PETER, NIÑO SOLDADO EN SIERRA LEONA
"A los 10 años yo era una máquina de matar", confiesa un niño que estaba en las líneas de combate de los rebeldes.
Ima Sanchsla Vanguardia
Tengo unos 18 años. Nací y vivo en Monrovia (Liberia). Mi padre era conductor y mi madre enfermera. Yo iba al colegio con mis cuatro hermanos y mis tres hermanas (sobrevivimos cuatro). Los rebeldes atacaron mi aldea y mi madre desapareció. En el segundo ataque me llevaron. Cuento mi historia en Peter, niño soldado (Martínez Roca).
De niño me gustaba jugar con mis amigos de la escuela y tenía un perro que se llamaba Bingo. Nuestra casa era de barro marrón. En sus anillos de bodas mis padres tenían grabada la palabra amor.
— ¿Cuál fue la última vez que vio a su familia?
—La primera vez que los rebeldes atacaron la aldea, en la huida perdimos a mi madre. La segunda vez no pudimos huir. Los rebeldes vinieron a casa y le dijeron a mi padre que amontonara todas las cosas de valor y luego que eligiera entre ellas o su vida.
—¿Le sirvió de algo elegir la vida?
—No se lo he podido preguntar, esa fue la última vez que lo vi, tendido en la tierra suplicando por sus hijos. Quemaron la casa y nos llevaron con ellos como mulas de carga. Yo era muy pequeño, debía de tener nueve años. Nos llevaron a la selva y separaron los niños de las niñas, que eran utilizadas como esclavas sexuales.
—¿Qué sentía?
—Estaba triste, agotado y no entendía nada. Tras días y noches de caminar por la selva, llegamos a la base. Entonces nos metieron a todos los niños -unos 100- en una gran fosa llena de agua sucia durante tres días, sin comer y sin dormir. Nos marcaron las siglas RUF (Frente Unido Revolucionario) con un hierro candente en el pecho y empezaron los entrenamientos.
—¿Cómo eran esos entrenamientos?
—Se realizaban con fuego real y continuamente nuestros superiores nos ponían la pistola en la sien y disparaban, a veces con bala. Lo hacían para que nos acostumbráramos. El examen final consistía en sobrevivir al ataque de los combatientes. O aprobabas o morías. Sobrevivimos pocos. También nos obligaban a tomar drogas y a tener relaciones sexuales con mujeres.
—¿Qué drogas?
—Heroína, djamba (marihuana) y brown-brown, una mezcla de pólvora y cocaína que nos comíamos. Antes de los combates nos hacían cortes en la sien para untarnos esos polvos. Con ellas me olvidé de mi familia y no me daba miedo ir en primera línea de fuego. Los más pequeños éramos los más valientes. Eramos máquinas de matar.
—Usted ha hecho cosas terribles, por ejemplo, cocinar y comerse a un bebé. ¿No tenía concepto de lo que estaba bien y de lo que estaba mal?
—Cuando entrábamos en las ciudades lo hacíamos disparando. Había gente por las calles: gente preparando la comida, gente cargando sus vehículos. Mucha gente. Y no voy a mentir: nosotros hacíamos lo que nos habían dicho, nosotros disparábamos. No nos importaba quién sobrevivía y quién no.
— ¿Se hizo adicto a la violencia?
Sí, todos lo éramos. A la gente que capturábamos le cortábamos las manos, las orejas... Lo hacíamos sobre todo con los soldados, para que nos temieran.
—¿Los dejaban vivos?
— A algunos les colgábamos un cartel en el pecho que decía: "Eso es lo que os va a pasar si peleáis contra nosotros". También les sacábamos los ojos y otras partes del cuerpo. Nada nos importaba. Cocinábamos el corazón de nuestros enemigos y nos lo comíamos. Pero si alguno de nosotros decía que necesitaba corazones humanos, pues los cogíamos sin pensar. Nada nos infundía respeto.
—¿Por qué hacían eso?
—Nos obligaban y, además, hacer cosas malas nos hacía sentir más valientes. También pegábamos a niños hasta saciarnos. Y sí, una vez que nos encontramos a una mujer embarazada, empezamos a discutir si llevaba un niño o una niña en su vientre. Le abrimos las entrañas para averiguarlo y nos comimos al niño. Yo era muy pequeño, no sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal.
—No le estoy cuestionando, le pregunto si era consciente de la maldad de esos actos.
—No.
—Pero usted se asustó cuando los rebeldes entraron en su aldea y mataron a la gente.
— Sí, pero cuando yo combatía, a veces durante cuatro días seguidos sin dormir y sin comer, iba volado.
— ¿Qué fue de usted después de la guerra?
—Viví en un campo de desarme al que venía a predicar un sacerdote y me fui con él. Aprendí el oficio de soldador, pero no tenía trabajo. El 14 de abril del 2003 supe del programa de la Cruz Roja para niños soldados y me apunté. Allí encontré a muchos niños y niñas que estaban en mi misma situación.
—¿Ha podido olvidar?
— Ahora tengo una vida nueva. Pero me asusta que la gente me eche en cara cosas del pasado. Nadie quiere recordar lo que sucedió, sólo lo hago yo porque me preguntáis, pero preferiría hablar únicamente de futuro.
—¿Por qué ha decidido contar su historia?
—Lo que yo he vivido no podía guardarlo en mi corazón, porque si lo guardas te puede matar. Ahora mi historia la sostienen más manos y pesa menos. Soy una especie de representante de los niños soldado de Africa.
— ¿A quién quiere usted?
—Quiero a todo el mundo, quiero a la gente de la Cruz Roja que me ha acogido y me ha enseñado otra manera de vivir. Si yo hubiera mantenido mi historia en mi interior, no hubiera sido capaz de conocer a gente que me quisiera.
—¿Qué será de usted?
—Me he licenciado de carpintero.
—¿Cree en Dios?
—Sí, pero no en las religiones.
—¿Qué es hoy para usted comportarse bien?
—Cuando vives en comunidad y no hay problemas.
¿Libres?
"El Peter que habla no es el mismo Peter que hizo lo que cuenta", insiste Fernando Travesí, que ha recogido el testimonio de este niño soldado como delegado de la Cruz Roja Española en Sierra Leona, una historia más de las que se pueden oír en ese país desde que en 1991 estalló la guerra civil.
"Los niños llegan a ser máquinas drogadas, no tienen capacidad de discernir sobre lo que es correcto o incorrecto, viven en un entorno salvaje". Resulta difícil tener a Peter delante y no juzgarlo.
Hay quien piensa que el hombre siempre es libre para decidir sobre sus actos. Que, por muy duro que sea el entorno, siempre hay un margen de libertad para las opciones. "No es cierto", dice Fernando. Peter se cubre el rostro, siente que desde que salió por televisión le miran mal.
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