El misterio del dolor, su relación con la culpa
–personal o colectiva–, el lugar de Dios frente a todo ello, la
búsqueda de respuestas… El autor nos invita a revisitar el libro de Job.
Ariel Álvarez Valdes
Un hombre de mal carácter
Todos han oído hablar del “santo Job” y de la
grandiosa resignación con la que supo enfrentar las tragedias de su
vida. De la sumisión y conformidad que mostró ante las pruebas terribles
que Dios le envió.
Al punto tal que hoy resulta proverbial hablar de la
“paciencia de Job”.Pero si nos ponemos a hojear el libro de la Biblia
que lleva su nombre, quedamos estupefactos. Nunca nadie insultó tanto a
Dios como Job.Ningún otro personaje bíblico le dirigió palabras tan
injuriosas y agraviantes.
Ni siquiera los enemigos de Dios en las Sagradas
Escrituras se atrevieron jamás a proferir los ultrajes e insolencias que
oímos de labios de Job contra el Señor. ¿Dónde está la paciencia de
Job? ¿De dónde hemos sacado esa figura callada y sumisa que todos
conocemos?
Empecemos aclarando que Job no existió realmente,
sino que se trata de una novela compuesta sólo para dejar una enseñanza
sobre el dolor.
Y para entender esa novela hay que tener presente que
el tema del dolor pasó por diferentes etapas a lo largo de la historia
de Israel.
En los tiempos más antiguos, los judíos pensaban que
al morir el hombre se acababa su existencia. La idea de la resurrección
era completamente ignorada. Por eso estaban convencidos de que Dios
bendecía a los buenos y castigaba a los malos mientras vivían en este
mundo, ya que después de la muerte no esperaban nada más. Es lo que
enseñaban los Proverbios (11,3-8; 19,16) y repetían los Salmos (37,1-9;
49,6-18).
Por culpa de un bisabuelo
Y para explicar por qué no siempre a los buenos les
va bien y a los malos les va mal, los israelitas recurrieron a un
principio muy arraigado entre ellos: el de la “personalidad
corporativa”.
Según éste, todo hombre es parte de una familia, de
un clan, de una tribu. Y los premios y castigos divinos no se daban de
acuerdo con la conducta del individuo, sino según el comportamiento de
la familia o el grupo.
Es lo que el Éxodo decía: “Yo, Yahvé, soy un Dios
celoso. El pecado cometido por los padres, lo castigo en los hijos hasta
la tercera y cuarta generación.
Y a los que me aman y cumplen mis mandamientos los perdono durante mil generaciones” (20,5-6).
Y en otras partes se repite: “Dios castiga el pecado
de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y cuarta
generación” (Ex 34,7; Nm 14,18; Dt 5,9).
Por eso, en el famoso relato donde Abraham trata de
salvar a Sodoma y Gomorra de la destrucción divina, le pregunta a Dios:
“Si hay 50 justos ¿perdonarás a toda la ciudad?”
Y Dios contesta: “Sí; pero si no hay 50 justos destruiré a toda la ciudad”.
“Y si hay 45 justos, ¿perdonarás a toda la ciudad?”.
“Sí; pero si no hay 45 justos destruiré a toda la ciudad” (Gn 18,23-32).
Es decir, a Abraham no se le hubiera ocurrido preguntar: “Si hay 50
justos, ¿salvarías sólo a esos 50?”, porque sabía que tanto el perdón
como el castigo era para toda la comunidad. Del mismo modo, dice el
Génesis que como Noé era un hombre justo (6,8) se salvaron también su
mujer, sus tres hijos y sus nueras (6,18).
El primero en desconfiar
Esta idea eliminaba todo posible escándalo frente a
las injusticias de la vida. Si algún inocente sufría, le respondían:
“Estarás pagando la culpa de tu padre, tu abuelo, o algún otro
familiar”. Y si un malvado prosperaba, se decía: “Dios lo bendecirá
gracias a un antepasado suyo”. Y así vivieron felices muchas
generaciones de israelitas, convencidos de que Dios recompensaba a todo
hombre mientras vivía en este mundo.
Pero alrededor del siglo VII a.C. las cosas
comenzaron a cambiar. El país atravesó por circunstancias muy difíciles,
y la angustia y el dolor se apoderaron de los israelitas, debido a que
empezaron a padecer sangrientas invasiones de pueblos vecinos.
Entonces entró en crisis la respuesta tradicional que
los teólogos daban al sufrimiento. Por primera vez se planteó, entre la
gente, la injusticia que significaba que Dios hiciera pagar a los hijos
buenos por las culpas de sus padres malvados, o que premiara a hijos
malos gracias a que habían tenido padres buenos.
El primero en criticar esta actitud divina fue el
profeta Jeremías. Alrededor el año 620 a.C, en una célebre queja contra
Dios le decía: “Sé que si discuto contigo tú tendrás razón.
No obstante, quiero hacerte una pregunta: ¿por qué
tienen suerte los malos, y son felices todos los pecadores?” (Jr 12,1).
La misma gente, molesta con este absurdo comportamiento de Dios, había
acuñado un proverbio que decía: “Los padres comen frutas agrias, y a los
hijos se les irrita la boca” (Jr 31,29; Ez 18,2).
El aporte de Ezequiel
Cuando en el año 587 a.C la catástrofe se abatió
sobre Jerusalén, y la ciudad fue destruida y saqueada, los teólogos se
convencieron de que Dios no podía seguir haciendo sufrir a unos por
culpa de otros.
Entonces un profeta llamado Ezequiel, inspirado por
Dios, empezó a predicar una idea revolucionaria: Dios nunca más pedirá
cuentas a nadie por los pecados de sus parientes, ni por las faltas de
su familia. Cada uno será castigado únicamente por sus propios pecados y
será bendecido por sus propios actos buenos (Ez 12,14-23; 18,1-20). De
esta manera abandonaba para siempre el principio de la personalidad
corporativa, e inauguraba el de la “responsabilidad personal”.
Ezequiel produjo un gran avance en la revelación, y
con él se inicia una nueva mentalidad en la enseñanza sobre el dolor:
que la salvación o condenación de una persona depende exclusivamente de
él, y no de sus antepasados o su familia.
Otra crisis de la teología
El nuevo principio enseñado por Ezequiel, si bien
dejó más tranquilos a los israelitas, no iba tampoco a durar demasiado.
Porque a medida que transcurría el tiempo, los judíos comprobaban que
mucha gente pecadora y sin principios religiosos, gozaba de mayor
bienestar y prestigio, y tenían mejores ganancias en la vida que quienes
cumplían la Ley de Dios. Éstos, por mantenerse fieles a su fe, muchas
veces terminaban en la pobreza, o sufrían persecuciones.
A ello se agregaba el dolor de las muertes
prematuras, de las viudas abandonadas en la miseria, de los huérfanos
obligados a mendigar en la calle.
Para peor, la única posibilidad que Dios tenía de hacer
justicia entre buenos y malos era en este mundo, porque no se conocía
aún la existencia de otra vida posterior. Por eso, cuando alguna persona
buena sufría, no quedaba más remedio que decirle:
“Examina tu
conciencia; algún pecado tendrás para que Dios te haya mandado estos
dolores”. Y si a un pecador le iba bien se pensaba: “Es que en el fondo
será una buena persona”.
Pero estas respuestas no eran muy convincentes, pues
contradecían la realidad. Por eso unos cien años más tarde, en el siglo V
a.C, algunos judíos se revelaron otra vez contra la enseñanza oficial
del sufrimiento, y pusieron en duda el principio de Ezequiel, según el
cual Dios bendecía a los buenos y castigaba a los malos en este mundo.
El héroe inaccesible
Es en medio de esta nueva crisis cuando un escritor,
perteneciente al ala progresista de los teólogos de Israel, decidió
escribir un libro para protestar contra los teólogos tradicionales por
la respuesta que daban ante el problema del sufrimiento (la única que
podían) y que era: “Examina tu vida, tienes que haber cometido algún
pecado para merecer estas desgracias”.
Para ello se valió de un viejo cuento popular, en el que
un hombre bueno y justo llamado Job es atormentado por Dios con
tremendas pruebas y castigos; sin embargo no abre la boca, ni se queja,
ni se rebela, sino que acepta con resignación todo lo que Dios le manda.
Entonces Dios, viendo su paciencia, le devuelve el doble de lo que le
había quitado.
El cuento (que abarcaba entonces sólo los capítulos 1-2 y
42 del actual libro), era un exponente de la teología oficial, y quería
mostrar cómo Dios siempre recompensa en esta tierra a todos los buenos.
Por eso presentaba a un Job sumiso, paciente y resignado a lo que Dios
le mandara, por doloroso e injusto que pareciera.
Un cuento partido en dos
El cuento, así como estaba, era demasiado lindo para ser
cierto. Enseñaba una moral que no se basaba en los datos de la
experiencia cotidiana.
Un Job sereno y callado, frente a tanto sufrimiento, no era real. Y un héroe irreal se convierte en inimitable.
Entonces el autor del libro decidió hacer hablar a Job y
quejarse por el dolor y las injusticias que le tocaba sufrir. Para ello
tomó el viejo cuento, lo partió por la mitad y lo convirtió en un
prólogo (capítulos 1-2) y en un epílogo (capítulo 42). Y en el medio
insertó una larga serie de lamentos y protestas de Job ante la
injusticia que sufría de parte de Dios (capítulos 3-41).
Por eso tenemos actualmente en el libro a dos Jobs. Uno,
el antiguo héroe sumiso, paciente y callado de la creencia popular, se
halla en el prólogo y el epílogo (capítulos 1-2 y 42).
Y el otro, el Job rebelde, atrevido y antagonista de
Dios, en el medio de la obra, que es la parte más importante (capítulos
3-41).
Para poder hacer hablar a Job, el autor hace aparecer a
tres amigos, llamados Elifaz, Bildad y Sofar, que un día vienen a
visitarlo en medio de su terrible dolencia. Durante siete días Job se
mantiene en silencio. Pero finalmente no resiste más, y comienza a
proferir amargas quejas. Maldice el día de su nacimiento, maldice a sus
padres por haberlo concebido, maldice a Dios por haberle dado la vida, y
lamenta no haber muerto en un aborto (c. 3). Ahora sí Job empieza a
parecer humano.
El enojo del autor
Toda el libro, pues, consiste en una larga discusión
entre Job y sus tres amigos. Éstos quieren convencerlo de que algún
pecado debió haber cometido para sufrir de esa manera, pues Dios no
manda desgracias injustamente;Job haría bien en revisar su vida y
arrepentirse para que Dios lo perdone y le devuelva la felicidad.
La postura de los tres amigos representa, como hemos
dicho, la teología oficial que el autor quiere criticar, es decir, lo
que los teólogos del siglo V repetían a la gente para explicar el
problema del dolor. En cambio Job representa lo que el autor pensaba.
Y por eso, enfurecido contra sus tres visitantes, los
tilda de “charlatanes”,“médicos matasanos”, “que sólo muestran
inteligencia cuando se callan”.
Y a sus enseñanzas las llama “recetas inservibles” y “fórmulas de porquería”.
En sus largos y airados discursos Job arremete incluso
contra Dios, que en realidad no es más que la imagen de Dios que la
teología de la época mostraba. Y lo acusa de cosas tremendas: de ser un
malvado, una fiera, un triturador de cráneos; de gozar con el
sufrimiento inocente, de ser caprichoso, de no escuchar la oración de
nadie, de estar de parte de los malvados. Y en el colmo de su ira llega a
negar las cualidades principales de Dios: su bondad, su santidad, su
sabiduría y su justicia.
Jamás nadie se había atrevido a insultar tanto a Dios.
La aparición de Dios
Después de nueve virulentos discursos, en los cuales
por un lado los tres amigos se empeñan en culpar a Job de pecador, y por
el otro Job los acusa a ellos de querer convencerlo con argumentos
inconsistentes y prefabricados, el diálogo se agota.
¿Quién de los dos tiene razón? El autor del libro, al llegar al final,debe hacer aparecer a Dios. Está en juego su prestigio. Ha sido desafiado, se le han imputado graves cargos, y hasta su bondad y justicia han sido puestas en duda.
Pero el problema era que el autor no sabía qué hacerle decir a Dios, porque él mismo no sabía la solución.
Ignoraba por qué los justos sufren tantas pruebas y desgracias en este mundo. Al ser aún desconocida la idea de la resurrección, el autor no sabía que el fin de los justos no es la muerte sino el premio de otra vida mejor, en la que Dios recompensará a cuantos han sido fieles a su voluntad.
Este descubrimiento llegará varios siglos más tarde.Entonces, no sabiendo qué poner en boca de Dios, el autor le hacedecir: “¿Quién eres tú para pedirme explicaciones a mí? ¿Acaso tienes mi sabiduría y mis conocimientos?
¿Acaso has vivido tantos años como yo? ¿Acaso tienes mi poder? Entonces cállate. No debes cuestionarme”. Y luego lo hace pronunciar un largo discurso formado con preguntas difíciles,sobre los secretos más recónditos de la naturaleza y el cosmos,cuyas respuestas sólo Dios puede conocer. De esta manera, éste le dice a Job que nadie debe pedirle explicaciones de su obrar en el mundo.
Así, aunque el autor del libro no aporta ninguna solución al enigmadel dolor, al menos realiza un descubrimiento importante: que no todos los que sufren son pecadores ni están pagando alguna falta personal; que puede haber gente inocente y buena que esté sufriendo, como Job, aunque el por qué de este sufrimientono sea posible conocerlo por los hombres sino que está reservadosólo a Dios.
El amigo inesperadoEl libro de Job, una vez terminado, resultó ser un libro violento, anticonformista y provocativo. Y cuando lo leyeron algunos teólogos se sintieron molestos, no sólo por lo que decía Job sino también por lo que decía Dios, ya que les parecía una contestación insuficiente y pobre.
Entonces un autor posterior, que creía tener una respuesta mejor para el problema del dolor, compuso nuevos discursos y los agregó como discurso de un cuarto amigo, llamado Elihú. Son los capítulos 32-37.
Que los discursos de Elihú son añadidos de un autor distinto se nota por varias razones: Elihú aparece bruscamente y sin previo aviso, contradiciendo al prólogo y al epílogo que mencionan sólo a tres amigos de Job; interviene en una discusión ya cerrada como él mismo reconoce; además, el estilo y las expresiones de sus discursos son diferentes a los del resto del libro.
¿Y cuál es la respuesta que tiene para dar Elihú? A lo largo de su exposición, este nuevo visitante explica que el sufrimiento posee un valor positivo para el hombre pues lo ayuda a crecer y madurar; que todo dolor es educativo, y que forma parte de la pedagogía divina.
Si bien esta solución significó un cierto progreso (pues no encerraba en el misterio divino el drama del sufrimiento sino que al menos trataba de hallarle una respuesta), de todos modos aún no arrojaba la verdadera luz al problema. Será Cristo quien traerá la solución.
Un libro precristianoEl libro de Job fue escrito para iluminar una de las cuestiones másangustiantes de todos los tiempos: la de la enfermedad y el sufrimiento del hombre. Y la respuesta de su primer autor era que cuando un hombre sufre, no por eso es un pecador;que también los justos pueden sufrir.
Pero que sólo Dios sabe el por qué, y que no hay que pedir explicaciones porque es parte del misterio divino.
Esta era ya una buena respuesta. Pero en una segunda edición del libro, otro autor, habiendo madurado mejor las cosas y avanzado un poco más en la revelación, propuso una nueva solución: que el sufrimiento tiene un valor salvífico y que sirve para purificar y santificar a los hombres.
Sin embargo ninguna de estas soluciones son del todo correctas. Aún faltaban 400 años para que llegara Jesucristo y diera la respuesta cristiana: que ni a la enfermedad ni al sufrimiento los manda ni los quiere Dios; que tampoco los “permite” (en el sentido de que podría impedirlos), ni envía “pruebas” al hombre.
Que los sufrimientos son causados por los seres humanos y que nos golpean a todos por igual, porque estamos inmersos en el mismo mundo.Pero que con el amor podemos reponernos y redimir el dolor, tanto el nuestro como el ajeno.
Los cristianos no debemos, por lo tanto, emplear el libro de Job para consolar las angustias de nuestra vida porque, como vemos, su respuesta aún es incompleta. Pero conocer el trasfondo de esta obra ayuda a entender cómo Dios no violenta el conocimiento de los hombres, sino que los va llevando mediante una pedagogía progresiva, hacia una mejor comprensión de su proyecto, de sus ideas y de su amor, a lo largo de la historia.
¿Quién de los dos tiene razón? El autor del libro, al llegar al final,debe hacer aparecer a Dios. Está en juego su prestigio. Ha sido desafiado, se le han imputado graves cargos, y hasta su bondad y justicia han sido puestas en duda.
Pero el problema era que el autor no sabía qué hacerle decir a Dios, porque él mismo no sabía la solución.
Ignoraba por qué los justos sufren tantas pruebas y desgracias en este mundo. Al ser aún desconocida la idea de la resurrección, el autor no sabía que el fin de los justos no es la muerte sino el premio de otra vida mejor, en la que Dios recompensará a cuantos han sido fieles a su voluntad.
Este descubrimiento llegará varios siglos más tarde.Entonces, no sabiendo qué poner en boca de Dios, el autor le hacedecir: “¿Quién eres tú para pedirme explicaciones a mí? ¿Acaso tienes mi sabiduría y mis conocimientos?
¿Acaso has vivido tantos años como yo? ¿Acaso tienes mi poder? Entonces cállate. No debes cuestionarme”. Y luego lo hace pronunciar un largo discurso formado con preguntas difíciles,sobre los secretos más recónditos de la naturaleza y el cosmos,cuyas respuestas sólo Dios puede conocer. De esta manera, éste le dice a Job que nadie debe pedirle explicaciones de su obrar en el mundo.
Así, aunque el autor del libro no aporta ninguna solución al enigmadel dolor, al menos realiza un descubrimiento importante: que no todos los que sufren son pecadores ni están pagando alguna falta personal; que puede haber gente inocente y buena que esté sufriendo, como Job, aunque el por qué de este sufrimientono sea posible conocerlo por los hombres sino que está reservadosólo a Dios.
El amigo inesperadoEl libro de Job, una vez terminado, resultó ser un libro violento, anticonformista y provocativo. Y cuando lo leyeron algunos teólogos se sintieron molestos, no sólo por lo que decía Job sino también por lo que decía Dios, ya que les parecía una contestación insuficiente y pobre.
Entonces un autor posterior, que creía tener una respuesta mejor para el problema del dolor, compuso nuevos discursos y los agregó como discurso de un cuarto amigo, llamado Elihú. Son los capítulos 32-37.
Que los discursos de Elihú son añadidos de un autor distinto se nota por varias razones: Elihú aparece bruscamente y sin previo aviso, contradiciendo al prólogo y al epílogo que mencionan sólo a tres amigos de Job; interviene en una discusión ya cerrada como él mismo reconoce; además, el estilo y las expresiones de sus discursos son diferentes a los del resto del libro.
¿Y cuál es la respuesta que tiene para dar Elihú? A lo largo de su exposición, este nuevo visitante explica que el sufrimiento posee un valor positivo para el hombre pues lo ayuda a crecer y madurar; que todo dolor es educativo, y que forma parte de la pedagogía divina.
Si bien esta solución significó un cierto progreso (pues no encerraba en el misterio divino el drama del sufrimiento sino que al menos trataba de hallarle una respuesta), de todos modos aún no arrojaba la verdadera luz al problema. Será Cristo quien traerá la solución.
Un libro precristianoEl libro de Job fue escrito para iluminar una de las cuestiones másangustiantes de todos los tiempos: la de la enfermedad y el sufrimiento del hombre. Y la respuesta de su primer autor era que cuando un hombre sufre, no por eso es un pecador;que también los justos pueden sufrir.
Pero que sólo Dios sabe el por qué, y que no hay que pedir explicaciones porque es parte del misterio divino.
Esta era ya una buena respuesta. Pero en una segunda edición del libro, otro autor, habiendo madurado mejor las cosas y avanzado un poco más en la revelación, propuso una nueva solución: que el sufrimiento tiene un valor salvífico y que sirve para purificar y santificar a los hombres.
Sin embargo ninguna de estas soluciones son del todo correctas. Aún faltaban 400 años para que llegara Jesucristo y diera la respuesta cristiana: que ni a la enfermedad ni al sufrimiento los manda ni los quiere Dios; que tampoco los “permite” (en el sentido de que podría impedirlos), ni envía “pruebas” al hombre.
Que los sufrimientos son causados por los seres humanos y que nos golpean a todos por igual, porque estamos inmersos en el mismo mundo.Pero que con el amor podemos reponernos y redimir el dolor, tanto el nuestro como el ajeno.
Los cristianos no debemos, por lo tanto, emplear el libro de Job para consolar las angustias de nuestra vida porque, como vemos, su respuesta aún es incompleta. Pero conocer el trasfondo de esta obra ayuda a entender cómo Dios no violenta el conocimiento de los hombres, sino que los va llevando mediante una pedagogía progresiva, hacia una mejor comprensión de su proyecto, de sus ideas y de su amor, a lo largo de la historia.
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