La avaricia es
uno de los pecados capitales, está prohibido por el noveno y décimo
mandamiento. (CIC 2514, 2534)
-Cristero-
ENORME FUE EL
SACRILEGIO cometido por los filisteos.
Tuvieron la
osadía de colocar el Arca santa de Dios en el altar, junto al inmundo ídolo de Dragón.
Pues si nuestro cuerpo es un templo del Espíritu Santo, y nuestro corazón un
altar, ¡cuántos renuevan la sacrílega profanación de los filisteos! Sobre el altar de su corazón, junto a Dios, del cual
son hijos por el Bautismo, han colocado el ídolo de Mammón: la avaricia.
POR ESO DICE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN EL EVANGELIO: “No podéis servir a dos señores”; o adoráis a Dios y destruís a Mammón, o
sois servidores de Mammón y enemigos de Dios.
SON TAN CELOSOS ESTOS DOS SEÑORES, que no toleran partición o comunidad de bienes: lo quieren todo, todo el
hombre. En el templo de los filisteos, el dios dragón aparecía tirado por el
suelo, después apareció despedazado. Dios no lo quería a su lado. En el corazón
del avaro, no es ya Dios quien arroja al ídolo, ahora es el hombre quien arroja
a Dios y se queda con su ídolo: las riquezas.
HAY QUE ELEGIR ENTRE ESTOS DOS SEÑORES, la elección no debiera ser difícil: ¿no es Dios el único Bien verdadero,
nuestro bien, que ha de hacernos dichosos por toda la eternidad? Y, sin
embargo, la mayoría de los hombres le han olvidado para correr en pos de
Mammón: la avaricia.
LA AVARICIA ES EL AMOR DESORDENADO A LOS BIENES
TERRENOS. Con qué palabras tan tristes, con qué acentos tan
persuasivos nos reprocha Jesús esta ansiedad, este afán, ese deseo diabólico:
“No os inquietéis por vuestra vida sobre qué comeréis, ni por vuestro cuerpo
sobre qué vestiréis, ni sobre qué poseeréis. Mirad los pájaros del cielo y los lirios del campo”, son seres irracionales y,
sin embargo, no son codiciosos como vosotros.
Y no mueren ni de hambre, ni de sed, ni de frío. Si
Dios se preocupa desde el insecto más pequeño hasta el más sutil hilo de hierba
que dura un día y después se seca, ¿no se preocupará de vosotros que estáis
dotados de un alma inmortal? Lo que siempre os debe preocupar, lo que con todo
interés debéis buscar es la salvación del alma, el reino de Dios y su justicia.
Lo demás se os dará por añadidura.
LOS HOMBRES, EN CAMBIO, HAN OLVIDADO LA PALABRA DE
DIOS. Lo principal, para muchos, es tener qué comer, qué
gozar, poseer bienes y riquezas; Para muchos, el alma, Dios, su justicia, esto
es una añadidura.
LA AVARICIA LA DEFINE SANTO TOMÁS: “es el amor desordenado de las riquezas” Tratemos de comprender la
fealdad de la avaricia, y después hagámonos una pregunta que tal vez nunca nos
la hayamos hecho: ¿soy por ventura un avaro?
1.
¿QUÉ ES LA
AVARICIA?
EN LA VIDA QUE DE SAN FRANCISCO ESCRIBIÓ SAN BUENAVENTURA, nos dejó una imagen muy clara de la avaricia.
Pasando en cierta ocasión San Francisco con uno de sus
compañeros por la Puglia, y poco después de salir de Bari, encontró en el
camino una gran bolsa que parecía estar repleta de dinero. El compañero indicó
con insistencia al Pobrecillo de Asís cuán conveniente sería recoger la bolsa
para distribuir el dinero entre los pobres. Rehusó el siervo de Dios acceder a
esta petición, sospechando que en aquella bolsa se escondía, sin duda, algún
ardid diabólico... A consecuencia de esta repulsa se apartaron de aquel lugar y
se apresuraron a continuar el viaje comenzado.
Más no quedó tranquilo aquel religioso llevado de una
falsa piedad, llegando hasta el extremo de reprender a San Francisco y acusándole
de no querer socorrer a los pobres.
Consintió el santo en volver al lugar mencionado para
descubrir el ardid del diablo. Vueltos al lugar en donde estaba la bolsa, y
hecha primero oración fervorosa, mandó al religioso que levantara la bolsa de
la tierra.
Extendió éste la mano para recogerla, pero he aquí que
al hacerlo salió de la bolsa una descomunal serpiente, la cual al desaparecer
con la bolsa, demostró bien a las claras haberse encerrado allí un engaño
diabólico.
ENTONCES SAN FRANCISCO DIJO A SU COMPAÑERO: «Hermano carísimo, el amor al dinero no es para los siervos de Dios otra
cosa sino una venenosa serpiente» (C. VII, n. 5).
SÍ, LA AVARICIA ES UN DEMONIO, UNA VENENOSA SERPIENTE que nos atormenta durante nuestra vida, en la hora de nuestra muerte y
durante nuestra eternidad:
* DURANTE NUESTRA VIDA.
“La avaricia es un suplicio al que voluntariamente se
condenan los avaros para el resto de su vida.
Se sienten devorados por una sed rabiosa de acumular
riquezas, de amontonar dinero; y esta sed les atormenta implacablemente. Están
delirando noche y día haciendo sus cálculos, pensando en nuevas adquisiciones y
especulaciones; no se preocupan de otra cosa, no hablan de otra cosa.
Dios, la vida eterna no cuentan para nada en su vida,
absorbida por el afán de correr tras el dinero, como el perro tras la liebre”. Vale
más comer un pedazo de pan tranquilamente con nuestra familia en gracia de
Dios, que ser dueño de muchas riquezas viviendo en continuos sobresaltos.
* EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE.
Fue llamado un buen sacerdote junto al lecho de un
viejo avaro moribundo. El ministro de Dios le hablaba de la vida eterna, ya
próxima; le insinuaba que arreglara su conciencia, pero él le dejaba hablar y
después le hacía las preguntas más extrañas: «Puesto que venís de la ciudad,
decidme: ¿cómo está la tasa de cambio con Francia? ¿Continúa bajando el precio de la lana? ¿A cómo se vende el trigo? Me interesa
saberlo porque tengo una gran cantidad para vender». El padre, con tristeza,
preguntó: «¿Y no sentís ninguna preocupación, no os interesa vuestra alma?»
Pero no comprendía el comerciante que el negocio del alma es el más importante,
el único negocio. Viendo que todos sus esfuerzos eran inútiles, el buen
sacerdote le advirtió claramente que la puerta estaba abierta y que era
necesario partir pronto, y, por lo tanto, se dispusiera a recibir los
Sacramentos.
Al oír el avaro estas graves palabras comenzó a gritar
frenéticamente: «No puedo, no puedo». Y estrechando convulsivamente la bolsa
que guardaba bajo la almohada, murió sumido en la desesperación (San
Bernardino).
¡QUÉ MUERTE TERRIBLE! Otros, al morir, se abrazan con el crucifijo; “pero tú, avaro, abrazaste
la bolsa de dinero, abrazaste a tu dios Mammón; ya se encargará la muerte de
poner las cosas en claro”.
* Y DURANTE NUESTRA ETERNIDAD.
Cuando Simón Mago ofreció dinero a los Apóstoles para
comprar el poder comunicar el Espíritu Santo, San Pedro lo reprendió con
indignación.
Simón Mago quería comprar el Espíritu Santo y sus
dones; los avaros, hacen una transacción semejante, ellos no quieren comprar al
Espíritu Santo, sino que lo venden, venden por dinero al Espíritu Santo y sus
dones.
Y EN EL DÍA DEL JUICIO, EN AQUEL DÍA DE LA JUSTICIA,
SE LEVANTARÁ CRISTO PARA JUZGAR AL AVARO y le dirá: «Tú me has vendido (como Judas), me has vendido por treinta
monedas: pues yo por menos te entrego a los tormentos del infierno».
SE LEVANTARÁ SAN PEDRO CLAMANDO INDIGNADO, como un día ante Simón Mago, y le dirá: «¡Fuera de aquí, y que tu dinero
sea para tu perdición!»
SE PONDRÁ EN PIÉ SAN PABLO y repetirá lo que escribió a los fieles de Corinto: «Ni los ladrones, ni
los avaros, ni los rapaces poseerán el reino de Dios» (I Cor. 6, 10).
SE LEVANTARÁN LOS ÁNGELES Y LAS CRIATURAS para condenarle eternamente.
Y por toda la eternidad estará el avaro maldiciendo su
insensatez: «¿Qué es lo que hice? He preferido las delicias de la tierra a las
del cielo. He amado más el placer de un momento que el bien eterno. He
antepuesto la riqueza a Dios.
¿Qué es el oro y la plata sino un poco de polvo
amarillo o blanco, que únicamente es precioso en la imaginación de los
hombres? Y por este puñado de polvo he perdido a Dios».
2.
¿SOMOS POR
VENTURA AVAROS?
EL PROFETA JEREMÍAS, HABLANDO CON EL PUEBLO DE
ISRAEL, DECÍA: «Todos, todos están llenos de rapiñas y de fraudes»
(Jerem. 6, 13).
PUEDE SER QUE ALGUNOS, AL ESCUCHAR mi predicación, hayan dicho en su interior: «Ay, yo no soy avaro; no soy
avara».
PERO, PREGUNTO, ¿REALMENTE NO SOMOS AVAROS? «Yo nunca he robado.» El que roba es un ladrón; y no se necesita robar
para ser avaro. «Yo no soy rico, Yo vivo de mi modesto salario.» No sólo los
ricos, sino también los pobres pueden ser avaros.
HEMOS DICHO QUE LA AVARICIA CONSISTE EN AMAR DESORDENADAMENTE
LAS COSAS. ¿Qué son esos malos tratos dados a los padres
ancianos, esos coartarles la libertad al hacer el testamento, ese deseo de que
se mueran cuanto antes, qué es todo eso sino una avaricia refinada? ¿Qué son
esos odios eternos entre hermanos por la repartición de la herencia, sino
avaricia consumada?
Fijad la atención en vuestro comercio o negocio:
precios injustos, mentiras, fraudes, envidia de aquel que progresa más en su
negocio, calumnias para ver si puede arruinarle... todo esto es avaricia.
¿Se nos atora el bolsillo a la hora de dar limosna?
Y si algo regalamos a alguien, ¿no será de lo peorcito
que tenemos, o lo regalamos porque nos estorba?
¡El muy avaro hasta come mal, hasta viste mal, hasta
no sale de paseo, con tal de no gastar dinero! Y cuando compra algo, a la hora
de contar el cambio, es extremadamente minucioso en examinar que no le falte ni
la más pequeña monedita.
TODAS LAS NOCHES, ANTES DE ENTREGARNOS AL DESCANSO, preguntémonos a nosotros mismos: «¿Qué pensamiento me ha dominado todo el
día? ¿Aquel trabajo, aquel negocio, aquella ganancia, aquel cliente?... Y en
Dios, ¿cuántas veces he pensado? Ninguna o pocas veces».
PUES ESTO ES AVARICIA: donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón.
TAMBIÉN, EXAMINEMOS QUÉ PEDIMOS CASI SIEMPRE A DIOS EN
NUESTRAS PLEGARIAS: ¿salud, comodidades, dinero,
prosperidades...? ¿Pedimos muchas veces esto? ¿Y por la salvación del alma, y
por el reino de Dios? ¿Poco?
PUES ESTO ES AVARICIA QUE NO NOS DEJA OÍR EL DIVINO
CONSEJO: «Buscad primeramente el reino de Dios, y todo lo
demás se os dará por añadidura».
CONCLUSIÓN
SÓCRATES, RICO FILÓSOFO TEBANO, notando que la avaricia surgía en su corazón, tomó una gran bolsa repleta
de dinero y se encaminó a la ribera del mar, y al arrojarla en sus aguas
profundas exclamó: Mergam vos, ne mergar a vobis: ¡Las sumerjo, para que
ustedes no me sumerjan a mí!
DESPRENDAMOS
NUESTRO CORAZÓN DE LAS COSAS TERRENAS y no las amemos más que a Dios.
ES PREFERIBLE QUE SE PIERDAN NUESTRAS RIQUEZAS y nuestros dineros, que no nosotros y nuestros hijos en el infierno
eterno.
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