MARIAMCONTIGO.-
Pureza es libertad de todo lo que debilita, impide o cambia la naturaleza de un ser o su actividad. Pureza de fe significa ausencia de error; pureza de intención es la exclusión de la propia voluntad a favor de la voluntad de Dios; pureza de conciencia es la ausencia de sentido de culpa; pureza en la moral se refiere generalmente a la virtud de la castidad, pero en términos mas amplios se refiere a una vida moral intachable.
"La pureza de corazón, como toda virtud, exige un entrenamiento diario de la voluntad y una disciplina constante interior. Exige, ante todo, el asiduo recurso a Dios en la oración". -Juan Pablo II, 6-VII-03
“Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios” (Mt 5,8) El corazón limpio es el corazón abierto y humilde. El corazón impuro es, por el contrario, el corazón presuntuoso y cerrado, completamente lleno de sí mismo, incapaz de dar un lugar a la majestad de la verdad. Que pide respeto y, al fin, adoración. -Cardenal Ratzinger
Algo para saber:
- El pecado causa que se debilite la autoridad y la voluntad en nosotros y por consiguiente por si solo no se sana.
- Jesús es el llamado a sanar y liberarnos. El amor infinito de nuestro Padre Celestial hizo que en una Vírgen llamada María naciera su hijo y luego muriera por causa de nosotros en una cruz para salvarnos y ser testimonio de entrega y amor.
- El gusto de la carne hace nos acostumbremos a no amar la pureza, luego no nos disponemos a dar freno a estos placeres y luchar porque amamos a Cristo Jesús así podrá crecer nuestra alma en el amor y conciencia en Dios Padre. El demonio del mal no se siente bien con la pureza y por ello nos pone sugestiones en los sentidos y sentimientos para hacernos caer, por ello es necesario tener una templaza de espiritu y resistir todos estos embistes.
- Cuando el demonio ataca nos lleva en contacto a las adicciones, con el tormento, la lujuria y no pensamos en la verdad que está representada por Cristo Jesús, pues en ese momento somos tentados para hacernos caer y perdamos la lealtad y fidelidad al hacedor de nuestros días, por ello es necesario un combate con fe y valentía asi las fuerzas del mal buscaran a otros más débiles a quienes acosar.
- La fe mueve montañas y si la perseveramos vendrá la paz a nuestro corazón y una vida nueva llena de amor y respeto a nuestro Padre Celestial.
Recordemos que Jesús dijo: "quien mire con malos ojos a una mujer comete adulterio. Partamos desde la vestimenta de una mujer para tentar a que las miradas sean de lujuria.
Mt. 5,28 "Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón." Todo hombre o mujer que mire al otro deseándole ya comete adulterio en su corazón muy claro lo expresa el Apostol.
Pues toda mirada lujuriosa es pecado cuando es consentida, es cierto que somos débiles pero si creemos de verdad que Jesús puede salvarnos entonces debemos someternos a todo sus pedidos para purificar nuestra alma y nuestro corazón; si yo deseo ser libre, me entrego de corazon a Jesús.
Hagamos que toda nuestra energía sea evocada y dedicada a amar y servir, pues podemos ser luz y esperanza si realmete somos esos testigos vivientes y ser claros que no nos dejamos seducir del mundo vanal. Aunque las tentaciones sean claras y convincentes e intensas, para nuestro Padre nada es imposible Él aumentará nuestra capacidad de renuncia al pecado, pidamos misericordia cuando caemos en esas miradas pensemos que vamos a ser hombres de mirada limpia y sincera llena de amor y bondad para representar en buen nombre a la Vírgen María...
Creo que debemos aplicar el mensaje de Jesús: "No me dejéis solo... Despertad y venid... porque ya llegan mis enemigos. Cuando se acercaron a mi los soldados para prenderme, les dije: YO SOY".
"Lo mismo repito al alma que se acerca al peligro y a la tentación: YO SOY; YO SOY, ¿vienes a prenderme y a entregarme? No importa, ven... SOY TU PADRE y si tu quieres, estás a tiempo todavía; te perdonaré y en vez de atarme tú con las cuerdas del pecado, yo te ataré a tí con ligaduras de amor" "Ven, YO SOY... SOY el que te ama y ha derramado toda su sangre por tí... El que tiene tal compasión de tú debilidad, que está esperándote con ansia para estrecharte en sus brazos".
"Ven alma de esposa... alma de sacerdote… Soy la misericordia infinita; no temas… No te rechazaré ni te castigaré… Te abriré Mi Corazón y te amaré con mayor ternura que antes. Con la Sangre de Mis Heridas lavaré las manchas de tus pecados, tu hermosura será la admiración de los ángeles y dentro de ti descansará Mi Corazón".
El Señor dijo: “Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios” ….. “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo aprovecha la luz; si es malo, el cuerpo anda ciego” (Mt. 5:8; 6:22)
Entonces podemos decir que la limpieza de corazón es la limpieza de nuestra mirada, pero a veces aún cuando el ojo sea limpio es difícil impedir que entren rafagaz de polvo e inmundicia que empañen esa mirada y la única forma de evitarlo es actuando de corazón puro, haciendo buenas obras, es decir vivir el bien aunque para tí no hayan elogios.
Recordemos que Jesús nos advirtió: “Tengan cuidado de no hacer el bien delante de la gente para que les vean, de lo contrario el Padre Celestial no les dará ningún premio”. (Mt. 6:1)
Esto quiere decir que debemos estar en guardia para no pecar y hacernos acreedores del gran premio: nuestra salvación.
María modelo de pureza
La Vírgen María es nuestro modelo perfecto, modelo de camino y José su garante protector, este es el camino mas corto para llegar al Padre, si este amor mora en nosotros si somos marcados con el gran sello de sevidores que avanzamos por el camino trazado por María obtendremos la Sabiduría plean para alcanzar a nuestro Padre.
Al mirar a la Vírgen María como un modelo a seguir lleno de virtud y perfección, formado por el Espíritu Santo en una hermosa criatura, digno de imitar, es necesaria una acción al igual que ella y para que esto se ralice debemos tener presentes y practicar:
- Su fe viva por la cual creyó sin vacilar la palabra del ángel y siguió creyendo fiel y constantemente.
- Su humildad profunda, que la llevó siempre a ocultarse, callarse, someterse en todo y colocarse siempre en el último lugar.
- Su pureza, que no ha tenido, ni tendrá jamás igual sobre la tierra.
La constitución dogmática Lumen gentium del concilio Vaticano II, después de haber presentado a María como «miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia», la declara «prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en el amor» (n. 53).
Los padres conciliares atribuyen a María la función de «tipo», es decir, de figura «de la Iglesia», tomando el término de san Ambrosio, quien, en el comentario a la Anunciación, se expresa así: «Sí, ella [María] es novia, pero virgen, porque es tipo de la Iglesia, que es inmaculada, pero es esposa: permaneciendo virgen nos concibió por el Espíritu, permaneciendo virgen nos dio a luz sin dolor» (In Ev. sec. Luc., II, 7: CCL 14, 33, 102-106). Por tanto, María es figura de la Iglesia por su santidad inmaculada, su virginidad, su «esponsalidad» y su maternidad.
Así pues, cuando el Concilio afirma que María es figura de la Iglesia, no quiere equipararla a las figuras o tipos del Antiguo Testamento; lo que desea es afirmar que en ella se cumple de modo pleno la realidad espiritual anunciada y representada.
En la maternidad divina es precisamente donde el Concilio descubre el fundamento de la relación particular que une a María con la Iglesia. La constitución dogmática Lumen gentium afirma que «la santísima Virgen, por el don y la función de ser Madre de Dios, por la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y funciones, está también íntimamente unida a la Iglesia» (n. 63). Ese mismo argumento utiliza la citada constitución dogmática para ilustrar las prerrogativas de «tipo» y «modelo», que la Virgen ejerce con respecto al Cuerpo místico de Cristo: «Ciertamente, en el misterio de la Iglesia, que también es llamada con razón madre y virgen, la santísima Virgen María fue por delante mostrando de forma eminente y singular el modelo de virgen y madre» (ib.).
La Iglesia se convierte en madre, tomando como modelo a María. A este respecto, el Concilio afirma: «Contemplando su misteriosa santidad, imitando su amor y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también la Iglesia se convierte en madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios» (ib., 64).
Las oraciones dirigidas a María por los hombres de todos los tiempos, las numerosas formas y manifestaciones del culto mariano, las peregrinaciones a los santuarios y a los lugares que recuerdan las hazañas realizadas por Dios Padre mediante la Madre de su Hijo, demuestran el extraordinario influjo que ejerce María sobre la vida de la Iglesia. El amor del pueblo de Dios a la Virgen percibe la exigencia de entablar relaciones personales con la Madre celestial. Al mismo tiempo, la maternidad espiritual de María sostiene e incrementa el ejercicio concreto de la maternidad de la Iglesia.
La Iglesia es madre y virgen. El Concilio, después de afirmar que es madre, siguiendo el modelo de María, le atribuye el título de virgen, y explica su significado: «También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo, e imitando a la Madre de su Señor, con la fuerza del Espíritu Santo, conserva virginalmente la fe íntegra, la esperanza firme y la caridad sincera» (Lumen gentium, 64).
Con todo, el Concilio, refiriendo la doctrina de san Agustín, sostiene que la Iglesia es virgen en sentido espiritual de integridad en la fe, en la esperanza y en la caridad. Por ello, la Iglesia no es virgen en el cuerpo de todos sus miembros, pero posee la virginidad del espíritu («virginitas mentis»), es decir, «la fe íntegra, la esperanza firme y la caridad sincera» (In Ioannem Tractatus, 13, 12: PL 35, 1.499).
En la carta a los Efesios san Pablo explica la relación esponsal que existe entre Cristo y la Iglesia con las siguientes palabras: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5,25-27).
El concilio Vaticano II recoge las afirmaciones del Apóstol y recuerda que «la Iglesia en la santísima Virgen llegó ya a la perfección», mientras que «los creyentes se esfuerzan todavía en vencer el pecado para crecer en la santidad» (Lumen gentium, 65).
Además, los creyentes, a pesar de estar libres «de la ley del pecado» (Rm 8,2), pueden aún caer en la tentación, y la fragilidad humana se sigue manifestando en su vida. «Todos caemos muchas veces», afirma la carta de Santiago (St 3,2). Por esto, el concilio de Trento enseña: «Nadie puede en su vida entera evitar todos los pecados, aun los veniales» (DS 1.573). Con todo, la Virgen inmaculada, por privilegio divino, como recuerda el mismo Concilio, constituye una excepción a esa regla (cf. ib.).
En este arduo camino hacia la perfección, se sienten estimulados por la Virgen, que es «modelo de todas las virtudes». El Concilio afirma que «la Iglesia, meditando sobre ella con amor y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración, penetra más íntimamente en el misterio supremo de la Encarnación y se identifica cada vez más con su Esposo» (Lumen gentium, 65).
La Iglesia vive de fe, reconociendo en «la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1,45), la expresión primera y perfecta de su fe. En este itinerario de confiado abandono en el Señor, la Virgen precede a los discípulos, aceptando la Palabra divina en un continuo «crescendo», que abarca todas las etapas de su vida y se extiende también a la misión de la Iglesia.
El Concilio subraya expresamente el papel ejemplar que desempeña María con respecto a la Iglesia en su misión apostólica, con las siguientes palabras: «En su acción apostólica, la Iglesia con razón mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que por medio de la Iglesia nazca y crezca también en el corazón de los creyentes. La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor de madre que debe animar a todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una vida nueva» (Lumen gentium, 65).
En la exhortación apostólica Marialis cultus el siervo de Dios Pablo VI, de venerada memoria, presenta a la Virgen como modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto. Esta afirmación constituye casi un corolario de la verdad que indica en María el paradigma del pueblo de Dios en el camino de la santidad: «La ejemplaridad de la santísima Virgen en este campo dimana del hecho que ella es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo, esto es, de aquella disposición interior con que la Iglesia, Esposa amadísima, estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su medio rinde culto al Padre eterno» (n. 16).
Fuentes: Biblia, Documentos Conciliares, Corazones de Jesús.-
Inspirado en la Pureza de María parte esencial en nuestra vida espiritual.-
Con amor, Mariam...
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