sábado, 6 de octubre de 2012

LAS DOS BANDERAS



Imágenes Google-Edición MariamContigo
Después de poner de manifiesto la gravedad de la actitud del modernismo, parece oportuno recordar la meditación de las dos banderas ya que en ella se encuentra una ayuda singular para orientar el alma del cristiano para no dejarse llevar de todo aquello que por un amor desordenado de uno mismo, conduce al desprecio de Dios.

San Ignacio, con esta meditación, descubre no sólo el programa y la táctica del demonio para hacer adeptos y, en contrapartida, la de Cristo, sino que alerta acerca de la naturaleza y el alcance que tiene la tentación. En la comprensión de lo que San Ignacio pone a la consideración del ejercitante con la meditación de las dos banderas y el conocimiento del desarrollo de la vida social humana y los derroteros por los que se mueve el mundo, se puede encontrar la explicación de por qué el modernismo hace tantos estragos y por qué en muchas ocasiones no se le hace el frente debido.

Esta meditación no contiene un desarrollo histórico de las dos ciudades o mundos. La meditación S. Ignacio la enmarca dentro de la “segunda semana” y ocupa un lugar central de la misma. Se dirige a que quien se disponga sinceramente, -ya purgados sus pecados, deseoso de no pecar en forma deliberada mortalmente y de venir en perfección en cualquier estado o vida que nuestro Señor le diese para elegir-, pueda discernir las intenciones de Satanás y de sus demonios, de las intenciones de Cristo. Para que, en la ordenación de su vida y en las elecciones que para esta ordenación tenga que realizar, no se desoriente.

San Ignacio sitúa esta meditación en aquel punto en que se supone que el ejercitante no va a ser tentado grosera y abiertamente con placeres patentes e inmediatos, sino con tentaciones mucho más sutiles, bajo la especie de bien. San Ignacio explica que a las personas que están en pecado mortal el demonio les propone “placeres aparentes”, que se muestran inmediatamente, atrayéndoles por conservarlos en sus vicios y en sus pecados.

Supuesto esto, se explica muy bien que S. Ignacio no hable, en esta meditación de las Dos banderas, de tentaciones de concupiscencia de la carne. No habla, pues, de desórdenes de la carne o del sexo. No habla de pecados a los que se refieren los vicios capitales de la gula y la lujuria. Aquí san Ignacio presenta el amor a las riquezas como la tentación inicial, la que las más de las veces utiliza el demonio. Esto es tanto más notable si se tiene en cuenta que en todo el contexto de los Ejercicios, y que en los múltiples bienes que san Ignacio propone para elegir debidamente, pone incluso oficios y beneficios eclesiásticos.

Esta tentación del amor a las riquezas es aquella con la que el demonio tentará a las personas que no desean pecar mortalmente y que además quieren venir a perfección. Las riquezas pueden ser de muchas clases como oficios eclesiásticos, beneficios eclesiásticos, doctorarse, incluso por obediencia, buscar un nombramiento para un puesto de responsabilidad, mejorar el "estatus" social, ser bien acogido.

San Ignacio supone que el ejercitante tiene que ordenar su vida con una pureza de intención que le permita discernir los engaños del mal, de manera que no le suceda que creyendo servir a Dios se complazca en ellos de tal forma que le aparte del servicio divino. Por esto explica cómo Satanás, en aquel gran campo de Babilonia, entendida en sentido moral espiritual, se sitúa “como en una grande cátedra de fuego y humo, en figura espantosa”. Desde allí hace un llamamiento a innumerables demonios para que tienten a los hombres sin dejar provincias, lugares, estados, oficios, ni personas. San Ignacio considera que el sermón que hace Satanás a los demonios que envía a todas las gentes para que echen redes y cadenas, tentando primero de codicia de riquezas, es “para que más fácilmente vengan a vano honor del mundo y después a crecida soberbia”. De manera que el primer escalón será de riquezas, el segundo de honor, el tercero de soberbia, y por estos tres escalones induzca a todos los otros vicios.

Concupiscencia de los ojos
La tentación del Diablo al ejercitante de segunda semana no es la puesta en la concupiscencia de la carne –gula o lujuria-, sino en aquellos apetitos desordenados que santo Tomás, analizando un texto de san Juan, llama concupiscencia oculorum (concupiscencia de los ojos). Santo Tomás la define como aquellas cosas que se desean no inmediatamente, sino a través de sus imágenes o sus conceptos. Por ejemplo, se desea de una manera distinta el adorno del vestido, o el dinero a como se desea la comida o el sexo.

Notemos que, en las mismas cosas en que se desordena viciosamente el hombre por la gula y la lujuria, hay vicios que inclinan a estos desórdenes mediatamente. En el comer, fuera del vicio de la gula, puede haber una especie de riqueza que es comer con sibaritismo, en la lujuria, además del vicio en sí, puede haber complacencia en el deseo de seducir o donjuanismo. En ambos casos, se supone algo de lo que envanecerse ante los demás hombres. Riqueza, no consiste en bienes materiales o dinero solamente, se refiere también a cargos, p.e. a una canonjía. La riqueza puede ser el prestigio cultural, la belleza artística, incluso la posesión de objetos de arte. Cualesquiera cualidades que nos enriquezcan, nos hagan destacar y que nos puedan envanecer en gloria mundana buscando la gloria de los hombres el ejercitante debe tener en cuenta como riqueza de cuya codicia puede ser tentado.

En todo caso, el proceso seguido por el tentador es: Codicia de Riquezas - Vano Honor del mundo – Crescida Soberbia. A la soberbia se llega a través del honor y las riquezas.

En esta contemplación, que está pensada para vigilar las tentaciones bajo apariencia de bien de las personas que quieren ordenar su vida puramente al servicio divino, se contiene la descripción del sermón de Satanás en el campo de Babilonia.


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