JORGE LUIS BORGES Y SU MADRE
El gran escritor argentino Jorge Luis Borges se declaró agnóstico en varias ocasiones de su vida. Esto era algo que angustiaba a su madre, quien por ese motivo, pensó en una estrategia.
Revista Ave María, No. 787, marzo de 2013
Se cuenta del famoso escritor argentino Jorge
Luis Borges Acevedo (1899-1986), que se llevaba bien con todo el mundo y era
delicioso cuando los periodistas lo entrevistaban en cualquier momento. Siempre
los asombraba con frases propias de una personalidad magnética, brillante y contradictoria. – ¿Y qué puede decirnos Jorge Luis Borges sobre las drogas? ¿Probó alguna sustancia prohibida?, le preguntaban. Y él respondía sin
reparos: –Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como
poco. Yo diría que mis únicos vicios son “El Quijote”, “La Divina Comedia” y no incurrir
en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente. Y en cuanto a la fe siempre ofrecía la misma duda: la transcendencia del hombre. –No afirmo ni
niego, pero espero que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno. Y
se quedaba tan campante.
En algún momento,
este genial escritor de la lengua castellana del siglo XX se percaté de que
algunas de sus afirmaciones referentes a la fe hacían sufrir a la persona que más ahí en este mundo: su madre, una mujer creyente y piadosa. Doña Leonor Acevedo era una dama dotada de un ingenio y una picardía –de la buena– que heredó y cultivó con entusiasmo su hijo. Él veneraba a su madre y sufría lo
indecible cuando algo o alguien molestaba la tranquilidad de doña Leonor. Eran años de
cobardes bombas y amenazas perturbadoras.
El teléfono sonó a horas angustiantes: –Te vamos a matar y a tu hijo, dijo la voz.
Doña Leonor, ya acostada, respondió
con toda tranquilidad: –Vea señor, tengo más de 90 años y si no
se apura en cumplir su amenaza, por ahí me muero
antes. Y se quedó en paz. Sin embargo, hubo una vez que el espíritu de doña Leonor se inquietó.
Aunque lo sabía, escuchar
de los labios de su hijo que se declaraba agnóstico hizo que su corazón le
advirtiera de una amenaza mucho más letal que
una bomba. La salvación eterna de su hijo
la perturbaba. Teña que hacer
algo. Y lo hizo.
La estrategia de doña Leonor y el final feliz del genial escritor fueron revelados por
un anciano sacerdote a su amigo Pablo Caruso, con el encargo expreso de que lo
publicara. He aquí su testimonio: A veces, muy de vez en cuando, en el
lugar y tiempo menos pensado, el escriba se encuentra una “estrella en el
aljibe”, como decía un maestro
de periodistas. No sé yo si éste es el caso, pero quiero contarlo. El que esto escribe fue a
visitar a su anciano amigo sacerdote, cuyo corazón ya esté muy gastado: apenas le quedan unos latidos y los utiliza
para seguir rezando a fin de terminar el “buen combate”.
“No estoy retirado”, me aclaró. Un sacerdote
nunca se retira, sino que está junto con otros hermanos sacerdotes, en una casa
muy acogedora, esperando impaciente ver el rostro de su Señor. La sombra relajante del frondoso tilo hizo más fácil la
deliciosa conversación o monólogo –en mi beneficio, claro está– de este hombre de Dios. Tampoco
sabría yo precisar por qué derivó la conversación hacia la madre del mundialmente celebrado escritor argentino.
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