martes, 28 de octubre de 2014

DE LA MALDAD

DESESPERADA MALDAD
De “Confidencias de Jesús a un Sacerdote”
2 de Noviembre de 1975   
Mons. Ottavio Michelini


Hijo mío, no es nuevo el asunto del que te hablaré esta tarde. Te he hablado de él varias veces en precedentes Mensajes.  Se trata de la lucha que Satanás ha desatado con­tra el hombre.

Al no poder afrontar directamente a Dios, lo combate indirectamente descargando su desesperada maldad (hecha de odio, envidia y celos) sobre el hombre destinado a colmar los vacíos abiertos con su rebelión a Dios.

Satanás es llamado Príncipe de las tinieblas porque su fundamental intento es el de oscurecer y ensombrecer la luz de Dios en las almas.

Dios es Luz, Satanás es Tinieblas.
Dios es Amor, Satanás es Odio.
Dios es Humildad, Satanás es Soberbia.

La guerra declarada por Satanás al hombre en odio a Dios ha asumido proporciones tan vastas y grandiosas en su horrible realidad que no tiene comparación en la historia humana.

La guerra, en general, está formada por una cadena de batallas. Esta batalla, de una guerra que con­tinuará hasta el fin de los tiempos, es la más grande y pavo­rosa.  Su epílogo no está lejano, sucederá por la directa inter­vención de la Madre mía y vuestra.

Ella  aplastará de nue­vo la cabeza de la Serpiente. Ella, la humilde Sierva del Señor, por su humildad ha vencido la soberbia y el orgullo, y definitivamente lo vencerá al fin de los tiempos.

Satanás es tinieblas y por tanto no ve. Su desesperado orgullo se lo impide. Sin embargo teme la derrota de esta batalla, que para él será motivo de vergonzoso envilecimien­to, mientras para mi Iglesia purificada será motivo de un largo período de paz y así también lo será para los pueblos nuevamente sanados de los muchos males de los que hoy sufren.

Por esto Satanás ha empeñado todas sus posibilidades y las de sus legiones.

Todas las astucias, todas las insidias de su naturaleza corrompida pero rica en innumerables dones de potencia, de inteligencia y de volun­tad, son usadas en su loca tentativa, nacida y madurada en él a partir del momento de su rebelión a Dios.

Destruirme a Mí, el Cristo, el Verbo de Dios hecho Carne, y la Iglesia salida de mi Corazón abierto son la meta desesperadamente anhelada, y te­nazmente perseguida.

Cierran los ojos

Pero la loca ceguera le ha hecho cometer numerosos errores tácticos, típico aquel de descubrirse de­masiado.

Un general perspicaz nunca deja entrever sus planes a sus enemigos, sa­biendo bien que esto es una imperdonable imprudencia. En cambio Satanás ha descubierto muchas de sus cartas.

Por esto Mi Vicario en la tierra recientemente ha po­dido decir que hoy en la Iglesia se verifican hechos que humanamente no se pueden explicar: en ellos son evidentes las intervenciones directas del Príncipe de las tinieblas.

Sin embargo Obispos, Sacerdotes y la casi totalidad de los fieles no ven.  No ven porque cierran los ojos a la luz, porque tienen mente y corazón envueltos en la oscuridad.

Cuando Pablo VI dijo: "El humo del Infierno ha entrado en la Iglesia" ¿qué quería decir? El contagio de Satanás ha entrado en la Iglesia. El contagio de Satanás es la soberbia, el orgullo.

Repito: Satanás en su 'loca, desesperada ilusión se propone como objetivo principal borrar de la faz de la tie­rra a Mí, Verbo Eterno de Dios y naturalmente Con­migo a Mi Iglesia salida de mi Corazón abierto. Quisiera aniquilar el Misterio de la Encarnación, razón y causa de la liberación de la humanidad de su tiranía.

Con la caída de Adán y Eva pensaba haber derro­tado a Dios, haber asegurado para siempre un completo dominio sobre los hijos de la culpa; estaba con­vencido de haber arrebatado con el engaño y con la astucia a Dios Creador  sus criaturas sujetándolas a su indiscutible dominio, en el tiempo y en la eternidad.

Pero Dios es Amor y con unánime concurso de la divina Trinidad, fue  decretado el Misterio de la Salvación: de aquí el implacable odio de Satanás contra Dios y contra el hom­bre.

La victoria en sus manos

Actualmente Satanás, siendo tinieblas no tiene la jus­ta visión de las cosas, está convencido de que tiene la victoria en sus manos por lo que no sin dramáticas, horribles y pavorosas convulsiones dejará que se le escape su presa, que es la humanidad contagiada por su mal: la soberbia y la presunción.

Esta guerra tendrá su epílogo al fin de los tiempos, pero le guerra es una cadena de batallas como dije; y la batalla actualmente en acto es la más grande, después de la combatida por San Miguel y sus legiones contra las po­tencias rebeldes.

Muchas batallas luego se han combatido en el trans­curso de los siglos pero ninguna de estas es equiparable a esta presente batalla en la que están incluidas naciones y pueblos de todo el mundo.

Los hijos de mi predilección serán, más que los otros puestos en la mira y hechos blanco de una feroz persecución pero de nada deben temer, en la hora de la prueba Yo estaré en ellos.

Yo que soy la Sabiduría, la Misericordia, el Amor y la Omnipotencia sabré plegar las oscuras maniobras y el loco orgullo de Satanás y de sus legiones para sacar de todo esto un triunfo; Mi Iglesia purificada.

¡Ay de aquellos, hijo mío, que se rehúsan a ver! Bas­ta un acto de sincera humildad para permitir que la luz se filtre en sus almas.

Necios e insensatos si se obstinan en resistir al Amor que los quiere salvos. ¿No saben y no piensan a lo que están renunciando? 
No saben y no piensan en aquello a cuyo en­cuentro se dirigen?

Ves en esto hijo mío, cómo mucha os­curidad se ha hecho en Mi Iglesia...

La tierra es lugar de exilio, la Humanidad entera es­tá en marcha hacia la Eternidad.

El materialismo

El materialismo, encarnación de Satanás, negando y sustituyéndose a Dios pretende dar a los hombres un pa­raíso aquí en la tierra, una felicidad que ella no posee y por tanto no puede dar.

¡Trágica mentira, astuto engaño al que muchos cristianos, sacerdotes y aún Obispos se han aferrado en nombre del progreso, olvidando el fin de la Creación y el de la Redención!

He aquí porqué ya no se habla de los Novísimos, del verdadero enemigo del hombre, del pecado con el que la obra de Satanás se identifica. De esto son responsables no pocos Obispos, muchísimos Sacerdotes.

La casi totalidad de los cristianos se han dejado se­ducir desviándose de la recta vía. Mientras tanto cada hombre como individuo está en marcha hacia la Eternidad, o de gozo eterno o de condenación eterna.

El hombre, presa de Satanás, está al centro de una furiosa lucha de Satanás, desencadenada para arrebatarlo a Dios quien, con un designio providencial, ha enviado a la tierra su Verbo hecho Carne, para liberar al hombre y así devolverle la primitiva grandeza, dignidad y libertad.

¿A quién le toca guiar al hombre en su cami­no y peregrinación terrena?

A Mi Iglesia.

Pero en mi Iglesia el Príncipe de las tinieblas ha traído temiblemente su contagio: soberbia y orgullo, oscureciendo las mentes y endureciendo los corazones.

La iglesia es mía

Pero la Iglesia, hijo, ¡Es mía!

Ella ha salido de Mi Corazón Misericordioso y abierto.

Yo quiero a Mi Iglesia: una y santa, pura y resplan­deciente de mi Doctrina y no dividida por herejes en oposición perenne contraste entre ellos mis­mos. Y así será después de la purificación cercana.

Yo he triunfado como ya te dije, en el sufrimien­to y en el dolor y así será también para Mi Iglesia.

He conocido horas de tinieblas, he conocido violencias y hu­millaciones de todo género. Yo hasta he gritado: "Padre, Padre mío ¿porqué me has abandonado?" Este grito lo elevarán al Cielo muchos hijos míos en el colmo de su pasión.

Pero ¿puede Dios que es Amor, abandonar a sus hi­jos a quienes ha amado y ama desde toda la eternidad?

La mujer en el parto gime, pero des­pués se alegra porque ha dado a la luz un hijo.

Es tiempo de que el grano arrojado en el seno de la tierra se descomponga para luego dar mucho fruto.

Está próxima la hora en la cual mi Iglesia gemirá en la feroz e inaudita persecución para poder renacer Una, Pura, Santa e Inmaculada.

Será la madre de los pue­blos que se reunirán bajo sus alas y en la paz y en la justicia, será maestra y guía segura para todos los hombres de buena voluntad.

He aquí porqué te digo: urge hacerlo pronto. Quie­ro que Obispos y Sacerdotes se preparen en la humildad y en la penitencia, en la oración que debe ser unánime. No han de olvidar que a Mi Pasión siguió Mi Resurrección.
Te bendigo hijo mío.
 
Ofréceme tus sufrimientos, consuela Mi Corazón tras­pasado por la dureza e insensibilidad de mis redimidos, de mis ministros y de aquellos que Yo he llamado y  he amado como hermanos y amigos.



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