Salomón amaba a Yahveh y andaba según los preceptos de David su padre, pero ofrecía sacrificios y quemaba incienso en los altos.
Fue
el rey a Gabaón para ofrecer allí sacrificios, porque aquel es el alto
principal. Salomón ofreció mil holocaustos en aquel altar.
En Gabaón Yahveh se apareció a Salomón en sueños por la noche. Dijo Dios: «Pídeme lo que quieras que te dé.»
Salomón
dijo: «Tú has tenido gran amor a tu siervo David mi padre, porque él ha
caminado en tu presencia con fidelidad, con justicia y rectitud de
corazón contigo. Tú le has conservado este gran amor y le has concedido
que hoy se siente en su trono un hijo suyo.
Ahora
Yahveh mi Dios, tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi
padre, pero yo soy un niño pequeño que no sabe salir ni entrar.
Tu siervo está en medio del pueblo que has elegido, pueblo numeroso que no se puede contar ni numerar por su muchedumbre.
Concede,
pues, a tu siervo, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo,
para discernir entre el bien y el mal, pues ¿quién será capaz de juzgar a
este pueblo tuyo tan grande?»
Plugo a los ojos del Señor esta súplica de Salomón, y
le dijo Dios: «Porque has pedido esto y, en vez de pedir para ti larga
vida, riquezas, o la muerte de tus enemigos, has pedido discernimiento
para saber juzgar, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente como no lo hubo antes de ti ni lo habrá después.
También te concedo lo que no has pedido, riquezas y gloria, como no tuvo nadie entre los reyes.
Si andas por mis caminos, guardando mis preceptos y mis mandamientos, como anduvo David tu padre, yo prolongaré tus días.»
Se
despertó Salomón y era un sueño. Entró en Jerusalén y se puso delante
del arca de la alianza del Señor; ofreció holocaustos y sacrificios de
comunión y dio un banquete a todos sus servidores.
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