El Señor y
San Pedro llegaron cierto día, al anochecer, a un pequeño pueblo de
Galilea. Estaban demasiado cansados de
caminar y de predicar desde por la mañana, bajo un sol calcinante.
Durmamos
aquí, Maestro, sugirió Pedro. Lo que soy yo no puedo dar ni un paso mas.
Ni yo,
confirmó el Señor. Este ha sido un día muy agitado y difícil.
Al frente de
ellos estaba la primera casa y hacia su puerta se dirigieron, con paso tardo y
agobiado.
Apenas
golpearon apareció una anciana. ¿Qué puedo servirles?-preguntó.
La paz sea
contigo, buena mujer, saludó el Señor, con su habitual cortesía. Quisiéramos
saber si podrías darnos posada por esta noche. Venimos de muy lejos y nos
caemos de la fatiga.
El problema
es que no tengo disponible sino una habitación. Tiene un camarote de dos
puestos, pero ocurre que allí, al lado, duerme también un loco.
¿Y es bravo?,
indagó Pedro, preocupado.
No siempre,
explicó la mujer. Sin embargo, de noche, de vez en cuando, se levanta y le da
un garrotazo al primer extraño que ve.
Pedro codeó
al Señor. Vámonos mejor, Maestro, susurró. No podemos arriesgarnos.
Calma Pedro,
aconsejó el Señor. A lo mejor esta noche el desdichado duerme como un bendito.
Quedémonos.
Pero, Señor,
insistió el apóstol. Un garrotazo es cosa seria.
No te
preocupes. Pedro.
Entrando a la
habitación comprobaron que el loco roncaba en su camastro como una caldera.
¿Te das
cuenta, Pedro?, comentó el Señor, señalándolo. Este no despertará hasata mañana
bien entrado el día. Ya lo verás.
Dios lo oiga, Señor , contestó el apóstol, y rectificó al insatante: Mejor dicho, usted mismo se oiga.
Ten fe Pedro.
El Señor
ocupó la parte superior del camarote y Pedro la inferior. Poco después, ambos dormían plácidamente.
El apóstol
soñaba que, montado en su barca de pescador, arrastraba una red repleta de
peces de todos los tamaños.
¡Qué
magnifica pesca!, decía radiante de satisfacción.
Llegado a la
playa empezó a contar y a separar los peces plateados y aleteantes.
Entonces,
¡zas!, sonó el garrotazo en sus espaldas y despertó. Sin decir nada, el loco
regresó al camastro y se tapo la cabeza con la manta.
¡Diablos!, murmuró
Pedro, oyendo respirar apaciblemente al Señor. Este duermo como un niño. ¡Y yo
aquí dolido por tamaño garrotazo! ¡No es justo! Lo despertaré y cambiaré de
lugar con él. Así si ese desgraciado demente vuelve a despertar no me golpeará
a mí mismo sino a él. ¡Porque es seguro que regresará a sus andadas! ¡Como ya
asestó el primer garrotazo querrá repetir la hazaña! ¡Y no le daré gusto! ¡Ni
más faltaba!
Removiendo al
durmiente, le despertó.
¿Qué pasa,
Pedro?, preguntó el Señor.
Rascándose la
calva, el apòstol dijo: He estado pensando que uste peligra ahí Señor. Ese loco
puede despertarse y darle un garrotazo. Recuerde lo que contó la señora… Creo
que por su seguridad lo mejor será que cambiemos de lugar.
Bueno, Pedro,
asintió el Señor.
Y
descendiendo de su sitio ocupó el del apóstol, no tardando en dormirse otra
vez. «Ahora si descansaré en paz».
Reflexionó Pedro, ocupando la parte superior.
Horas después
el loco volvió a despertarse, garrote en mano, y, acercándose al camarote
murmuró: Bueno ya le di al de abajo.
¡Ahora le toca al de arriba!.
Y un terrible
alarido interrumpió otra vez el sueño del apóstol.
De los humorísticos asuntos del buen Dios –Hernando
Mejía García-
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