El Evangelio de este Domingo ha sido muy fuerte. El Señor advierte que
quien escandaliza «a uno de estos pequeños que creen» mejor sería que le pongan
al cuello una piedra de molino «y que le echen al mar». El Señor utiliza una
hipérbole cuya intención es hacernos tomar conciencia de la gravedad enorme del
escándalo.
¿Qué es el escándalo? “Escándalo” viene de la palabra griega ‘scandalon’,
que significa trampa. Por extensión se aplicaba a cualquier obstáculo que en el
camino era causa de tropiezo y caída para el caminante inadvertido. El Señor
aplica el término escándalo en un sentido moral: escandaliza a quien es
“pequeño” o frágil en la fe quien con su conducta inicua, con su pecado, con
sus opiniones inmorales, lo hace tropezar o caer en el camino que lleva a la
Vida. Con su pésimo ejemplo lo aleja de Dios y destruye su fe.
¿Lo hacemos nosotros? A veces creemos que podemos hacer lo que nos venga
en gana, lo que más nos gusta, lo que nos dictan nuestros caprichos, pasiones o
emociones, y así muchas veces terminamos usando la libertad como pretexto para
hacer el mal (Ver 1Pe 2,16). Quizás luego me arrepiento de mi pecado, pero poco
tomamos en cuenta que al optar por el mal puedo haber escandalizado, confundido
o llevado al pecado a quien en cambio debería haber acercado al Señor con mi
ejemplo y testimonio. Estamos llamados a ser ejemplo para muchos, sin embargo,
¡cuántas veces somos causa de caída y tropiezo! Acaso se nos aplica lo que
muchos dicen o piensan de los católicos: “¡Hipócritas! ¡Dicen y no hacen! Van a
Misa, se golpean el pecho y terminada la Misa ofenden al hermano, consienten
rencillas, odios, amargura, divisiones, robos, fraudes, borracheras, impurezas,
adulterios, fornicaciones, y otras cosas semejantes o peores.” Y así, por
nuestro mal ejemplo, terminan por renegar de Dios y apartarse de la Iglesia. (Ver Rom 2,18-24)
MEDIOS CONCRETOS
1.
¿Quién se
convierte en causa de escándalo para otro, sino aquél que primero tropieza y
cae él mismo? Quien peca, a otros termina arrastrando al pecado, mientras que
«toda alma que se eleva, eleva al mundo» (Ver S.S. Juan Pablo II, Reconciliatio
et paenitentia, 16). Por tanto, para no escandalizar a otros es fundamental
cuidarnos nosotros mismos de no caer en pecado. Esta lucha debe ser radical:
«Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela… si tu pie te es ocasión de
pecado, córtatelo… si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo.» Uno puede ser
causa de tropiezo para sí mismo cuando se sirve de sus manos, de sus pies, de
sus ojos o de cualquiera de los miembros del cuerpo para pecar. El Señor invita
de este modo fuerte y chocante a la actitud firme y radical a no hacer de
nuestros miembros «armas de injusticia al servicio del pecado» sino más bien
«armas de justicia al servicio de Dios» (Rom 6,13), instrumentos para nuestra
santificación y para santificación
y elevación de los demás. No uses pues, tus manos para el soborno, para agredir
al prójimo o matar al no nacido, para obrar el mal en sus múltiples formas, sino
para hacer siempre el bien, para tender una mano a quien te necesita, para
obrar recta y honestamente siempre; no uses tus pies para dirigirte a lugares
en los que vas a ser tentado de una u otra forma, para reunirte con personas
inicuas que traman el mal, para ir a casinos cuyos juegos terminarán
enviciándote, para ir a lugares en los que vas a pecar de una u otra manera,
usa tus pies en cambio para apartarte del mal camino y recorrer la senda del
bien; no uses tus ojos para mirar lo que ensucia tu alma y corazón, para mirar
pornografía, para mirar malamente a la mujer o al varón y hacer de ella o de él
un objeto de placer, para mirar todo aquello que no debes; no uses tu lengua
para juzgar, maldecir, decir falsedades del prójimo, destruir su fama, chismear
de su vida, proferir insultos y amenazas, para
herir e insultar, sino para dar bendecir, para edificar, para sembrar la paz,
para perdonar, para dar testimonio del Señor y de su Evangelio… Es necesario
cortar de raíz con todo aquello que nos lleva al pecado, incluso si se trata de
personas, aunque cueste y duela. La radicalidad en la lucha contra el pecado es
necesaria para ser santos, para ganar el Cielo, pues quien no corta con esas
situaciones o personas, vivirá esclavizado al vicio, al pecado, y se convertirá
en causa de escándalo para otros, poniendo de ese modo en riesgo su destino
eterno. Confiados en Dios, y buscando en Él nuestra fuerza cada día por medio
de la oración perseverante y de los sacramentos, no temamos apartar
radicalmente con todo aquello que nos hace pecar, que nos aparta de Dios y de
la Vida eterna.
2. “Antes morir que pecar”, ha sido el lema y criterio de conducta de muchos santos. ¿Te esfuerzas en vivir tú también esta máxima? ¿O esclavo de tus vicios y pasiones desordenadas prefieres decir en el momento de la tentación: “peco, y después me confieso”? Si eso piensas, es como si le dijeras al Señor: “Cristo, amigo, mira, ahora quiero crucificarte nuevamente, ahora quiero clavarte nuevamente en la Cruz, ya luego te pediré perdón…” ¡Qué poca nobleza de quien así piensa! Sin embargo, así nos comportamos cuando conscientemente nos ponemos en ocasión de pecar, cuando admitimos la tentación, cuando optamos por pecar antes que huir. ¡No te permitas pensar así jamás! ¡Sé fiel al Amigo! Haz tuya esta máxima: “Antes morir que pecar”, y mantente firme en lucha, perseverante en la oración, poniendo todos los medios necesarios para no caer en tentación.
3. Medita y aplica esta otra máxima en tu vida y actuar: «Lo bueno es... no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad.» (Rom 14, 21)
¡A SER SANTOS!
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