lunes, 1 de abril de 2013

MENSAJE DE CONFIANZA


Edición MariamContigo


CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA DIVINA
De "El Libro de la Confianza", P. Raymond de Thomas de Saint Laurent.

 


“Yo os digo –declara el Salvador- no os acongojéis por el cuidado de hallar qué comer para sustentar vuestra vida, o de dónde sacaréis vestidos para cubrir vuestro cuerpo. Qué ¿no vale más la vida o el alma que el alimento, y el cuerpo que el vestido?

Mirad cómo las aves del cielo, no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?

¿Quién de vosotros con sus preocupaciones puede añadir a su estatura un solo codo?

Y, del vestido, ¿por qué preocuparos?, aprended de los lirios del campo cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Pues Yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¡no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe!

Así que no os preocupéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿qué beberemos? o ¿qué vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso, pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad.

Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las cosas se os darán por añadidura” (Mt 6, 25-26, 28-33).

No basta recorrer con los ojos estas palabras de Nuestro Señor. Es necesario que nos detengamos largamente para buscar su significación profunda y dejarse embeber por su doctrina. 

Lo hace según la situación de cada uno 

¿Debemos tomar al pie de la letra esas palabras y comprenderlas en su sentido más estricto? ¿Nos dará Dios rigurosamente lo necesario: el trozo de pan seco, el vaso de agua, el pedazo de tela que nuestra miseria necesita urgentemente?

No, el Padre celestial no trata a sus hijos con avarienta parsimonia. Pensar así, sería blasfemar contra la divina bondad; sería, por así decirlo, desconocer sus hábitos. En el ejercicio de su providencia, como en su obra creadora, Dios usa, en efecto, de gran prodigalidad.

Cuando lanza los mundos a través de los espacios, saca de la nada millares de astros. En la Vía Láctea, esa inmensa región de las noches luminosas; ¿cada grano de arena no es un  mundo?

Cuando alimenta a los pájaros, los convida a la opulentísima mesa de la naturaleza. Les ofrece el trigo que llena las espigas, los granos de todas las especies que maduran en las plantas, los frutos que el otoño dora en los bosques, las semillas que el labrador echa en los surcos. ¡Qué menú variado hasta el infinito para la alimentación de esos humildes animales!

Cuando crea las plantas, ¡con qué gracia adorna sus flores! Les labra la corola como si fuesen joyas preciosas; echa en sus cálices deliciosos perfumes, les teje los pétalos de una seda tan brillante y delicada, que nunca los artificios les igualarán la belleza.

Y tratándose del hombre, su obra maestra, el hermano adoptivo de su Verbo encarnado, ¿acaso se mostrará avaro? Obviamente, no es posible.

Consideremos, pues, como verdad indiscutible que la Providencia provee abundantemente las necesidades temporales de los hombres. 

Comentario

Dios es infinito y posee una riqueza infinita, y por ser infinito, a Él le es más fácil conceder mucho que poco, porque al dar mucho, es como que su Corazón siente un alivio. En cambio cuando la criatura pide poco y el Señor le debe dar poco, siente como constreñido su corazón y es como que debe hacerse violencia para conceder poco.

Siendo esto así, deberíamos pensar los hombres por qué a veces no recibimos lo que necesitamos y más todavía. Y esto se lo debemos imputar a nuestra desconfianza en Dios y en su Providencia, porque el recipiente con que se toman y reciben las gracias de Dios, incluso materiales, es el recipiente de nuestra confianza.

Si nuestra confianza es pequeña, entonces recibiremos poco de Dios. En cambio si nuestra confianza es grande, Dios nos llenará de dones de todas clases.

Si queremos recibir mucho de Dios, entonces confiemos mucho, ilimitadamente, y entonces sí que veremos los milagros de Dios.

A veces no nos damos cuenta pero quienes les ponemos diques y trabas a los tesoros de Dios, somos nosotros mismos con nuestra desconfianza.

Pensemos estas cosas y lancémonos en el mar de la confianza a “competir” con Dios, con nuestra gran confianza en Él, en todo tiempo y en toda circunstancia, sabiendo que Dios es Bueno e infinitamente generoso.





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