"EL PRÍNCIPE DE LA PARADOJA"
Su conversión al catolicismo fue un terremoto en la inteligencia británica. Fue profeta de las calamidades del siglo XX sin perder la sonrisa de un feliz tabernero de la Comarca.
~kiko Méndes-Monasterio~
Su conversión al catolicismo fue un terremoto en la inteligencia británica. Fue profeta de las calamidades del siglo XX sin perder la sonrisa de un feliz tabernero de la Comarca.
~kiko Méndes-Monasterio~
Nació en Londres en 1874. De joven no aspiraba, precisamente, a ser la
reencarnación de un cruzado. Tenía aficiones tan poco edificantes como
el socialismo o las actividades espiritistas y se sentía cómodo
revestido del agnosticismo victoriano que había respirado en casa de sus
padres. A la religión sólo se acercó al conocer a Frances Blogg -la
mujer con la que habría de casarse- y cuando más tarde abrazó también lo
católico Inglaterra tembló un poco, de forma similar al terremoto que
produjo la conversión de Newman. Porque Chesterton impregna la época más
dorada de la inteligencia católica británica, y aunque su acercamiento a
Roma fue posterior al de muchos de sus colegas, de alguna forma
encabeza la lista de ese talento rebelde que forman Knox, Belloc,
Tolkien, Benson, Waugh, Greene y tantos otros, incluso anglicanos como
T. S. Eliot o C.S. Lewis, muy directamente influidos por el creador del
Padre Brown. Toda una legión intelectual para demostrar la veracidad de la conocida afirmación chestertoniana: “La Iglesia nos pide que al entrar en ella nos quitemos el sombrero, no la cabeza”.
Su vocación literaria no tuvo que enfrentarse a un proceso tan largo
como el religioso: de niño recitaba a Shakespeare antes de poder
comprenderlo, y no dudó en abandonar sus estudios universitarios para
dedicarse al periodismo, este extravagante oficio que consiste, según su
propia definición, en anunciar que lord James ha muerto a gente que no
sabía que lord James estaba vivo. Junto a Hilarie Belloc -inspirados en
la Rerum Novarum de León XIII- dedicó buena parte de su trabajo a
encontrar una tercera vía que se abriese camino entre los dos grandes
esquemas económicos que habrían de repartirse el planeta. Y, al igual
que Solzhenitsyn, temía tanto el individualismo de un lado como el
colectivismo del otro. De hecho llegó a considerar que el verdadero peligro que acechaba a la familia no se encontraba en Moscú,
sino en Manhattan, algo que le preocupaba especialmente: “Quien habla
contra la familia no sabe lo que hace, porque no sabe lo que deshace.”
Le apodaron “El príncipe de la paradoja”, aunque podía aspirar a título
real en casi todos los recursos estilísticos. Brillante polemista,
articulista genial, sólido poeta, quizá en sus novelas es más difícil
apreciar la hondura de su talento. Él mismo era bastante crítico con
ellas: “No son tan buenas como las habría escrito un novelista de
verdad, sino que ni siquiera son tan buenas como yo podría haberlas
escrito. Y entre otras razones más infames para no poder ser un
novelista está el hecho de que siempre fui y seguramente siempre seré un
periodista”. Sin embargo, obras como Manalive, El Napoleón de Notting
Hill, El hombre que fue Jueves, o la serie del padre Brown -el más
aplaudido sacerdote literario del siglo XX-, no dejan de ser
excepcionales. Y es que Chesterton es genial hasta en sus
defectos: su biografía sobre Dickens, plagada de errores, sigue siendo
considerada una de las más grandes jamás escritas. Murió en
1936, y poco después el Papa Pío XI le otorgó el título de Defensor
Fidei, probablemente por frases como esta: “El lugar donde nacen los
niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es
una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de
la familia”
Su esgrima con Bernard Shaw
Discutieron sobre cualquier cosa: economía, teología, política, moral y hasta sobre sus gustos gastronómicos.
Shaw era un abstemio radical. Sin embargo para Chesterton la civilización tenía mucho que ver con las tabernas.
Su
polémica era un asunto nacional. Chesterton pesaba 120 kilos.
Disfrutaba de la mesa bien regada con vino y cerveza. Shaw era un
vegetariano militante y un abstemio radical. El primero adoraba al Dios
católico con una sonrisa permanente en sus libros. El segundo divinizaba
la razón y, sin embargo, la defendía con maneras de profeta iracundo.
Para Chesterton el socialismo de Shaw escondía a un puritano. Para Shaw,
su antagonista era simplemente exasperante, y hasta se negaba a aceptar
que Chesterton en verdad creyera los argumentos que defendía. En las
primeras décadas del siglo pasado cruzaron sus afiladísimas
inteligencias en debates, artículos y libros. Sus paradas y respuestas
son todo un manual de esgrima polemista. En lo personal, a pesar de
todo, se apreciaban.
Extracto de una tertulia
Chesterton: Es usted un puritano de pies a cabeza.
Shaw:
Cuando usted me llama puritano solo quiere dar a entender que no me
paso las noches tirado debajo de la mesa, víctima de las bebidas
alcohólicas.
GKC: Sus objeciones por haber sido
llamado puritano son puritanas y están fuera de lugar. Ud. está
orgánicamente incapacitado para comprender el punto de vista católico.
Ustedes los Puritanos...
G. B. S. – ¡Ya le he dicho que no soy puritano!
G.
K. C. – Digo que ustedes los Puritanos dan forma a Dios según su propia
imagen. Nosotros los católicos no hacemos alarde de un saber que no se
tiene.
G. B. S. – Me parece ver a donde quiere
Ud. ir a parar. Si frente a su puerta se encontrara un montón de
estiércol, no lo mandaría quitar porque podría haber sido puesto por
Dios para probar su sentido del olfato.
G. K. C.
– En ese caso yo no podría dejar de prever que mi vecino pudiera ser un
socialista: en tal circunstancia el montón de estiércol tendría un uso
adecuado.
G. B. S. – Ud. evade la cuestión.
G. K. C. – Las cuestiones se han hecho para evadirlas. Tened en cuenta el arte de la espada.
G. B. S. – No hay manera de vencerlo.
DIOS CONTIGO
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