San Ignacio de Loyola, en el número 32 de los Ejercicios Espirituales,
hace una sencilla y profunda descripción del corazón humano, dice
Ignacio: “Presupongo que hay en mí tres pensamientos, es a saber: uno
propio mío, el cual sale de mi propia libertad y querer, y otros dos que
vienen de fuera, uno que viene del buen espíritu y otro del malo”.
Estas palabras, cargadas de sabiduría, ponen nombre a las constantes
tensiones que, tanto a nivel individual como colectivo, vivimos los
seres humanos. Nuestra libertad está avocada a tomar decisiones en medio
de un sinnúmero de influencias que es importante discernir: entre las
que nos invitan a construir amando y sirviendo y las que nos encierran
en la búsqueda insaciable de nuestro propio amor, querer e interés.
Esta tensión entre nuestra libertad y los factores externos que dice
Ignacio se da en nuestro corazón, por lo tanto, cada uno ha de ser
consciente de cuál es la fuente que motiva sus decisiones: la fuerza
creadora de Dios o la fuerza destructora del egoísmo que mueve a retener
cosas, personas e, incluso, a sí mismo. En la Sagrada Escritura se
utiliza la palabra “endemoniado” para referirse a las personas que se
han dejado llevar por el mal espíritu que diría Ignacio.
No obstante, la constatación de la tensión que vivimos en nuestro
interior no serviría para nada si no nos mueve a abrimos a la necesidad
de liberación de aquellas fuerzas que nos hunden en el sin sentido.
Cuando se encienden las alarmas por la deriva de una vida sin norte
surge el grito en el creyente: ¡Dios mío, ven en mi auxilio! ¡Dios mío,
libérame!
DIOS CONTIGO
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