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Los cristianos creemos que Jesús de
Nazaret es una persona divina que posee dos naturalezas, una divina,
semejante a la de Dios Padre, y otra humana, compuesta de alma y cuerpo.
Como persona divina conoce verdaderamente el pasado, el presente y el
futuro de todo cuanto existe y puede existir. Desde su infancia, como
Verbo e Hijo de Dios, ve y oye a su Padre Dios con quien está en
constante comunicación directa, sin embargo, en este mundo quiso nacer,
crecer, vivir, recordar, conocer y amar como un ser humano, valiéndose
de su memoria, entendimiento y voluntad para ser ejemplo de vida y de
comportamiento humano.
Como hombre fue soltero y célibe. No se
casó con ninguna mujer, aunque se advierte en él un sentimiento
extremadamente delicado hacia ellas, tratándolas cómo hermanas. Sus
relaciones con mujeres de conducta libre y equívoca eran totalmente de
orden moral para cambiarlas de conducta. La ternura de su corazón se
transformaba en él en infinita dulzura, poesía, atractivo personal y
vida. Ejerció como su padre legal, José, el oficio de carpintero. Era
costumbre que las personas intelectuales tuviesen un oficio manual del
cual vivían. Un ejemplo de ello, es san Pablo, que siendo un
intelectual, era fabricante de lonas o tapicero. Todo su amor lo
dirigirá a su Dios Padre y a su obra, el Reino de Dios.
Sus fuentes de inspiración y
predicación evangélica son los libros del Antiguo Testamento, la
naturaleza y las gentes de la región de Galilea. Entendía que la Ley,
los Profetas y demás libros sagrados judíos había que explicarlos e
interpretarlos con un corazón sencillo y humilde y con un lenguaje liso y
llano, como hizo Moisés y los Profetas. Frente a la religión farisaica
y saducea judía, concibe la religión del corazón poniendo todo su amor
al servicio de Dios Padre, al que no hay que temerle, sino amarle porque
es Amor.
Sentía verdadera repugnancia hacía las
escuelas judías, farisaicas y seduceas, en la cuales los doctores de
la ley explicaban las Sagradas Escrituras por medio de alegorías
exageradas y utópicas e interpretaciones sutiles y fraudulentas; contra
las cuales, ya el sabio judío fariseo Hillel Gamaliel entendía que
debían ser explicadas en lenguaje menos alegórico y utópico, y más
literal, sencillo y humano. Estas citadas alegorías las recoge el libro
judío del Talmud, donde podemos leerlas.
De la naturaleza de Galilea tomará las
frases, imágenes, parábolas y comparaciones contemplando la
tranquilidad, placidez de sus manantiales, el encanto de sus flores y la
armonía de sus montañas, viendo cómo las tórtolas, mirlos, alondras,
cigüeñas, entre otras aves, que anidaban en estas tierras y daban
alegría a sus vecinos, y observando cómo las higueras, las viñas, los
nogales, los manzanos eran, entre otros árboles, los que poblaban sus
valles y montañas.
A Jesús le encantaba el lago de Galilea
por ser un remanso de paz y de vida. Veía que el Sol ilumina a los
buenos y a los malos, que el grano de trigo se convierte en tallo y daba
su fruto, el pan para comer los humanos, que las estrellas resplandecen
sobre las pobres cabañas de los pescadores y sobre las mansiones de los
ricos, que los granos de uva de la vid engordan, maduran y fermentando
dan vino, y que los lirios del campo se visten de belleza y hermosura
mayor que la se visten los reyes y príncipes de este mundo.
Oía el murmullo de la cabaña batida por
el viento. Veía cómo el césped fresco se convierte en hierba seca pasado
algún tiempo. Cómo la zorra traidora después de cometer su fechoría se
esconde en la oscuridad de la madriguera. Cómo los perros husmean bajo
la mesa de sus señores para comer sus desperdicios. Cómo las serpientes
se arrastran sobre la hierba oscura y las víboras se esconden bajo las
piedras. Cómo las palomas se arrullan sobre los tejados de las casas y
las águilas se precipitan con sus amplias alas sobre su presa. Cómo los
pastores buscan afanosamente a sus ovejas perdidas.
Otra de las fuentes de inspiración
evangélica de Jesús eran las gentes de Galilea, habitada por judíos,
fenicios, sirios árabes y griegos, que eran personas enérgicas,
valientes y laboriosas que habitaban aldeas y pequeñas ciudades. La
mayoría trabajaba en la agricultura y en la pesca en el lago de Galilea,
y una pequeña minoría trabaja en oficios manuales, tales, como
carpintero, como fue su padre legal. Sus paisanos galileos, creían que
el diablo era el origen y el principio del mal en este el mundo. Se
imaginaban que las enfermedades nerviosas eran causadas por los demonios
en los pacientes.
Sabían que el pueblo israelita y judío
había sufrido la derrota, el dominio y la cautividad antiguamente y que
en la actualidad vivían bajo la dominación romana, sintiéndose
humillados. Creían que este mundo estaba organizado en reinos que se
hacen la guerra unos a otros y que por medio de las preces y oraciones a
Yahvé podían cambiar el curso de la historia humana y poder curar
enfermos. En estas circunstancias, flotaba en el ambiente galileo el
deseo y la necesidad de un Mesías que sacara a su pueblo judío de la
dominación romana y le llevara al esplendor de la gloria de un reino
independiente y libre. Lo deseaban tanto que lo sentían próximo en el
corazón de todos ellos.
Durante esta época, surgieron en Galilea
numerosos levantamientos y sediciones acaudillados por valerosos y
celosos defensores de la libertad y del nacionalismo del pueblo judío
contra la dominación del imperio romano en Palestina. Entre ellos, Judas
hijo de Serifeo, Matías hijo de Margaleth, y Judas llamado el Galileo,
el más importante, creando en Galilea un gran movimiento político contra
la ocupación romana basado en la impopularidad del censo y en el pago
de los impuestos romanos.
Es posible que Jesús conociese a este
último líder político nacionalista y revolucionario, pero en todo caso
conoció a sus militantes y partidarios. Sin embargo, criticó a estos
partidos políticos nacionalistas revolucionarios basados en la
violencia. Para Jesús, la violencia no era el camino ni el medio para
que su pueblo judío encontrase su liberación y la solución a sus
problemas políticos y religiosos.
Jesús no se sentía patriota político
como los Macabeos ni teólogo nacionalista como Judas el Gaulonita. Su
voz sonaba con extraordinaria dulzura entre las personas con las que
hablaba, exhalando su persona un atractivo infinito que fascinará a las
poblaciones sencillas y benévolas de Galilea. Su carácter dulce y a la
vez fuerte se reveló muy temprano.
Era aficionado a los aforismos concisos
y expresivos y a veces enigmáticos. Algunos los había tomado de los
libros del Antiguo Testamento, otros, de sabios, tales como, de Antígeno
de Soco, de Jesús, hijo de Sirach y de Hillel Gamaliel. Habían llegado
a él como proverbios que circulaban por el pueblo, revistiéndolos e
impregnándolos de amor, humildad, perdón, abnegación, justicia y
fortaleza.
Creía que el Reino de Dios se hallaba en
el corazón de las personas que aman. La moral evangélica que expondrá
en el famoso Sermón de la Montaña será la más alta creación de amor
salida de la recta razón humana y el código de vida más perfecto que
pueda trazar el ser humano. En él se halla sintetizada la regla de oro
humana: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”.
José Barros Guede
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