SÉ TU MISMO EL
SACRIFICIO
Y EL SACERDOTE DE DIOS
De los sermones de san Pedro Crisólogo
Y EL SACERDOTE DE DIOS
De los sermones de san Pedro Crisólogo
Os exhorto, por la misericordia de Dios,
nos dice san Pablo. Él nos exhorta, o mejor dicho, Dios nos exhorta
por medio de él. El Señor se presenta como quien ruega porque
prefiere ser amado que temido, y le agrada más mostrarse como Padre que
aparecer como Señor. Dios, pues, suplica por misericordia para no tener
que castigar con rigor.
Escucha cómo suplica el
Señor: «Mirad y contemplad en mí vuestro mismo cuerpo,
vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y
si ante lo que es propio de Dios teméis, ¿por qué no
amáis al contemplar lo que es de vuestra misma naturaleza? Si
teméis a Dios como Señor, ¿por qué no acudís
a él como Padre?
»Pero quizá sea la inmensidad
de mi pasión, cuyos responsables fuisteis vosotros, lo que os confunde.
No temáis. Esta cruz no es mi aguijón, sino el aguijón de
la muerte. Estos clavos no me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en
mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos, lo que
hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser
extendido en la cruz os acoge con un seno más dilatado pero no aumenta
mi sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago
de vuestro precio.
»Venid, pues, retornad, y
comprobaréis que soy un padre, que devuelvo bien por mal, amor por
injurias, inmensa caridad como paga de las muchas heridas».
Pero escuchemos ya lo que nos dice el
Apóstol: Os exhorto -dice-, a presentar vuestros cuerpos.
Al rogar así, el Apóstol eleva a todos los hombres a la
dignidad del sacerdocio: A presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio
cristiano: el hombre es, a la vez, sacerdote y víctima! El cristiano ya
no tiene que buscar fuera de sí la ofrenda que debe inmolar a Dios:
lleva consigo y en sí mismo lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la
víctima como el sacerdote permanecen intactos: la víctima
sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio no
podría matar esta víctima.
Misterioso sacrificio en que el cuerpo es
ofrecido sin inmolación del cuerpo, y la sangre se ofrece sin
derramamiento de sangre. Os exhorto, por la misericordia de Dios -dice-,
a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
Este sacrificio, hermanos, es como una
imagen del de Cristo que, permaneciendo vivo, inmoló su cuerpo por la
vida del mundo: él hizo efectivamente de su cuerpo una hostia
viva, porque, a pesar de haber sido muerto, continúa viviendo. En
un sacrificio como éste, la muerte tuvo su parte, pero la víctima
permaneció viva, la muerte resultó castigada, la víctima,
en cambio, no perdió la vida. Así también, para los
mártires, la muerte fue un nacimiento: su fin, un principio, al
ajusticiarlos encontraron la vida y, cuando, en la tierra, los hombres pensaban
que habían muerto, empezaron a brillar resplandecientes en el
cielo.
Os exhorto, por la misericordia de Dios,
a presentar vuestros cuerpos como hostia viva. Es lo mismo que ya
había dicho el profeta: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
pero me has preparado un cuerpo.
Hombre, procura, pues, ser tú mismo
el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te
ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la santidad, que
la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la
cruz defienda tu frente, que en tu pecho more el conocimiento de los misterios
de Dios, que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso:
toma en tus manos la espada del Espíritu: haz de tu corazón un
altar, y así, afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como
sacrificio.
Dios te pide fe, no desea tu muerte; tiene
sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu
buena voluntad.
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