domingo, 26 de mayo de 2013

JORGE LUIS BORGES


JORGE LUIS BORGES Y SU MADRE
El gran escritor argentino Jorge Luis Borges se declaró agnóstico en varias ocasiones de su vida. Esto era algo que angustiaba a su madre, quien por ese motivo, pensó en una estrategia.
Revista Ave María, No. 787, marzo de 2013 




Se cuenta del famoso escritor argentino Jorge Luis Borges Acevedo (1899-1986), que se llevaba bien con todo el mundo y era delicioso cuando los periodistas lo entrevistaban en cualquier momento. Siempre los asombraba con frases propias de una personalidad magnética, brillante y contradictoria. – ¿Y qué puede decirnos Jorge Luis Borges sobre las drogas? ¿Probó alguna sustancia prohibida?, le preguntaban. Y él respondía sin reparos: –Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son “El Quijote”, “La Divina Comedia” y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente. Y en cuanto a la fe siempre ofrecía la misma duda: la transcendencia del hombre. –No afirmo ni niego, pero espero que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno. Y se quedaba tan campante.


En algún momento, este genial escritor de la lengua castellana del siglo XX se percaté de que algunas de sus afirmaciones referentes a la fe hacían sufrir a la persona que más ahí en este mundo: su madre, una mujer creyente y piadosa. Doña Leonor Acevedo era una dama dotada de un ingenio y una picardía –de la buena– que heredó y cultivó con entusiasmo su hijo. Él veneraba a su madre y sufría lo indecible cuando algo o alguien molestaba la tranquilidad de doña Leonor. Eran años de cobardes bombas y amenazas perturbadoras.


El teléfono sonó a horas angustiantes: –Te vamos a matar y a tu hijo, dijo la voz. Doña Leonor, ya acostada, respondió con toda tranquilidad: –Vea señor, tengo más de 90 años y si no se apura en cumplir su amenaza, por ahí me muero antes. Y se quedó en paz. Sin embargo, hubo una vez que el espíritu de doña Leonor se inquietó. Aunque lo sabía, escuchar de los labios de su hijo que se declaraba agnóstico hizo que su corazón le advirtiera de una amenaza mucho más letal que una bomba. La salvación eterna de su hijo la perturbaba. Teña que hacer algo. Y lo hizo.


La estrategia de doña Leonor y el final feliz del genial escritor fueron revelados por un anciano sacerdote a su amigo Pablo Caruso, con el encargo expreso de que lo publicara. He aquí su testimonio: A veces, muy de vez en cuando, en el lugar y tiempo menos pensado, el escriba se encuentra una “estrella en el aljibe”, como decía un maestro de periodistas. No sé yo si éste es el caso, pero quiero contarlo. El que esto escribe fue a visitar a su anciano amigo sacerdote, cuyo corazón ya esté muy gastado: apenas le quedan unos latidos y los utiliza para seguir rezando a fin de terminar el “buen combate”.


“No estoy retirado”, me aclaró. Un sacerdote nunca se retira, sino que está junto con otros hermanos sacerdotes, en una casa muy acogedora, esperando impaciente ver el rostro de su Señor. La sombra relajante del frondoso tilo hizo más fácil la deliciosa conversación o monólogo –en mi beneficio, claro está– de este hombre de Dios. Tampoco sabría yo precisar por qué derivó la conversación hacia la madre del mundialmente celebrado escritor argentino.

 



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