MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA
Mc 6, 17-29
J. Mateos-F. Camacho, Marcos. Texto y Comentario.
Ediciones El Almendro. Córdoba
v. 17: Porque el tal Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, debido a Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con la que se había casado
Herodes priva a Juan de su libertad, impidiéndole
continuar su actividad; la medida de Herodes no hace caso de la opinión del
pueblo, que veía en Juan un enviado divino. Sin embargo, aunque es Herodes
quien da la orden de encarcelar a Juan, otra persona lo ha instigado a hacerlo,
Herodías, mujer de su hermano Filipo, a la que Herodes había tomado por esposa.
vv. 18-19: Porque Juan le decía a Herodes: «No te está permitido tener como tuya la mujer de tu hermano». Herodías, por su parte, se la tenía guardada a Juan y quería quitarle la vida, pero no podía...
vv. 18-19: Porque Juan le decía a Herodes: «No te está permitido tener como tuya la mujer de tu hermano». Herodías, por su parte, se la tenía guardada a Juan y quería quitarle la vida, pero no podía...
Juan no era parcial con los poderosos y denunció
esa injusticia. La frase no te está permitido apela a la Ley, que prohíbe ese
matrimonio (Ex 20,17; Lv 18,16; 20,21). La más sensible a esta denuncia es
Herodías, la adúltera. La denuncia de Juan desacredita ante el pueblo al poder
político y puede crear una fuerte opinión popular contraria a Herodes que provoque
la intervención romana o que decida a Herodes a despedir a Herodías. Esta teme
por su posición y su poder; Juan es una amenaza para ella.
v. 20: porque Herodes sentía temor de Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo tenía protegido. Cuando lo escuchaba quedaba muy indeciso, pero le gustaba escucharlo.
v. 20: porque Herodes sentía temor de Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo tenía protegido. Cuando lo escuchaba quedaba muy indeciso, pero le gustaba escucharlo.
Herodías se
propone quitar la vida a Juan, pero hay un obstáculo a su propósito, el temor
que siente Herodes por Juan, al que considera un hombre justo, es decir, de
conducta agradable a Dios y aprobada por él, y santo o consagrado por Dios, un
profeta. Conociendo la hostilidad de Herodías, Herodes protege a Juan de sus
maquinaciones y no consiente darle muerte. Es más, se siente atraído por Juan,
habla familiarmente con él y lo escucha con gusto, aunque no deje de exigirle
que se separe de Herodías. Cogido entre el influjo de ésta y el discurso de
Juan, Herodes queda irresoluto. El peligro para Herodías es extremo; ella no
respeta al profeta, es el prototipo de la impiedad.
El episodio de la muerte de Juan tiene dos lecturas
paralelas. Mc lo desarrolla en un plano narrativo, pero dejando ver a través de
él un segundo plano, en el que los personajes adquieren un carácter representativo.
Los notables judíos de Galilea han renunciado a la idea de un Mesías enviado
por Dios; tienen al pueblo sometido y lo utilizan para ganarse el favor del rey
ilegítimo. Son ellos los principales responsables de la muerte de Juan
Bautista.
v. 21: Llegó el día oportuno cuando Herodes, por su aniversario, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a los notables de Galilea.
v. 21: Llegó el día oportuno cuando Herodes, por su aniversario, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a los notables de Galilea.
El día
oportuno es la ocasión propicia para que Herodías cumpla su designio de matar a
Juan (6,19). Todo lo que sigue está, por consiguiente, preparado por ella. El
banquete de cumpleaños era para los judíos una costumbre pagana (Gn 40,20; Est
1,3). Se celebra la vida de Herodes, el poder absoluto, y con él la celebran
los representantes de todos los estamentos del poder. Los magnates son
probablemente los gobernadores de distrito, poder político asociado y
dependiente del de Herodes; los oficiales son los jefes de las cohortes, poder
militar al servicio de Herodes; los notables de Galilea son los miembros de la
aristocracia judía, poder económico aliado con Herodes.
En el plano representativo, al adulterio público de
Herodes y Herodías corresponde la infidelidad a Dios de los dirigentes judíos,
llamada «adulterio» en el lenguaje de los profetas: los notables de Galilea
están en el banquete de Herodes, perseguidor de Juan, reconociéndolo por rey
legítimo. Estos son «los herodianos» (3,6; 8,15; 12,13). La figura de Herodías,
la adúltera, representa a estos dirigentes.
vv. 22-23: Entró la hija de la dicha Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a
sus comensales. El rey le dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras, que te lo
daré». Y le juró repetidas veces: «Te daré cualquier cosa que me pidas, incluso
la mitad de mi reino».
Aparece otro personaje, la hija de Herodías, sin
nombre, que se define por su madre: no tiene personalidad propia. El oficio de
bailarina en un banquete era propio de esclavas y la hija de Herodías se presta
a actuar como tal; danza para divertir a Herodes y a sus invitados; humillante
adulación al poder. La muchacha está en edad de casarse. Representa al pueblo
sin voluntad propia y juguete en manos de los dirigentes (los paralelos con la
hija de Jairo: 5,35 y 6,22: hija; 5,41.42 y 6,28: muchacha, muestran que la
madre representa a la clase dirigente y la hija al pueblo sometido).
Herodes, muy complacido, se compromete solemnemente
a dar un premio a la muchacha, dejándolo a su arbitrio. De aquí en adelante desaparecen
los nombres propios: Herodes es el rey; Herodías, la madre, subrayando el
carácter representativo de los personajes. El rey se considera dueño de todo y
con poder para todo (cualquier cosa que me pidas); aunque sea la mitad de mi
reino (cf. Est 5,3.6), promesa desmesurada.
v. 24: Salió ella y le preguntó a su madre: « ¿Qué le pido?» La madre le contestó:
«La cabeza de Juan Bautista».
La muchacha no tiene voluntad propia; mostrando su total dependencia, va a preguntar a su madre, que ha urdido toda la trama. La promesa se hizo a la hija, pero decide la madre, que busca sólo su propio interés: eliminar a Juan. Su adúltera participación en el poder vale más que la vida del profeta. Por medio de su hija, somete a Herodes. No quiere la mitad del reino, quiere todo el reino.
La muchacha no tiene voluntad propia; mostrando su total dependencia, va a preguntar a su madre, que ha urdido toda la trama. La promesa se hizo a la hija, pero decide la madre, que busca sólo su propio interés: eliminar a Juan. Su adúltera participación en el poder vale más que la vida del profeta. Por medio de su hija, somete a Herodes. No quiere la mitad del reino, quiere todo el reino.
v. 25: Entró ella en seguida, a toda prisa, adonde estaba el rey, y le pidió:
«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
Mc subraya la inmadurez de la joven: entra en
seguida, a toda prisa, sin criticar ni juzgar la decisión de la madre ni
considerar si era o no favorable para ella: es una esclava de su madre. Exige
(quiero) que se cumpla su petición sin tardar (inmediatamente). El banquete de
aniversario, que pretendía celebrar la vida, se convierte en un banquete de
muerte (en una bandeja).
vv. 26-28: El rey se entristeció mucho, pero, debido a los juramentos hechos ante los
convidados, no quiso desairarla. El rey mandó inmediatamente un verdugo, con
orden de que le llevara la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, le
llevó la cabeza en una bandeja y se la dio a la muchacha: y la muchacha se la
dio a su madre.
En el poder civil hay un resto de humanidad; Herodes estimaba a Juan y sabe que lo que le piden no es sólo una injusticia, sino un desprecio a Dios (6,20: «justo y santo»); pero un rey no puede quedar en mal lugar, perdería su prestigio. Por encima de lo humano están los intereses del poder. Ninguna reacción por parte de los invitados: al rey le está permitido todo, es dueño de la vida de sus súbditos. La joven da la cabeza a la madre, quedándose sin nada. La madre consigue su propósito, acallar definitivamente la voz del Bautista.
En el poder civil hay un resto de humanidad; Herodes estimaba a Juan y sabe que lo que le piden no es sólo una injusticia, sino un desprecio a Dios (6,20: «justo y santo»); pero un rey no puede quedar en mal lugar, perdería su prestigio. Por encima de lo humano están los intereses del poder. Ninguna reacción por parte de los invitados: al rey le está permitido todo, es dueño de la vida de sus súbditos. La joven da la cabeza a la madre, quedándose sin nada. La madre consigue su propósito, acallar definitivamente la voz del Bautista.
Se deduce que Juan no había denunciado solamente el
adulterio personal de Herodes, sino también el connubio entre los dirigentes
judíos y el poder del tetrarca. La muerte de Juan a manos del poder civil, por
instigación del poder judío (Herodías), preludia la muerte de Jesús.
v. 29: Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.
v. 29: Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.
Los discípulos de Juan entierran el cadáver: todo
ha terminado, incluso para sus discípulos; un cadáver no tiene vida ni futuro.
No habrá continuación. Como los discípulos de Juan no siguen a Jesús, no
pueden hacer más que dar testimonio del fin de su maestro.
El fin de Juan se narra cuando Jesús va a manifestarse como Mesías y, para eso, ya no hace falta más preparación. Los Doce, por su parte, están preparando al pueblo para un proyecto vano, pues Jesús no va a restaurar a Israel.
El fin de Juan se narra cuando Jesús va a manifestarse como Mesías y, para eso, ya no hace falta más preparación. Los Doce, por su parte, están preparando al pueblo para un proyecto vano, pues Jesús no va a restaurar a Israel.
COMENTARIO
Diario Bíblico.
Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
Herodes había ordenado que prendieran a Juan y lo tenía encadenado en la prisión por causa de Herodías, la mujer de su hermano Herodes Filipo, con quien se había casado. Y Juan, un hombre libre con la libertad que da creer sólo en Dios, constantemente le echaba en cara aquello: "No te está permitido tener a la mujer de tu hermano".
Herodías odiaba
a Juan, porque era lo único que se interponía entre ella y sus ambiciones. Ella
conocía bien a Herodes y temía que la crítica de Juan le hiciera mella; veía
cómo le impactaba lo que Juan decía y cómo regresaba perplejo.
El caso es que
Herodías se la tenía jurada a Juan y quería asesinarlo, pero no veía cómo
hacerlo, hasta que llegó la oportunidad: un día en que Herodes organizó un gran
banquete con motivo de su cumpleaños, e invitó a todos los de la corte, a los
tribunos romanos y a los principales de Galilea. Entonces la hija de Herodías
salió a bailar, toda provocación de la cabeza a los pies, y se dio cuenta de
que Herodes no le quitaba la vista. No era la mirada del padrastro orgulloso de
la belleza de la hija de su esposa; era algo más. Y eso mismo había en las
miradas de los otros. Les agradó. Les gustó.
Herodes
entonces, queriendo complacerla y complacerse, le dijo a la muchacha:
"Pídeme lo que quieras y te lo daré... incluso si me pides la mitad de mi
reino te juro que te lo doy". Ya estaba dicho: la mitad del reino. La
insinuación era clara: le estaba ofreciendo hacerla reina... No era,
obviamente, el partir el reino en dos, sino el compartirlo; eso era lo que le
ofrecía.
Herodías vio
una doble oportunidad: de reafirmarse como la única reina, y de quitarse de una
vez para siempre la amenaza de Juan. Y cuando su hija le preguntó qué le
convenía pedir a Herodes, le dijo sin vacilar: "La cabeza de Juan el
Bautista".
COMENTARIO
Dominicos 2003
Dichosos los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos
(Jesús)
Juan dio su sangre como supremo testimonio por el
nombre de Cristo (Prefacio)
La escena que hoy recoge el texto evangélico la
hemos comentado ya en varias ocasiones. Juan Bautista, profeta denunciador de
pecados, voz de trueno que remueve conciencias, precursor del Señor, es objeto
de caprichos femeninos llenos de odio y venganza, que piden en una bandeja la
cabeza del pregonero de la verdad.
Hagamos una pausa, y consideremos cuántas veces en
la historia habrá sucedido este hecho: que quien denuncia la mentira y defiende
la verdad, que quien condena el pecado y proclama la virtud, que quien fustiga
la injusticia y pregona la dignidad humana, haya sido objeto de burla y
condenado ante tribunal impío. Ni siquiera el Precursor se libró de ello. Mas
¿por qué encarecemos lo de “el precursor”, si Jesús mismo fue condenado
injustamente por decirse Hijo del Padre, Mesías y Salvador?
ORACIÓN:
Reconocemos, Señor, nuestra imbecilidad; nos da
sonrojo ver la cabeza de Juan en la bandeja de gloria y triunfo de una
pecadora. Pero tememos, Señor, de nosotros mismos, pues somos capaces de volver
a herir al inocente y condenar al justo. Ilumina nuestras mentes para que
seamos fieles servidores de la verdad. Amén.
Palabra
que desafía al miedo
Profeta Jeremías 1, 17- 19:
“En aquellos días recibí esta palabra del Señor: Tú
cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No tengas miedo a
tus adversarios, pues, si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira: yo te
convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce
frente a todo el país; frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los
sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque
yo estoy contigo para librarte”.
En este texto se da, primero, una confesión de
debilidad. El profeta teme a sus perseguidores. Pero Dios sale en su defensa y
le asegura su presencia, gracia, fortaleza y premio. Al fin, siempre vence –por
gracia- el mensajero del Señor.
Evangelio según san Marcos 6,
17-29:
“En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a
Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se
había casado con Herodías, mujer de su hermano Felipe, y Juan le decía que no
le era lícito tener la mujer de su hermano. Pero Herodías aborrecía a Juan y
quería quitarlo de en medio. Más no acababa de conseguirlo, porque Herodes lo
respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. En muchos
asuntos seguía su parecer y lo escuchaba con gusto.
La ocasión de la venganza llegó cuando Herodes, por
su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates... La hija de Herodías danzó y
gustó mucho a Herodes y a los convidados, y el rey le dijo a la joven: pídeme
lo que quieras, que te lo doy... Ella le dijo: quiero que ahora mismo me des en
una bandeja la cabeza de Juan el Bautista… Y el rey mandó a uno de su guardia
que trajese la cabeza de Juan el Bautista...”
Este párrafo nos pone en guardia: no caigamos los
creyentes en la tentación de pensar que Dios, que está con nosotros, nos
librará de todo desatino humano. Dios no obra así. Hará siempre justicia, pero
no en nuestra forma y tiempo.
Momento
de reflexión
Difícil papel el de ser profeta
El texto de Jeremías nos recuerda la difícil misión
asignada al profeta en un contexto que muchas veces es adverso. Aunque Jeremías
se sintiera, por gracia de Dios, convertido simbólicamente en plaza fuerte,
muralla y columna de hierro, la realidad era que se veía sometido a duros
sufrimientos y persecuciones, como lo serán los profetas del futuro.
La situación de Jeremías pasa por una escena
parecida a la que el Evangelio relata sobre Juan el Bautista, y ésa podría
aplicarse a todos los evangelizadores, pues éstos de una u otra forma tienen
que sufrir adversidades en el mundo.
La vida en servicio a la fe, a la verdad y a la
justicia, siempre supone notable carga sobre los hombros de quienes la
mantienen.
Crueldad femenina, la de
Herodías.
En cuanto a la reflexión sobre el texto evangélico,
ponderemos los contrastes que en él aparecen: Herodes es un pecador, infiel a
la vida matrimonial; y Juan le denuncia su conducta, porque esta era obligación
del profeta. Como Juan es honrado en sus planteamientos, Herodes, a pesar de
sentirse herido, le cobra cierto afecto, como se tiene afecto a quien dice la
verdad, aunque nos duela, si somos mínimamente honestos. En cambio, Herodías no
quiere saber nada de la justicia y fidelidad; está dominada por las pasiones de
la carne, del poder, de la gloria; y está dispuesta a acabar con Juan. A esto
se llamaría perfidia. La oportunidad servida por Herodes la aprovecha al
máximo: la cabeza de Juan el Bautista es el precio de un baile y de una promesa
halagadora.
¡No es así como hemos de conducirnos en la vida, si
tratamos de salvar un mínimo de verdad, justicia, respeto, libertad, amor!
COMENTARIO
ACI
18. Véase Lev. 18, 16: "No descubrirás la
desnudez de la mujer de tu hermano; es la desnudez de tu hermano".
26. ¿Qué valía un juramento hecho contra Dios? Fue el respeto humano, raíz de tantos males, lo que determinó a Herodes a condescender con el capricho de una mujer desalmada. No teme a Dios, pero teme el juicio de algunos convidados ebrios como él. Cf. Mat. 14, 9 y nota: "A pesar de que se afligió el rey, en atención a su juramento, y a los convidados, ordenó que se le diese". Herodes no estaba obligado a cumplir un juramento tan contrario a la Ley divina y fruto del respeto humano. S. Agustín, imitando a San Pablo (I Cor. 4, 4 s.), decía: "Pensad de Agustín lo que os plazca; todo lo que deseo, todo lo que quiero y lo que busco, es que mi conciencia no me acuse ante Dios".
26. ¿Qué valía un juramento hecho contra Dios? Fue el respeto humano, raíz de tantos males, lo que determinó a Herodes a condescender con el capricho de una mujer desalmada. No teme a Dios, pero teme el juicio de algunos convidados ebrios como él. Cf. Mat. 14, 9 y nota: "A pesar de que se afligió el rey, en atención a su juramento, y a los convidados, ordenó que se le diese". Herodes no estaba obligado a cumplir un juramento tan contrario a la Ley divina y fruto del respeto humano. S. Agustín, imitando a San Pablo (I Cor. 4, 4 s.), decía: "Pensad de Agustín lo que os plazca; todo lo que deseo, todo lo que quiero y lo que busco, es que mi conciencia no me acuse ante Dios".
EL MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA
Imágen Google-Arreglos MariamContigo |
Evangelio: Mc 6, 17-29 Herodes había mandado apresar a Juan y le había encadenado en la cárcel a
causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo; porque se había casado con
ella y Juan le decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu
hermano». Herodías le odiaba y quería matarlo, pero no podía: porque Herodes
tenía miedo de Juan, ya que se daba cuenta de que era un hombre justo y santo.
Y le protegía y al oírlo le entraban muchas dudas; y le escuchaba con gusto.
Cuando llegó un día propicio, en el que Herodes por
su cumpleaños dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los
principales de Galilea, entró la hija de la propia Herodías, bailó y gustó a
Herodes y a los que con él estaban a la mesa. Le dijo el rey a la muchacha:
—Pídeme lo que quieras y te lo daré.
—Pídeme lo que quieras y te lo daré.
Y le juró varias veces:
—Cualquier cosa que me pidas te daré, aunque sea la
mitad de mi reino.
Y, saliendo, le dijo a su madre:
— ¿Qué le pido?
—La cabeza de Juan el Bautista —contestó ella.
Y al instante, entrando deprisa donde estaba el
rey, le pidió:
—Quiero que enseguida me des en una bandeja la
cabeza de Juan el Bautista.
El rey se entristeció, pero por el juramento y por
los comensales no quiso contrariarla. Y enseguida el rey envió a un verdugo con
la orden de traer su cabeza. Éste se marchó, lo decapitó en la cárcel y trajo
su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha y la muchacha la entregó a
su madre. Cuando se enteraron sus discípulos, vinieron, tomaron su cuerpo
muerto y lo pusieron en un sepulcro.
Santa Pureza
Parece, y es verdad, que en todo momento
debemos ser puros. "¿Qué tal la virtud de la Pureza?", he preguntado
en ocasiones en la dirección espiritual. "Bien..., normal...", suelen
responder. Y, a continuación, prosiguen con algo así como que, en ese aspecto,
no tienen problemas, pues, son personas sencillas, ocupadas en sus cosas, que
procuran no herir a sus semejantes y cumplir las propias obligaciones con
justicia. Está claro, que no han comprendido la pregunta; que posiblemente
existe en este caso, como en otros, una indeseable alianza entre la ignorancia
y la falta de exigencia en el sujeto, que conduce a que muchos ni siquiera
lleguen a plantearse vivir la sexualidad con los criterios de Jesucristo.
Porque la Pureza –la Santa Pureza– es la virtud cristiana gracias a la cual se
regula la capacidad generativa de acuerdo con la recta razón iluminada por la
fe. Por lo tanto, no viven esta virtud humana y cristiana, los que incurren,
consigo mismos o con otros, en acciones deshonestas, contrarias a la castidad,
o se ponen en peligro de cometerlas.
El pasaje de san Mateo que hoy consideramos,
presenta una situación de clamorosa deshonestidad. No podemos detenernos en
analizar con detalle el caso. Tomamos ocasión, en cambio, de aquel triste
suceso para suplicar para todos la limpieza de corazón y de cuerpo, que, como
anunció Jesucristo en las bienaventuranzas, es imprescindible para contemplar a
Dios: Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios. La virtud de
la castidad, sin ser la primera en el orden de las virtudes, es, sin embargo,
imprescindible para vivir otras muchas, entre ellas, la caridad: el amor a Dios
y al prójimo en qué consiste la esencia de la perfección cristiana.
Nos serviremos de algunos textos de san
Josemaría, tomados todos ellos de Camino, para continuar nuestra meditación
sobre esta virtud:
¿Pureza? —preguntan. Y se sonríen. —Son los
mismos que van al matrimonio con el cuerpo marchito y el alma desencantada... ¡Cuántas
veces nos encontramos por desgracia con esta paradoja! Es una pretendida
alegría por haber "superado" lo que algunos llaman
"perjuicios" únicamente religiosos. Esa falsa risa, tantas veces
inducida por la moda, por el qué dirán..., por no ser menos..., viene a ser
como el "canto del cisne": el preludio de una amargura y un
desengaño, de los que algunos luego no saben o no quieren retornar. Porque
parece claro –de modo especial en ciertos ambientes culturales– que la vida
pública, la calle..., no colabora positivamente con el ejercicio de esta
virtud. El cristiano comprometido con su fe lo sabe. No le resulta extraño, por
consiguiente, vivir contracorriente en este aspecto de su vida, ni se deja
amedrentar por sentirse solo y hasta raro entre una sociedad que parece haber
cambiado sus fines naturales. Los hijos de Dios, responsables y orgullosos de
su condición, no se arredran:
Hace falta una cruzada de virilidad y de
pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre
es una bestia.
—Y esa cruzada es obra vuestra, asegura
también San Josemaría. La verdad no se consigue ni se garantiza por mayoría. La
Historia de la Salvación cuenta con abundante experiencia en este sentido.
Recordemos, sin ir más lejos, a aquellos pocos discípulos de Jesús que lograron
cambiar la cultura de todo un imperio; eso sí, a costa de sí mismos. Hoy como
ayer los cristianos estamos convencidos del triunfo de Dios con nosotros, o
también, el triunfo de los hombres en la causa de Dios: las puertas del
infierno no prevalecerán contra Ella, nos tiene asegurado Cristo. La Iglesia y
su tan controvertida doctrina no pueden dejar de triunfar. ¡Ojalá queramos
estar del lado de los que van a ganar!
Además, no es para tanto. Sólo parece
imposible a los que han claudicado sin apenas lucha: sin el empeño por la
virtud que ponen en otros ideales, quizá no tan nobles.
Cuando te decidas con firmeza a llevar vida
limpia, para ti la castidad no será carga: será corona triunfal. En efecto,
asegura el Santo de lo ordinario, la pureza cuesta menos –aunque siempre habrá
que esforzarse– si hay una decisión firme de vivir limpiamente, de evitar las
ocasiones de pecado, como evita el contagio infeccioso quien quiere permanecer
sano. Porque el que vive esta virtud, aunque note humana y espiritualmente sus
efectos, está en condiciones de valorar su excelencia, sin recurrir al
autoengaño de los que dicen sentirse bien, cuando se dejan arrastrar por sus
pasiones y debilidades. Así lo recuerda también san Josemaría:
Me escribías, médico apóstol: "Todos
sabemos por experiencia que podemos ser castos, viviendo vigilantes,
frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin
dejar que tome cuerpo la hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan
los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos
dominan los tímidos, egoístas,
falsarios y crueles, que son características de poca virilidad". Recordemos
la actitud de Herodes.
La fortaleza necesaria para vivir esta virtud
no será, casi nunca, un alarde de resistencia en los momentos de tentación,
sino la energía humilde de quien es consciente de su debilidad y no consiente
con la ocasión: No tengas la cobardía de ser "valiente": ¡huye! Así
lo aconsejaba el Fundador de la Obra y así se lo pedimos a Santa María, Madre
nuestra.
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