miércoles, 13 de agosto de 2014

VEINTITRÉS AÑOS DESPUÉS...

«ÚLTIMOS AÑOS DE LA VIDA DE MARÍA»
 Lejos de saldarse, el debate sobre el lugar donde la madre de Jesús vivió hasta su muerte sigue vigente. Los argumentos a favor y en contra de Jerusalén y Efeso. El presunto hallazgo, hace más de un siglo, de la casa de la Virgen en Turquía sigue dando qué hablar. 
Fuentes: Sergio Rubin, Vida de la Virgen María – Joaquin Casañ


Los últimos años de la vida de la Virgen María son, en buena medida, un enigma. La última referencia a la Madre del Señor en los evangelios aparece en los Hechos de los Apóstoles, cuando se la menciona, después de la ascensión de Jesús, acompañando a los apóstoles y demás discípulos, que perseveraban en oración. Con todo, con el paso de los siglos se fue instalando una polémica entre quienes decían que vivió hasta su muerte y asunción al Cielo en Jerusalén, y aquellos que sostenían que todo ello se desarrolló en Efeso, hoy Turquía. La cuestión cobró inusitada actualidad hacia fines del siglo XIX cuando una expedición dijo hallar las ruinas de la casa de María en las cercanías de la localidad turca. El debate no se saldó, pero el lugar se convirtió en un centro de peregrinación, no solo para los cristianos, sino para los musulmanes, que también veneran a la madre de Jesús en base a que el Corán considera a su hijo como un profeta.

Más de un siglo después del presunto hallazgo parece crecer en el mundo un movimiento que reivindica la autenticidad de la casa de María en Efeso. Quizá una de las principales defensoras de esa hipótesis sea en la actualidad una argentina: la baronesa Rosario de Mandat-Grancey, a partir de una circunstancia familiar. Ocurre que Rosario se casó en Francia con el barón de Mandat-Grancey, un sobrino bisnieto de una religiosa en proceso de canonización, la hermana María Adela, que fue clave para dar con el lugar donde supuestamente la Virgen María pasó sus últimos años. De visita en el país, la baronesa -en diálogo con Valores Religiosos- defendió con entusiasmo su posición, además de explicar en detalle el papel de sor María Adela, a quien no dudó en considerar como "un instrumento de Dios" para que se termine de saber la verdad sobre el último tramo del paso por este mundo de la Virgen María.

Muchos biblistas dudan de que María haya estado en Efeso porque en la iglesia antigua no hay ningún dato, ni mención, ni documento que lo abone. "Las tradiciones más antiguas ubican en Jerusalén sus últimos años y las que señalan a Efeso son muy posteriores", dice el padre Luis Rivas, profesor de Sagradas Escrituras. En cambio, Rosario -en base a la otra parte de la biblioteca- cree que es verosímil por varias razones. En primer lugar porque Jesús, desde la cruz, le había pedido a Juan que cuidará a la Virgen ("hijo, ahí tienes a tu madre"). "Por eso -dice-, cuando empezaron las persecuciones a los cristianos en Jerusalén, y tras decidir ir a Efeso, Juan no pudo dejarla sola y desprotegida". Sin embargo, el padre Rivas duda incluso de que Juan haya ido a Efeso y baraja la hipótesis de que el Juan al que se le atribuye haber escrito allí el Evangelio fuese otro, no precisamente el apóstol.

Ahora bien: ¿Cómo explicar la tradición de la tumba de la Virgen en Jerusalén? Rivas apunta que en el siglo IV se construyó en esa ciudad una imponente basílica en torno a la casa donde la Virgen habría pasado sus últimos años y que incluía una nave con su "Dormición". Además de que, desde tiempos muy antiguos, los judíos cristianos veneraban su tumba frente al jardín de Getsemaní, en una gruta que había servido de sepulcro en el siglo I, donde luego se construyó una iglesia. Para Rosario, la creencia de que murió en Jerusalén se generó a raíz de que María volvió para visitar los sitios donde había estado el Señor y que estando allí se enfermó gravemente y fue asistida por Nicodemo. Pero que, finalmente, mejoró y regresó a Efeso.

Más allá del debate historiográfico -seguramente inacabable- Rosario cita el hecho de que en los primeros siglos se haya construido en Efeso una basílica en honor a la Virgen. "Antiguamente, si se construía una basílica era porque la persona en honor a la cual se la erigía había muerto allí", señala. Menciona, además, lo significativo que fue que el Concilio de 431 se haya celebrado en Efeso. También, toda una tradición oral en el lugar durante siglos, que incluyó una procesión los 15 de agosto. Que el Papa León XIII, después de un concienzudo estudio, se haya inclinado por ese sitio. Que el Papa Juan XXIII, que fue Nuncio en Turquía, haya tenido especial predilección por ese sitio. Y, en fin, que hayan ido Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI (aunque sin pronunciarse sobre la cuestión de fondo).

¿Y cómo se produce el presunto descubrimiento de la Casa de Maria? ¿Cuál fue el papel de sor María Adela? Rosario cuenta que, siendo la religiosa superiora de la congregación Hermanas de la Caridad en Esmirna, les leía a las monjas las visiones acerca de la Pasión de Cristo que a comienzos del siglo XIX tuvo Ana Catalina Emmerich (beatificada por Juan Pablo II). Visiones que incluyeron el presunto escenario de los últimos años de María: Efeso, su entorno, su casa, y que -como con la Pasión- volcó en un minucioso relato. Sor María Adela sintió que, en base a esa descripción, debía intentar ubicar la casa.

No le fue fácil convencer a sus superiores, los curas lazaristas, de que debían encarar la búsqueda. Finalmente, aceptaron pensando en demostrarle que no hallarían nada. Fue una expedición ardua, soportando un calor extenuante, guiados por un baquiano que conocía bien la zona. En un momento, se encontraron con dos jovencitas que trabajaban la tierra y les pidieron agua. Entonces estas les señalaron una construcción y les dijeron que junto a ella había un manantial. Al llegar, vieron que todo coincidía con la descripción de Ana Catalina. Y descubrieron las ruinas de la casa. Era el 29 de agosto de 1981.

"La alegría fue enorme", narra Rosario. Agrega que hubo otros hechos curiosos. Como cuando debieron determinar quién era el propietario de esas tierras. Cuenta que, yendo en tren, de Éfeso a Esmirna, sor María Adela escuchó una charla entre dos pasajeros que aludía, justamente, al dueño. Así, tomó contacto con él y, usando el dinero de su herencia, se la compró. Luego, inició la restauración de la casa, de apenas dos ambientes, en la que sólo habría vivido la Virgen con una colaboradora. Los cristianos que la acompañaban, en cambio, vivían en grutas aledañas, donde estamparon dibujos.

Con el tiempo, los estudios confirmaron que los cimientos efectivamente eran del siglo I. Y, de a poco, se fue conociendo el presunto hallazgo y el lugar comenzó a ser visitado por muchos fieles. Se calcula que en verano pasan diariamente hasta 10 mil personas. Rosario destaca que, además, se trata del único santuario compartido por católicos y musulmanes. En una habitación de la casa celebran la misa los primeros y en la otra rezan los segundos. Podrá discutirse la autenticidad de la casa, pero no que es punto de encuentro de las dos religiones más grandes del mundo.

Y por último, como confirmación de cuanto llevamos dicho de los católicos viajeros y peregrinos, veamos lo que acerca del lugar de la muerte de María Santísima y de su sepulcro dice don Narciso Pérez Royo, en su interesante Viaje a Egipto y Palestina, en el tomo 32, página 39. Después de describir la iglesia de la Asunción, dice:

«He dicho que la autenticidad del sepulcro de la Virgen descansa sólo en la tradición. Es ésta tan antigua y constante; reviste tan marcado carácter de verosimilitud; hállase sancionada por el sentimiento unánime de tan opuestas razas y creencias, que avasalla la mente, disipa la duda y conmueve el corazón. En el retiro silencioso y plácido de este Santuario venerable, cuya indecisa luz parece agigantar las sombras de sus ámbitos, respira el alma indefinible paz, y henchida de místico entusiasmo, cree, medita, ora, elévase enajenada al estrellado trono de la Madre purísima del Verbo, mientras besan los labios y las lágrimas riegan la consagrada tumba, probable último punto de la tierra que santificó su presencia maternal».

Como vemos, tales son las opiniones de los citados escritores, admitiendo todos la antiquísima tradición consagrada, aceptada y exaltada por la Iglesia, no faltando para ser dogma de fe más que la declaración de quien puede hacerlo por su indiscutible autoridad en la materia.

María terminó su existencia terrenal cuando la voluntad de Dios su Hijo plugo a sus inescrutables juicios. Dejó la existencia terrenal y al Empíreo fue ascendida por la Trinidad Santísima, dejándonos a los hijos de Eva en este destierro, bajo su dulce amparo, siendo nuestra esperanza, nuestro consuelo y puerto en nuestras desgracias, que nos acoge siempre benévola cuando la fe y las lágrimas de nuestro corazón herido brotan de nuestros ojos, siendo el consuelo de los afligidos, la eterna salud de los enfermos que a Ella imploran, Reina y Señora de nuestros corazones y auxilio del alma cristiana en los naufragios de la vida y esperanza nuestra a la que encaminamos nuestras oraciones y ponemos por intercesora de su divino Hijo.

Pero si ascendió a los cielos, dejó para nuestro consuelo el perfume de su pura existencia, que seguirá reinando y embriagando de dulce amor y ardiente caridad a nuestras almas, en las que reina y reinará como eterna verdad, confesada por el amor de su Hijo, que la puso por Madre e intercesora entre los hijos de Adán, lavados de la culpa por su santísima sangre. Y María seguirá reinando en nuestras almas, y con el dulce nombre de Madre la invocaremos como Madre de nuestras almas, y como Madre la han invocado e invocan nuestras madres en sus momentos de dolor, de pena, de angustia y llanto, así como en lo terreno en nuestra niñez la invocamos y también en la juventud, cuando hieren nuestros corazones los primeros dolores y desengaños de la vida.

Ascendió a los cielos después de su glorioso tránsito, y allí, gozando de la presencia de su Santísimo Hijo, goza del premio de su pureza inmaculada, la que fue arca santa que encerró el cuerpo de Dios al descender a la tierra, siendo hermoso tabernáculo que gozó del privilegio incomparable de dar la existencia humana al Hijo de Dios.

¡María, nuestro amparo y Madre! acoge nuestro trabajo, llevado a cabo lleno de fe y esperanza en tu santa misericordia y que en tu honor y gloria te ofrecemos como ofrenda pobre, mezquina y. pequeña de nuestro amor, y que a tus pies deponemos. Acoge nuestra ofrenda, hija del corazón, y ruega por nosotros a tu Santísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, nuestro Redentor y Salvador del pecado.


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