MARÍA NOS SALVA
De “El Secreto Admirable del Santísimo Rosario” – S. Luis M. Grignion de Montfort
Mientras
Santo Domingo predicaba el rosario cerca de Carcasona, le presentaron
un albigense poseído del demonio. Exorcizólo el Santo en presencia de
una gran muchedumbre. Se cree que estaban presentes más de doce mil
hombres. Los demonios que poseían a este infeliz fueron obligados a
responder, a pesar suyo, a las preguntas del Santo y confesaron:
1.º que eran quince mil los que poseían el cuerpo de aquel miserable, porque había atacado los quince misterios del rosario;
2.º
que con el rosario que Santo Domingo predicaba causaba terror y espanto
a todo el infierno y que era el hombre más odiado por ellos a causa de
las almas que arrebataba con la devoción del rosario;
3.º revelaron, además, muchos otros particulares.
Santo
Domingo arrojó su rosario al cuello del poseso y les preguntó que de
todos los santos del cielo, a quién temían más y a quién debían amar más
los mortales.
A
esta pregunta los demonios prorrumpieron en alaridos tan espantosos que
la mayor parte de los oyentes cayó en tierra, sobrecogidos de espanto.
Los espíritus malignos, para no responder, comenzaron a llorar y
lamentarse en forma tan lastimera y conmovedora, que muchos de los
presentes empezaron también a llorar movidos por natural compasión. Y
decían en voz dolorida por la boca del poseso: “¡Domingo! ¡Domingo! ¡Ten
piedad de nosotros! ¡Te prometemos no hacerte daño! Tú que tienes
compasión de los pecadores y miserables, ¡ten piedad de nosotros! ¡Mira
cuánto padecemos! ¿Por qué te complaces en aumentar nuestras penas?
¡Conténtate con las que ya padecemos! ¡Misericordia! ¡Misericordia!
¡Misericordia!”
El
Santo, sin inmutarse ante las dolientes palabras de los espíritus, les
respondió que no dejaría de atormentarlos hasta que hubieran respondido a
sus preguntas. Dijéronle los demonios que responderían, pero en secreto
y al oído, no ante todo el mundo. Insistió el Santo, y les ordenó que
hablaran en voz alta. Pero su insistencia fue inútil: los diablos no
quisieron decir palabra. Entonces, el Santo se puso de rodillas y elevó a
la Santísima Virgen esta plegaria: “¡Oh excelentísima Virgen María!
¡Por virtud de tu salterio y rosario, ordena a estos enemigos del género
humano que respondan a mi pregunta!” Hecha esta oración, salió una
llama ardiente de las orejas, nariz y boca del poseso. Los presentes
temblaron de espanto, pero ninguno sufrió daño. Los diablos gritaron
entonces: “Domingo, te rogamos por la pasión de Jesucristo y los méritos
de su Santísima Madre y de todos los santos, que nos permitas salir de
este cuerpo sin decir palabra. Los ángeles, cuando tú lo quieras, te lo
revelarán. ¿Por qué darnos crédito? No nos atormentes más: ¡ten piedad
de nosotros!”
“¡Infelices
sois e indignos de ser oídos!”, respondió Santo Domingo. Y,
arrodillándose, elevó esta plegaria a la Santísima Virgen: “Madre
dignísima de la Sabiduría, te ruego en favor del pueblo aquí presente
–instruido ya sobre la forma de recitar bien la salutación angélica–.
¡Obliga a estos enemigos tuyos a confesar públicamente aquí la plena y
auténtica verdad al respecto!”
Había
apenas terminado esta oración, cuando vio a su lado a la Santísima
Virgen rodeada de multitud de ángeles que con una varilla de oro en la
mano golpeaba al poseso y le decía: “¡Responde a Domingo, mi servidor!”
Nótese que nadie veía ni oía a la Santísima Virgen, fuera de Santo
Domingo.
Entonces los demonios comenzaron a gritar:
“¡Oh
enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del
cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh
abogada de los pecadores, a quienes sacas del infierno; oh camino seguro
del cielo!, seamos obligados –a pesar nuestro– a confesar delante de
todos lo que es causa de nuestra confusión y ruina? ¡Ay de nosotros!
¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas!
¡Oíd,
pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente, y puede impedir
que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa las
tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas,
rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras
tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en
su servicio se condena con nosotros. Un solo suspiro que Ella presente a
la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos
de todos los santos. La tememos más que a todos los bienaventurados
juntos y nada podemos contra sus fieles servidores.
Tened
también en cuenta que muchos cristianos que la invocan al morir y que
deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su
intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta –así la llamaban en su furia– no se
hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos
derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la
infidelidad a todas sus jerarquías! Tenemos que añadir, con mayor
claridad y precisión –obligados por la violencia que nos hacen–, que
nadie que persevere en el rezo del rosario se condenará. Porque Ella
obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados,
para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos.”
Entonces,
Santo Domingo hizo rezar el rosario a todos los asistentes muy lenta y
devotamente. Y a cada avemaría que recitaban –¡cosa sorprendente!– salía
del cuerpo del poseso gran multitud de demonios en forma de carbones
encendidos. Cuando salieron todos los demonios y el hereje quedó
completamente liberado, la Santísima Virgen dio su bendición –aunque
invisiblemente– a todo el pueblo, que con ello experimentó sensiblemente
gran alegría.
Este milagro fue causa de la conversión de muchos herejes, que llegaron hasta ingresar en la Cofradía del Santo Rosario.
DIOS CONTIGO
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