LA RIVALIDAD ENTRE HERMANOS
Gén 25,20-34
Cuando Isaac tenía cuarenta años, tomó por esposa a Rebeca, hija de Betuel,
arameo de Padán Aram, y hermana de Labán, arameo. Isaac rezó a Dios por su
mujer, que era estéril. El Señor le escuchó y Rebeca, su mujer, concibió. Pero
las criaturas se maltrataban en su vientre y ella dijo: “En estas condiciones,
¿vale la pena vivir?”. Y fue a consultar al Señor. El Señor le respondió: “Dos
naciones hay en tu vientre, dos pueblos se separan en tus entrañas: un pueblo
vencerá al otro y el mayor servirá al menor”. Cuando llegó el parto, resultó
que tenía gemelos en el vientre. Salió primero uno, todo pardo y peludo como un
manto, y lo llamaron Esaú. Detrás salió su hermano, agarrado con la mano del
talón de Esaú, y lo llamaron Jacob. Tenía Isaac sesenta años cuando nacieron.
Crecieron los chicos. Esaú se hizo un experto cazador, hombre agreste, mientras
que Jacob se hizo honrado beduino. Isaac prefería a Esaú porque le gustaban los
platos de caza, Rebeca prefería a Jacob.
Un día que Jacob estaba guisando un potaje, volvía Esaú agotado del campo.
Esaú dijo a Jacob: “Déjame comer de eso pardo, que estoy agotado” -por eso le
llaman Edom. Respondió Jacob: “Si me vendes ahora mismo tus derechos de
primogenitura”. Esaú replicó: “Yo estoy que me muero: ¿qué me importan los
derechos de primogénito?”. Dijo Jacob: “Júramelo ahora mismo”. Se lo juró y
vendió a Jacob sus derechos de primogénito. Jacob dio a Esaú pan con potaje de
lentejas. Él comió, bebió, se alzó, se fue y así malvendió Esaú sus derechos de
primogénito.
Génesis 25, 20-34
El Dios de la Biblia es un Dios que
quiere conducir a la humanidad hacia una vida plena sin quitarle, no obstante,
la libertad. Pero dado que esta vida es necesariamente una vida con otros, no
resulta evidente cómo usar la propia libertad correctamente. En el libro del
Génesis este tema de la vida con otros queda ilustrado, en una especie de
microcosmos, por las historias de hermanos y hermanas. Los relatos de Caín y
Abel, Ismael e Isaac, Esaú y Jacob, Lía y Raquel, y finalmente José y sus
hermanos nos ayudan a reflexionar acerca de la posibilidad de una vida común
entre individuos que, aún siendo similares, presentan también diferencias,
donde no siempre es fácil el entendimiento y donde la envidia resulta una
amenaza permanente.
La historia de Jacob y su hermano Esaú es
particularmente elocuente a este respecto. Cuando, después de un tiempo de
esterilidad, Dios escucha la oración de Isaac por su esposa y permite que
Rebeca quede encinta, la nueva vida que germina en ella no estará exenta de
problemas. En lugar de un manantial sereno es más bien un torrente que lleva a
Rebeca a la desesperación. Al presentar su desazón ante el Señor en oración,
recibe por toda respuesta una promesa enigmática (v. 23): tendrá dos hijos que
se convertirán en dos naciones y, al final, la mayor servirá a la menor.
Aquí se condensa la historia entera de la
humanidad, vista desde la perspectiva de la rivalidad. Ésta comienza en el
mismo momento del nacimiento, pues el hijo menor aparece cogiendo a su hermano
mayor del talón, como si estuviera intentando atraparlo. También se trata de un
juego de palabras con el nombre de Jacob, que contiene la palabra “talón”. El
resto de la historia enfatiza las diferencias entre los dos hermanos –uno es un
hombre de acción, dinámico, siempre fuera, el favorito del padre; mientras que
el otro es más reflexivo, más introvertido, se queda en casa, es el amado de su
madre.
No obstante, la promesa divina contiene
un giro inesperado: el mayor servirá al menor. Este es el leitmotiv de todas
las escrituras hebreas y cristianas: la entrada de Dios en el mundo provoca una
inversión de los valores humanos. Abel (Génesis 4), Isaac (Génesis 21), José
(Génesis 37 y siguientes) y David (1 Samuel 16) son los preferidos de Dios en
contra de las reglas sociales. Este aspecto llega a su máxima expresión en
Jesús, con el que, tal y como canta su madre “[Dios] derriba del trono a los
poderosos y ensalza a los humildes” (Lucas 1, 52). Continúa en la existencia de
la Iglesia cristiana, donde “Dios ha elegido a los débiles del mundo para
humillar a los fuertes” (1 Corintios 1, 27). La ley del más fuerte no es ya,
pues, inexorable y se abre un espacio para la reconciliación y la solidaridad.
Sin embargo, esta historia no representa
esta verdad de la fe de manera inequívoca. Aunque Esaú es físicamente más
fuerte, Jacob es más inteligente, está más centrado en su victoria final. El
autor bíblico demuestra menos simpatía por el hermano mayor, que sólo piensa en
sus necesidades inmediatas y se desentiende de cuestiones más importantes. No
obstante, el triunfo de Jacob es fugaz. Esaú obtendrá su venganza y Jacob
necesitará el largo viaje de una vida entera hasta quedar despojado de todo,
haciendo posible una reconciliación y el cumplimiento de la promesa divina.
¿Cuál de los dos
hermanos me cae mejor? ¿Por qué?
¿Acaso la envidia y
la rivalidad son inevitables? ¿Qué vías sugiere la Escritura para escapar de
ellas?
¿Conozco algunos
ejemplos en los que Dios ensalce a los humildes, donde el poder y la
inteligencia humanos no tengan la última palabra?
¿Podemos convivir con
gente muy distinta a nosotros? ¿Qué lo hace posible?.
Así pues,
cuando pensemos sobre quienes son nuestros "hermanos" tenemos
necesariamente que comenzar pensando en aquéllos con quienes compartimos padre,
madre, crianza o familia. Sin embargo, tanto la Biblia como la ciencia
nos aseguran de que, remontándonos a la antigüedad, todos los seres humanos
descendemos de una misma madre. Entonces, si es que de veras
tenemos interés en el bienestar presente y futuro de nuestros
"verdaderos" hijos y hermanos, tal vez es saludable que ahora
tomemos unos momentos para comenzar a pensar de nuevo sobre qué es lo que es
VERDADERAMENTE importante en esta vida, y sobre el significado de aquellas
sabias preguntas del Antiguo y del Nuevo Testamentos:
-"¿Qué
acaso soy yo el guardián de mi hermano?" ("¿Es que tenemos nosotros
alguna obligación de velar por el bienestar de nuestros hermanos?"), y
-"¿Quién
es mi prójimo?" ("¿A quiénes tenemos la obligación moral de
considerar realmente como nuestros hermanos?")
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