martes, 14 de junio de 2016

G.K. CHESTERTON

"EL PRÍNCIPE DE LA PARADOJA"
Su conversión al catolicismo fue un terremoto en la inteligencia británica. Fue profeta de las calamidades del siglo XX sin perder la sonrisa de un feliz tabernero de la Comarca.
~kiko Méndes-Monasterio~


Nació en Londres en 1874. De joven no aspiraba, precisamente, a ser la reencarnación de un cruzado. Tenía aficiones tan poco edificantes como el socialismo o las actividades espiritistas y se sentía cómodo revestido del agnosticismo victoriano que había respirado en casa de sus padres. A la religión sólo se acercó al conocer a Frances Blogg -la mujer con la que habría de casarse- y cuando más tarde abrazó también lo católico Inglaterra tembló un poco, de forma similar al terremoto que produjo la conversión de Newman. Porque Chesterton impregna la época más dorada de la inteligencia católica británica, y aunque su acercamiento a Roma fue posterior al de muchos de sus colegas, de alguna forma encabeza la lista de ese talento rebelde que forman Knox, Belloc, Tolkien, Benson, Waugh, Greene y tantos otros, incluso anglicanos como T. S. Eliot o C.S. Lewis, muy directamente influidos por el creador del Padre Brown. Toda una legión intelectual para demostrar la veracidad de la conocida afirmación chestertoniana: “La Iglesia nos pide que al entrar en ella nos quitemos el sombrero, no la cabeza”.

 Su vocación literaria no tuvo que enfrentarse a un proceso tan largo como el religioso: de niño recitaba a Shakespeare antes de poder comprenderlo, y no dudó en abandonar sus estudios universitarios para dedicarse al periodismo, este extravagante oficio que consiste, según su propia definición, en anunciar que lord James ha muerto a gente que no sabía que lord James estaba vivo. Junto a Hilarie Belloc -inspirados en la Rerum Novarum de León XIII- dedicó buena parte de su trabajo a encontrar una tercera vía que se abriese camino entre los dos grandes esquemas económicos que habrían de repartirse el planeta. Y, al igual que Solzhenitsyn, temía tanto el individualismo de un lado como el colectivismo del otro. De hecho llegó a considerar que el verdadero peligro que acechaba a la familia no se encontraba en Moscú, sino en Manhattan, algo que le preocupaba especialmente: “Quien habla contra la familia no sabe lo que hace, porque no sabe lo que deshace.”

Le apodaron “El príncipe de la paradoja”, aunque podía aspirar a título real en casi todos los recursos estilísticos. Brillante polemista, articulista genial, sólido poeta, quizá en sus novelas es más difícil apreciar la hondura de su talento. Él mismo era bastante crítico con ellas: “No son tan buenas como las habría escrito un novelista de verdad, sino que ni siquiera son tan buenas como yo podría haberlas escrito. Y entre otras razones más infames para no poder ser un novelista está el hecho de que siempre fui y seguramente siempre seré un periodista”. Sin embargo, obras como Manalive, El Napoleón de Notting Hill, El hombre que fue Jueves, o la serie del padre Brown -el más aplaudido sacerdote literario del siglo XX-, no dejan de ser excepcionales. Y es que Chesterton es genial hasta en sus defectos: su biografía sobre Dickens, plagada de errores, sigue siendo considerada una de las más grandes jamás escritas. Murió en 1936, y poco después el Papa Pío XI le otorgó el título de Defensor Fidei, probablemente por frases como esta: “El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia” 

 

Su esgrima con Bernard Shaw

Discutieron sobre cualquier cosa: economía, teología, política, moral y hasta sobre sus gustos gastronómicos.

Shaw era un abstemio radical.  Sin embargo para Chesterton la civilización tenía mucho que ver con las tabernas.

Su polémica era un asunto nacional. Chesterton pesaba 120 kilos. Disfrutaba de la mesa bien regada con vino y cerveza. Shaw era un vegetariano militante y un abstemio radical. El primero adoraba al Dios católico con una sonrisa permanente en sus libros. El segundo divinizaba la razón y, sin embargo, la defendía con maneras de profeta iracundo. Para Chesterton el socialismo de Shaw escondía a un puritano. Para Shaw, su antagonista era simplemente exasperante, y hasta se negaba a aceptar que Chesterton en verdad creyera los argumentos que defendía. En las primeras décadas del siglo pasado cruzaron sus afiladísimas inteligencias en debates, artículos y libros.  Sus paradas y respuestas son todo un manual de esgrima polemista. En lo personal, a pesar de todo, se apreciaban.

 

Extracto de una tertulia

Chesterton: Es usted un puritano de pies a cabeza.

Shaw: Cuando usted me llama puritano solo quiere dar a entender que no me paso las noches tirado debajo de la mesa, víctima de las bebidas alcohólicas.

GKC: Sus objeciones por haber sido llamado puritano son puritanas y están fuera de lugar. Ud. está orgánicamente incapacitado para comprender el punto de vista católico. Ustedes los Puritanos...

G. B. S. – ¡Ya le he dicho que no soy puritano!

G. K. C. – Digo que ustedes los Puritanos dan forma a Dios según su propia imagen. Nosotros los católicos no hacemos alarde de un saber que no se tiene. 

G. B. S. – Me parece ver a donde quiere Ud. ir a parar. Si frente a su puerta se encontrara un montón de estiércol, no lo mandaría quitar porque podría haber sido puesto por Dios para probar su sentido del olfato.

G. K. C. – En ese caso yo no podría dejar de prever que mi vecino pudiera ser un socialista: en tal circunstancia el montón de estiércol tendría un uso adecuado.

G. B. S. – Ud. evade la cuestión.

G. K. C. – Las cuestiones se han hecho para evadirlas. Tened en cuenta el arte de la espada.

G. B. S. – No hay manera de vencerlo.


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