La unión frecuente con Cristo Eucarístico cambia forzosamente nuestra
forma de pensar y de actuar. Porque, o comulgando su Cuerpo, nos
convertimos, o permaneciendo en nuestras malas costumbres, dejamos de
comulgarlo.
Cuando recibimos la Eucaristía, Dios nos asimila en sí mismo, nos transforma en sus sarmientos, en extensiones de su amor a los hombres. Los frutos producidos de esta ventajosa unión, son increíbles. Porque apacigua nuestros miedos, transforma nuestras tristezas en alegría, y convierte nuestros odios en Amor.
Jesús, Tú eres la Vid en la que quiero insertarme para dar buenos
frutos. Sé que por mis propias fuerzas, puedo poco; pero que unido a ti,
lo puedo todo. No me deseches nunca de tu Corazón, antes bien,
concédeme ser fiel a tu presencia en mi vida. "Concédeme vivir siempre
tus mandamientos y no permitas que me separe de ti".
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