lunes, 10 de junio de 2013

LA RIVALIDAD


LA RIVALIDAD ENTRE HERMANOS
Gén 25,20-34

Cuando Isaac tenía cuarenta años, tomó por esposa a Rebeca, hija de Betuel, arameo de Padán Aram, y hermana de Labán, arameo. Isaac rezó a Dios por su mujer, que era estéril. El Señor le escuchó y Rebeca, su mujer, concibió. Pero las criaturas se maltrataban en su vientre y ella dijo: “En estas condiciones, ¿vale la pena vivir?”. Y fue a consultar al Señor. El Señor le respondió: “Dos naciones hay en tu vientre, dos pueblos se separan en tus entrañas: un pueblo vencerá al otro y el mayor servirá al menor”. Cuando llegó el parto, resultó que tenía gemelos en el vientre. Salió primero uno, todo pardo y peludo como un manto, y lo llamaron Esaú. Detrás salió su hermano, agarrado con la mano del talón de Esaú, y lo llamaron Jacob. Tenía Isaac sesenta años cuando nacieron. Crecieron los chicos. Esaú se hizo un experto cazador, hombre agreste, mientras que Jacob se hizo honrado beduino. Isaac prefería a Esaú porque le gustaban los platos de caza, Rebeca prefería a Jacob.



Un día que Jacob estaba guisando un potaje, volvía Esaú agotado del campo. Esaú dijo a Jacob: “Déjame comer de eso pardo, que estoy agotado” -por eso le llaman Edom. Respondió Jacob: “Si me vendes ahora mismo tus derechos de primogenitura”. Esaú replicó: “Yo estoy que me muero: ¿qué me importan los derechos de primogénito?”. Dijo Jacob: “Júramelo ahora mismo”. Se lo juró y vendió a Jacob sus derechos de primogénito. Jacob dio a Esaú pan con potaje de lentejas. Él comió, bebió, se alzó, se fue y así malvendió Esaú sus derechos de primogénito.
Génesis 25, 20-34

El Dios de la Biblia es un Dios que quiere conducir a la humanidad hacia una vida plena sin quitarle, no obstante, la libertad. Pero dado que esta vida es necesariamente una vida con otros, no resulta evidente cómo usar la propia libertad correctamente. En el libro del Génesis este tema de la vida con otros queda ilustrado, en una especie de microcosmos, por las historias de hermanos y hermanas. Los relatos de Caín y Abel, Ismael e Isaac, Esaú y Jacob, Lía y Raquel, y finalmente José y sus hermanos nos ayudan a reflexionar acerca de la posibilidad de una vida común entre individuos que, aún siendo similares, presentan también diferencias, donde no siempre es fácil el entendimiento y donde la envidia resulta una amenaza permanente.

La historia de Jacob y su hermano Esaú es particularmente elocuente a este respecto. Cuando, después de un tiempo de esterilidad, Dios escucha la oración de Isaac por su esposa y permite que Rebeca quede encinta, la nueva vida que germina en ella no estará exenta de problemas. En lugar de un manantial sereno es más bien un torrente que lleva a Rebeca a la desesperación. Al presentar su desazón ante el Señor en oración, recibe por toda respuesta una promesa enigmática (v. 23): tendrá dos hijos que se convertirán en dos naciones y, al final, la mayor servirá a la menor.

Aquí se condensa la historia entera de la humanidad, vista desde la perspectiva de la rivalidad. Ésta comienza en el mismo momento del nacimiento, pues el hijo menor aparece cogiendo a su hermano mayor del talón, como si estuviera intentando atraparlo. También se trata de un juego de palabras con el nombre de Jacob, que contiene la palabra “talón”. El resto de la historia enfatiza las diferencias entre los dos hermanos –uno es un hombre de acción, dinámico, siempre fuera, el favorito del padre; mientras que el otro es más reflexivo, más introvertido, se queda en casa, es el amado de su madre.

No obstante, la promesa divina contiene un giro inesperado: el mayor servirá al menor. Este es el leitmotiv de todas las escrituras hebreas y cristianas: la entrada de Dios en el mundo provoca una inversión de los valores humanos. Abel (Génesis 4), Isaac (Génesis 21), José (Génesis 37 y siguientes) y David (1 Samuel 16) son los preferidos de Dios en contra de las reglas sociales. Este aspecto llega a su máxima expresión en Jesús, con el que, tal y como canta su madre “[Dios] derriba del trono a los poderosos y ensalza a los humildes” (Lucas 1, 52). Continúa en la existencia de la Iglesia cristiana, donde “Dios ha elegido a los débiles del mundo para humillar a los fuertes” (1 Corintios 1, 27). La ley del más fuerte no es ya, pues, inexorable y se abre un espacio para la reconciliación y la solidaridad.

Sin embargo, esta historia no representa esta verdad de la fe de manera inequívoca. Aunque Esaú es físicamente más fuerte, Jacob es más inteligente, está más centrado en su victoria final. El autor bíblico demuestra menos simpatía por el hermano mayor, que sólo piensa en sus necesidades inmediatas y se desentiende de cuestiones más importantes. No obstante, el triunfo de Jacob es fugaz. Esaú obtendrá su venganza y Jacob necesitará el largo viaje de una vida entera hasta quedar despojado de todo, haciendo posible una reconciliación y el cumplimiento de la promesa divina.

- ¿Cuál de los dos hermanos me cae mejor? ¿Por qué?

- ¿Acaso la envidia y la rivalidad son inevitables? ¿Qué vías sugiere la Escritura para escapar de ellas?

- ¿Conozco algunos ejemplos en los que Dios ensalce a los humildes, donde el poder y la inteligencia humanos no tengan la última palabra?

- ¿Podemos convivir con gente muy distinta a nosotros? ¿Qué lo hace posible?.
  
 

Así pues, cuando pensemos sobre quienes son nuestros "hermanos" tenemos necesariamente que comenzar pensando en aquéllos con quienes compartimos padre, madre, crianza o familia.  Sin embargo, tanto la Biblia como la ciencia nos aseguran de que, remontándonos a la antigüedad, todos los seres humanos descendemos de una misma madre.   Entonces, si es que de veras tenemos interés en el bienestar presente y futuro de nuestros "verdaderos" hijos y hermanos,  tal vez es saludable que ahora tomemos unos momentos para comenzar a pensar de nuevo sobre qué es lo que es VERDADERAMENTE importante en esta vida, y sobre el significado de aquellas sabias preguntas del Antiguo y del Nuevo Testamentos: 
 
 -"¿Qué acaso soy yo el guardián de mi hermano?" ("¿Es que tenemos nosotros alguna obligación de velar por el bienestar de nuestros hermanos?"), y 

 -"¿Quién es mi prójimo?" ("¿A quiénes tenemos la obligación moral de considerar realmente como nuestros hermanos?")





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