MARÍA TIENE PODER PARA DEFENDER A LOS QUE LA INVOCAN EN LAS TENTACIONES DEL DEMONIO
-Santísima Virgen-
1. María
vence al mal
No sólo María santísima es reina del cielo y de los santos, sino que
también ella tiene imperio sobre el infierno y los demonios por haberlos
derrotado valientemente con su poder. Ya desde el principio de la Humanidad,
Dios predijo a la serpiente infernal la victoria y el dominio que había de
ejercer sobre él nuestra reina al anunciar que vendría al mundo una mujer que
lo vencería: “Pondré enemistades entre ti y la mujer... Ella quebrantará tu
cabeza” (Gn 3, 15). ¿Y quién fue esta mujer su enemiga sino María, que con su
preciosa humildad y vida santísima siempre venció y abatió su poder? “En aquella
mujer fue prometida la Madre de nuestro Señor Jesucristo”, dice san Cipriano. Y
por eso argumenta que Dios no dijo “pongo”, sino “pondré”, para que no se
pensara que se refería a Eva. Dice pondré enemistad entre ti y la mujer para
demostrar que esta triunfadora de Satán no era la Eva allí presente, sino que
debía de ser otra mujer hija suya que había de proporcionar a nuestros primeros
padres mayor bien, dice san Vicente Ferrer, que aquellos de que nos habían
privado al cometer el pecado original. María es, pues, esa mujer grandiosa y
fuerte que ha vencido al demonio y le ha aplastado la cabeza abatiendo su
soberbia, como lo dijo Dios: “Ella quebrantará tu cabeza”. Cuestionan algunos
si estas palabras se refieren a María o a Jesucristo, porque los Setenta
traducen: “Él quebrantará tu cabeza...”
Pero en cualquier caso, sea el Hijo por medio de la Madre o la Madre
por virtud del Hijo, han desbaratado a Lucifer y, con gran despecho suyo, ha
quedado aplastado y abatido por esta Virgen bendita, como dice san Bernardo.
Por lo cual vencido en la batalla, como esclavo, se ve forzado a obedecer las
órdenes de esta reina. “Bajo los pies de María, aplastado y triturado, sufre
absoluta servidumbre”. Dice san Bruno que Eva, al dejarse vencer de la
serpiente nos acarreó tinieblas y muerte; pero la santísima Virgen, venciendo
al demonio nos trajo la luz y la vida. Y lo amarró de modo que el enemigo no
puede ni moverse ni hacer el menor mal a sus devotos.
2. María
nos libra del maligno
Hermosa es la explicación que da Ricardo de San Lorenzo de aquellas
palabras de los Proverbios: “En ella confía el corazón de su marido que no
tendrá necesidad de botín” (Pr 31, 11), y dice: “Confía en ella el corazón de
su esposo, es decir, Cristo; y es que ella enriquece a su esposo con los
despojos que le quita al diablo”. “Dios ha confiado a María el corazón de Jesús
a fin de que ella corra con el cuidado de hacerlo amar de los hombres”. Así lo
explica Cornelio a Lapide. Y de ese modo no le faltarán despojos, es decir,
almas rescatadas que ella le consigue despojando al infierno, salvándolas de
los demonios con su potente ayuda.
Ya se sabe que la palma es señal de la victoria; por eso nuestra reina
está colocada en excelso trono a vista de todas las potestades como palma signo
de victoria segura, que es lo que se pueden prometer todos los que se colocan
bajo su amparo. “Extendí mis ramos como palma de Cadés” (Ecclo 24, 18), es
decir, para defender, como añade san Alberto Magno. Hijos, parece decirnos
María, cuando os asalta el enemigo recurrid a mí, miradme y confiad, porque en
mí que os defiendo veréis también lograda nuestra victoria”. Y es que recurrir
a María es el medio segurísimo para vencer todas las asechanzas del infierno,
porque ella, dice san Bernardino de Siena, tiene señorío sobre los demonios y
el infierno, a quienes domeña y abate. Que por eso María es llamada terrible
contra las potestades infernales como ejército bien disciplinado. “Terribles
como ejército en orden de batalla” (Ct 6, 3), porque sabe combinar muy bien su
poder, su misericordia y sus plegarias para confundir a sus enemigos y en
beneficio de sus devotos, que en las tentaciones invocan su potente socorro.
“Y, como la vida, di frutos de suave aroma” (Ecclo 24, 23). “Yo, como
la vid –le hace decir el Espíritu Santo–, he dado frutos de suave fragancia”.
“Dicen –explica san Bernardo referente a este pasaje– que al florecer las viñas
se ahuyentan los reptiles venenosos”. Así también tienen que huir los demonios
de las almas afortunadas que tienen aromas de la devoción de María. También por
esto María es llamada “cedro”. “Como cedro ha sido exaltada en el Líbano”
(Ecclo 24, 17). No sólo porque así como el cedro es incorruptible, así María no
sufrió la corrupción del pecado, sino también porque, como dice el cardenal Hugo
a este respecto, como el cedro con su penetrante olor ahuyenta a las
serpientes, así María con su santidad pone en fuga a los demonios.
3. María
nos asegura la victoria
En Israel, por medio del arca se ganaban las batallas. Así vencía
Moisés a sus enemigos. “Al tiempo de elevar el arca decía Moisés: Levántate,
Señor, y que sean dispersados tus enemigos” (Nm 10, 35). Así fue conquistada
Jericó, así fueron derrotados los filisteos. “Allí estaba el arca de Dios” (1R
14, 18). Ya es sabido que el arca fue figura de María. “El arca que contenía el
maná, o sea, Cristo, es la santísima Virgen que consigue la victoria sobre los
malvados y los demonios”. Y como en el arca se encontraba el maná, así en María
se encuentra Jesús, del que igualmente fue figura el maná, por medio de este
arca se obtiene la victoria sobre los enemigos de la tierra y del infierno. Por
eso dice san Bernardino de Siena que cuando María, arca del Nuevo Testamento,
fue elevada a ser reina del cielo, quedó muy débil y abatido el poderío del demonio
sobre los hombres.
“¡Cómo tiemblan ante María y su nombre
poderosísimo los demonios en el infierno!”, exclama san Buenaventura. El santo
compara a estos enemigos con aquellos de los que habla Job: “Fuerzan de noche
las casas... y si los sorprende la aurora la ven como las sombras de la muerte”
(Jb 24, 16). Los ladrones van a robar las casas de noche; pero si en eso les
sorprende la aurora, huyen como si se les apareciera la sombra de la muerte. Lo
mismo, dice san Buenaventura, sucede cuando los demonios entran en un alma si
ésta se encuentra espiritualmente a oscuras. Pero en cuanto al alma le viene la
gracia y la misericordia de María, esta hermosa aurora disipa las tinieblas y
pone en huida a los enemigos infernales como se huye de la muerte. ¡Bienaventurado
el que siempre, en las batallas contra el infierno, invoca el hermosísimo
nombre de María!
Dios reveló a santa Brígida que ha concedido tan gran poder a María
para vencer a los demonios, que cuantas veces asaltan a un devoto de la Virgen
que pide su ayuda, a la menor señal suya huyen despavoridos, prefiriendo que se
les multipliquen los tormentos del infierno a verse dominados por el poder de
María.
“Como lirio entre espinas, así es mi amiga entre las vírgenes” (Ct 2,
2). Comentando estas palabras en que el esposo divino alaba a su amada esposa
cuando la compara con la azucena entre espinas, que así es su amada entre
todas, reflexiona Cornelio a Lapide y dice: “Así como la azucena es remedio
contra las serpientes y sus venenos, así invocar a María es remedio
especialísimo para vencer todas las tentaciones, sobre todo las de impureza,
como lo comprueban quienes lo practican.
Decía san Juan Damasceno: “Oh Madre de Dios, teniendo una confianza
invencible en ti, me salvaré. Perseguiré a mis enemigos teniendo por escudo tu
protección y tu omnipotente auxilio”. Lo mismo puede decir cada uno de nosotros
que gozamos la dicha de ser los siervos de esta gran reina: Oh Madre de Dios,
si espero en ti jamás seré vencido, porque defendido por ti perseguiré a mis enemigos,
y oponiéndoles como escudo tu protección y tu auxilio omnipotente, los venceré.
El monje Jacobo, doctor entre los padres griegos, hablando de María con el
Señor, así le dice: “Tú, Señor mío, me has dado esta Madre como un arma
potentísima para vencer infaliblemente a todos mis enemigos”.
Se lee en el Antiguo Testamento que el Señor, desde Egipto hasta la
tierra de promisión, guiaba a su pueblo durante el día con una nube en forma de
columna, y por la noche con una columna de fuego (Ex 13, 21). En esta nube en
forma de columna y en esta columna en forma de fuego, dice Ricardo de San
Lorenzo, está figurada María y sus dos oficios que ejercita constantemente para
nuestro bien; como nube nos protege de los ardores de la divina justicia, y
como fuego nos protege de los demonios. Es ella como columna de fuego, afirma
el santo, porque como la cera se derrite ante el fuego, así los demonios
pierden sus fuerzas ante el alma que con frecuencia se encomienda a María y
trata devotamente de imitarla.
4. María
es nombre de victoria contra el mal
“¡Cómo tiemblan los demonios –afirma san Bernardo– con sólo oír el
nombre de María!” “Al nombre de María se dobla toda rodilla. Y los demonios no
sólo temen, sino que al oír esta voz se estremecen de terror”. “Así como los
hombres –dice Tomás de Kempis– caen por tierra espantados cuando oyen el
estampido de un trueno cercano, así caen derribados los demonios cuando oyen
que se nombra a María”. ¡Qué maravillosas victorias han obtenido sobre sus
enemigos los devotos de María con sólo invocar su nombre! Así lo venció san
Antonio de Papúa; así el beato Enrique Susón; así tantos otros amantes de
María. Refieren las relaciones de las misiones del Japón que a un cristiano se
le presentaron muchos demonios en forma de animales feroces para amenazarlo y
espantarlo, pero él les dijo: “No tengo armas con qué asustaros; si lo permite
el Altísimo, haced de mí lo que os plazca. Pero, eso sí, tengo en mi defensa
los dulcísimos nombres de Jesús y de María”. Apenas dijo esto cuando a la voz
de estos nombres tremendos se abrió la tierra y se tragó a los espíritus
soberbios. San Anselmo asegura con su experiencia haber visto y conocido a
muchos que al nombrar a María se habían visto libres de los peligros.
“Glorioso y admirable es tu nombre, ¡oh María! –exclama san
Buenaventura–. Los que lo pronuncian en la hora de la muerte no temen, pues los
demonios, al oírlo, al punto dejan tranquila el alma”. Muy glorioso y admirable
es tu nombre, oh María; los que se acuerdan de pronunciarlo en la hora de la
muerte no tienen ningún miedo al infierno, porque los demonios, en cuanto oyen
que se nombra a María, al instante dejan en paz a esa alma. Y añade el santo
que no temen tanto en la tierra los enemigos a un gran ejército bien armado,
como las potestades del infierno al nombre de María y a su protección. “Tú,
Señora –dice san Germán–, con la sola invocación de tu nombre potentísimo
aseguras a tus siervos contra todos los asaltos del enemigo.
5. María
ayuda a superar toda tentación
¡Ah! Si las criaturas tuvieran cuidado de invocar el nombre de María
con toda confianza, en las tentaciones, ciertamente, nunca caerían. Sí, porque
como dice el beato Alano, al oír este sublime nombre huye el demonio y se
estremece el infierno. “Satán huye y tiembla l infierno cuando digo: Ave
María”. También reveló la misma reina a santa Brígida que hasta de los
pecadores más perdidos y más alejados de Dios y más poseídos del demonio huye
enseguida el enemigo en cuanto sienten que ellos invocan en su ayuda con
verdadera voluntad de enmendarse el poderosísimo nombre de ella. Pero añadió la
Virgen que los demonios, si el alma no se enmienda y no arroja de sí el pecado
con la contrición, pronto retornan y siguen poseyéndola.
EJEMPLO
María
asiste a un devoto suyo
En Reischersperg vivía Arnoldo, canónigo regular muy devoto de la
santísima Virgen. Estando para morir recibió los santos sacramentos y rogó a
los religiosos que no le abandonasen en aquel trance. Apenas había dicho esto,
a la vista de todos comenzó a temblar, se turbó su mirada y se cubrió de frío
sudor, comenzando a decir con voz entrecortada: “¿No veis esos demonios que me
quieren arrastrar a los infiernos?” Y después gritó: “Hermanos, invocad para mí
la ayuda de María; en ella confío que me dará la victoria”. Al oír esto
empezaron a rezar las letanías de la Virgen, al decir: Santa María, ruega por
él, dijo el moribundo: “Repetid, repetid el nombre de María, que siento como si
estuviera ante el tribunal de Dios”. Calló un breve tiempo y luego exclamó: “Es
cierto que lo hice, pero luego también hice penitencia”. Y volviéndose a la
Virgen le suplicó: “Oh María, yo me salvaré si tú me ayudas”.
Enseguida los demonios le dieron un nuevo asalto, pero él se defendía
haciendo la señal de la cruz con un crucifijo e invocando a María. Así pasó
toda aquella noche. Por fin, llegada la mañana, ya del todo sereno, Arnoldo
exclamó: “María, mi Señora y mi refugio, me ha conseguido el perdón y la
salvación”. Y mirando a la Virgen que le invitaba a seguirlo, le dijo: “Ya voy,
Señora, ya voy”. Y haciendo un esfuerzo para incorporarse, no pudiendo seguirla
con el cuerpo, suspirando dulcemente la siguió con el alma, como esperamos a la
gloria bienaventurada.
ORACIÓN ANTE EL PELIGRO
María, esperanza mía, mira a tus
pies a un pobre pecador tantas veces por mi culpa esclavo del mal. Reconozco
que me dejé vencer del enemigo por no acudir a ti, refugio mío. Si a ti hubiera
siempre recurrido y siempre te hubiera invocado, jamás hubiera caído.
Espero, Señora y Madre, haber salido
por tu medio del mal y que Dios me habrá perdonado. Pero temo caer de nuevo en
sus cadenas. Sé que mis enemigos desean perderme y me preparan nuevos asaltos y
tentaciones. Ayúdame tú, mi reina y mi refugio. Tenme bajo tu protección; no
consientas que de nuevo me vea esclavo del pecado.
Sé que siempre que te invoque me
ayudarás a salir victorioso. Virgen santísima, que siempre de ti me acuerde, sobre
todo al encontrarme en la batalla; haz que no deje de invocarte diciendo:
“María, ayúdame; ayúdame, María”.
Y cuando llegue la hora de mi
muerte, reina mía, asísteme entonces como nunca; haz tú misma que me acuerde de
invocarte con la boca y el corazón con más frecuencia para que, expirando con
tu dulce nombre en los labios y el de tu Hijo Jesús, pueda ir a bendeciros y
alabaros para no separarme de vosotros por toda la eternidad en el paraíso.
Amén.
(“Las
Glorias de María” – San Alfonso María de Ligorio)
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