domingo, 3 de agosto de 2014

LOS ACCIDENTADOS SUEÑOS DE SAN PEDRO


El Señor y San Pedro llegaron cierto día, al anochecer, a un pequeño pueblo de Galilea.  Estaban demasiado cansados de caminar y de predicar desde por la mañana, bajo un sol calcinante.

Durmamos aquí, Maestro, sugirió Pedro. Lo que soy yo no puedo dar ni un paso mas.

Ni yo, confirmó el Señor. Este ha sido un día muy agitado y difícil.
Al frente de ellos estaba la primera casa y hacia su puerta se dirigieron, con paso tardo y agobiado.

Apenas golpearon apareció una anciana. ¿Qué puedo servirles?-preguntó.

La paz sea contigo, buena mujer, saludó el Señor, con su habitual cortesía. Quisiéramos saber si podrías darnos posada por esta noche. Venimos de muy lejos y nos caemos de la fatiga.

El problema es que no tengo disponible sino una habitación. Tiene un camarote de dos puestos, pero ocurre que allí, al lado, duerme también un loco.

¿Y es bravo?, indagó Pedro, preocupado.

No siempre, explicó la mujer. Sin embargo, de noche, de vez en cuando, se levanta y le da un garrotazo al primer extraño que ve.
Pedro codeó al Señor. Vámonos mejor, Maestro, susurró. No podemos arriesgarnos.

Calma Pedro, aconsejó el Señor. A lo mejor esta noche el desdichado duerme como un bendito. Quedémonos.

Pero, Señor, insistió el apóstol. Un garrotazo es cosa seria.

No te preocupes. Pedro.

Entrando a la habitación comprobaron que el loco roncaba en su camastro como una caldera.

¿Te das cuenta, Pedro?, comentó el Señor, señalándolo. Este no despertará hasata mañana bien entrado el día. Ya lo verás.

Dios lo oiga, Señor , contestó el apóstol, y rectificó al insatante: Mejor dicho, usted mismo se oiga.

Ten fe Pedro.

El Señor ocupó la parte superior del camarote y Pedro la inferior.  Poco después, ambos dormían plácidamente.

El apóstol soñaba que, montado en su barca de pescador, arrastraba una red repleta de peces de todos los tamaños.

¡Qué magnifica pesca!, decía radiante de satisfacción.

Llegado a la playa empezó a contar y a separar los peces plateados y aleteantes.

Entonces, ¡zas!, sonó el garrotazo en sus espaldas y despertó. Sin decir nada, el loco regresó al camastro y se tapo la cabeza con la manta.

¡Diablos!, murmuró Pedro, oyendo respirar apaciblemente al Señor. Este duermo como un niño. ¡Y yo aquí dolido por tamaño garrotazo! ¡No es justo! Lo despertaré y cambiaré de lugar con él. Así si ese desgraciado demente vuelve a despertar no me golpeará a mí mismo sino a él. ¡Porque es seguro que regresará a sus andadas! ¡Como ya asestó el primer garrotazo querrá repetir la hazaña! ¡Y no le daré gusto! ¡Ni más faltaba!

Removiendo al durmiente, le despertó.

¿Qué pasa, Pedro?, preguntó el Señor.

Rascándose la calva, el apòstol dijo: He estado pensando que uste peligra ahí Señor. Ese loco puede despertarse y darle un garrotazo. Recuerde lo que contó la señora… Creo que por su seguridad lo mejor será que cambiemos de lugar.

Bueno, Pedro, asintió el Señor.

Y descendiendo de su sitio ocupó el del apóstol, no tardando en dormirse otra vez.  «Ahora si descansaré en paz». Reflexionó  Pedro, ocupando la parte superior.

Horas después el loco volvió a despertarse, garrote en mano, y, acercándose al camarote murmuró: Bueno ya le di al de abajo. 

¡Ahora le toca al de arriba!.

Y un terrible alarido interrumpió otra vez el sueño del apóstol. 

De los humorísticos asuntos del buen Dios –Hernando Mejía García-

 

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