
en Dios y en su Providencia, porque el recipiente con que se toman y reciben
las gracias de Dios, incluso materiales, es el recipiente de nuestra confianza.
Si nuestra
confianza es pequeña, entonces recibiremos poco de Dios. En cambio si nuestra
confianza es grande, Dios nos llenará de dones de todas clases.
Si queremos
recibir mucho de Dios, entonces confiemos mucho, ilimitadamente, y entonces sí
que veremos los milagros de Dios.
A veces no nos
damos cuenta pero quienes les ponemos diques y trabas a los tesoros de Dios,
somos nosotros mismos con nuestra desconfianza.
Pensemos estas
cosas y lancémonos en el mar de la confianza a “competir” con Dios, con nuestra
gran confianza en Él, en todo tiempo y en toda circunstancia, sabiendo que Dios
es Bueno e infinitamente generoso.
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