lunes, 14 de noviembre de 2011

¿POR QUE LA IGLESIA CONDENO A GALILEO?

Desde el siglo XVII hasta hoy, el episodio de Galileo ha alimentado una serie de mitos, en los que el astrónomo italiano aparece como símbolo del progreso de la ciencia frente al obscurantismo de la Iglesia y la religión. 
¿Pero esa visión de los hechos es correcta? 
¿Cómo pudo la Iglesia condenar a un científico como Galileo Galilei por haber afirmado que la Tierra gira alrededor del sol? 
Fuente: aleteia


Galileo fue condenado tras un desencuentro entre dos visiones de mundo que se oponían en su tiempo: una, que consideraba a la Tierra como único centro de los movimientos celestes, y otra, que probaba que, en verdad, es la Tierra la que se mueve alrededor del Sol. La Iglesia condenó a Galileo por defender un sistema (el heliocéntrico) que aún no parecía conforme a la interpretación de las Escrituras. Juan Pablo II le rehabilitó en 1992.

  • Las dos visiones del mundo en el tiempo de Galileo.  La controversia permanece en el campo científico.

El episodio de la condena de Galileo tiene como fondo el choque entre dos visiones distintas del mundo. La primera era el sistema aristotélico-ptolomaico griego, adoptado por la Iglesia desde la Edad Media. Este sistema es geocéntrico, o sea, coloca a la Tierra en el centro del Universo, y el sol dando vueltas a su alrededor, junto con otros planetas y estrellas. La segunda era el sistema copernicano, defendido por Nicolás Copérnico en el tratado De Revolutionibus orbium coelestium, de 1543. Este sistema es heliocéntrico, con el sol en el centro y la Tierra como uno de los planetas que gira alrededor.

Especialmente después de los descubrimientos realizados con la utilización del telescopio, en investigaciones iniciadas en 1609, Galileo se convirtió en un defensor del sistema copernicano. En sus observaciones minuciosas de la Luna, demostraba que el astro tenía montañas similares a las de la Tierra – o sea, que el mundo celeste era de la misma naturaleza que el terrestre, en contra de la visión de Aristóteles –. En enero de 1610, descubrió los satélites de Júpiter, hecho que demostraba que los movimientos de los cuerpos celestes podrían tener otros centros, distintos de la Tierra. Sus experimentos le daban pruebas científicas para defender la nueva visión del Universo promovida a partir del tratado de Copérnico.
Pero en el tiempo de Galileo, el sistema aristotélico-ptolomaico era tenido como verdadero en las universidades y en los distintos centros de saber, mientras que el copernicano había sido aceptado por un número muy reducido de astrónomos. En este sentido, desde un punto de vista científico, Galileo Galileo (1564-1642) es heredero del canónigo Nicolás Copérnico (1473-1543), astrónomo católico polaco, y contemporáneo de Johannes Kepler (1571-1630), científico alemán, y también figura clave de la revolución científica del siglo XVII.

Nacido en Pisa, Galileo creció en Florencia. En 1589, después de sólidos estudios, llegó a ser profesor de matemáticas. En 1592, fue nombrado profesor de la universidad de Padua, sede en la época de una gran actividad intelectual. Después, la municipalidad de Venecia pidió sus servicios. El 21 de agosto de 1609, invitó a los responsables venecianos a reunirse en el pequeño observatorio que se había hecho construir, con el fin de mostrarles el fruto de sus observaciones a través de un telescopio. La memoria popular sigue recordando una frase célebre atribuida al investigador, aunque no existe prueba alguna de ella: “¡Y sin embargo, se mueve!” [la tierra, alrededor del sol, y no a la inversa], hipótesis ya expresada por Copérnico en 1543.

A principios del siglo XVII, Galileo es testigo del “heliocentrismo” del universo, teoría según la cual la tierra gira alrededor del astro solar con un ritmo regular, contrariamente a lo que los antiguos creían. Galileo fue testigo vivo del paso científico del “universo cerrado” de los antiguos a los “espacios infinitos” (Alexandre Koyré). Su hipótesis desacreditaba el antiguo sistema griego de Aristóteles y de Ptolomeo, basado en la inmovilidad de la Tierra. Su argumentación causó un efecto sorpresa inesperado. El astrónomo Kepler le animó a seguir este camino.

En 1610, Galileo es nombrado filósofo y matemático del gran duque de Toscana. El año siguiente, es recibido en Roma por los jesuitas, administradores de un observatorio. Sus intercambios fueron corteses. Pero la respuesta de los religiosos es matizada. El contexto político es amplio y la Iglesia está entonces en plena Contrarreforma, iniciada tras el Concilio de Trento (1545-1563). Hasta ese momento, la Iglesia no reprocha nada al sabio, pues sus conclusiones son externas a la teología. El cardenal jesuita Roberto Bellarmino (1542-1621) se limita a abrir un “informe” recogiendo las posiciones del investigador, que era a veces obstinado y cínico, sarcástico y testarudo, y que consideraba a los hombres de Iglesia como incultos.
  •   Por cuestiones conceptuales, ideológicas y religiosas, el asunto Galileo se lleva al terreno teológico
Nada acusaba a Galileo en materia de fe. Su propósito era distinto. Él no se interesaba en absoluto en la interpretación de la Biblia. Él sabía que la Iglesia de su tiempo no le habría permitido poner en duda la visión católica del mundo. Este no era su proyecto.

La creencia en la inmovilidad de la tierra pertenecía a la cultura popular durante siglos. Pero esta hipótesis tenía un defecto mayor: unía de forma indisociable fe y razón, religión y ciencia, explicación astronómica e interpretación teológica del mundo. La tierra estaba en el centro del universo (conocido) pues había sido creada por Dios y dispuesta en el centro del universo, considerado inmóvil.

Galileo no cuestionó la grandeza de la Creación, pero puso en duda los conocimientos científicos de la naturaleza. Valoraba al mismo tiempo la investigación empírica, en detrimento de la especulación abstracta.

Las cosas podrían haber quedado allí. Pero los intercambios entre el sabio y el clero no tardaron mucho en ser llevados al terreno teológico y bíblico. En 1613 y el año siguiente, dos predicadores dominicos acusaron públicamente a Galileo de contradecir la Biblia.

El astrónomo explica que las leyes de la naturaleza tienen un carácter “obligatorio” y, en caso de dificultad, la interpretación de la Biblia debe someterse a las evidencias de la razón. El 21 de diciembre de 1613, escribió una Carta a Cristina de Lorena, gran duquesa de Toscana, en la que recapitula sus ideas. Este texto es la carta que ha dirigido durante tres siglos las relaciones entre fe y ciencia.

Para Galileo, la Biblia no es ni un tratado científico ni un sistema filosófico; su finalidad es religiosa. Por ello es necesario no mezclar los géneros: si la Iglesia ha recibido la misión de interpretar el texto sagrado (el "por qué" metafísico), no ejerce autoridad alguna en la ciencia (el "cómo" de la naturaleza).

Cristina de Lorena pide a uno de los alumnos de Galileo, Benedetto Castelli, que probase la sólida fundamentación de los trabajos de Copérnico. El rumor crece. Galileo es denunciado ante el tribunal de la Inquisición. El 16 de febrero de 1616, sus jueces censuran dos de sus proposiciones: la inmovilidad del sol y la rotación de la tierra alrededor de él. El cardenal Bellarmino, por medio de un mandato personal, advierte al astrónomo que abandone esas proposiciones. Estalló una pelea con los jesuitas del observatorio romano. Esta decisión jurídica, ratificada por Pablo V el 26 de febrero siguiente, le pide que presente en el futuro la teoría heliocéntrica como una simple hipótesis.

Galileo decide defender su posición cueste lo que cueste. Esta decisión revela en realidad que él no corría ningún peligro grave en esta época, y que el diálogo con las autoridades eclesiásticas, aunque reducido a intercambios mínimos, aún existe. Pero sus seguidos intentos de conciliar el copernicanismo con las Sagradas Escrituras, a los cuales se unieron incluso algunos teólogos, acabaron presentándose como un riesgo para la unidad de la fe católica y, por otro lado, como un desafío a la autoridad doctrinal de la Iglesia.

En estas fechas, Urbano VIII (Maffeo Barberini, 1568-1644), papa reformador, se muestra ampliamente favorable al sabio. El 28 de agosto de 1620, aún cardenal, había compuesto un poema en su honor, Adulatio Perniciosa. Además, Galileo, cubierto de honores entre 1620 y 1622, fue autorizado el 3 de febrero de 1623 a publicar su Saggiotore, que dedica a Urbano VIII.
  • Galileo es condenado y firma el documento de abjuración. En 1992, Juan Pablo II reconoce el error de la Iglesia en este caso
Después de un proceso llevado a cabo por el Santo Oficio y de años de polémicas, el astrónomo, ya con 68 años, prende la mecha haciendo publicar el 21 de febrero de 1632 una obra en forma de diálogo (conocida como Dialogo o como Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo), en la que se burla ferozmente de los partidarios de Ptolomeo, en aquel momento, la Compañía de Jesús y muchos altos dignatarios de la Iglesia.

Urbano VIII, su antiguo amigo, se distancia de él. Un acuerdo previo con el papa indicaba que Galileo debería presentar sus ideas de forma imparcial en el nuevo libro. Pero el científico defiende clara y ampliamente la superioridad del modelo copernicano. Urbano VIII prohíbe la difusión del libro y exige a su autor que comparezca ante el tribunal del Santo Oficio, no por herejía sino por “desobediencia”. El cargo es el siguiente: Galileo rehúsa obedecer al mandato de la Iglesia y a la decisión judicial de 1616 – aquella que censuraba sus proposiciones de la inmovilidad del sol y la rotación de la tierra alrededor de él –.

Galileo es convocado de nuevo por el Santo Oficio el 1 de octubre de 1632. En 1633 sale la sentencia: “vehemente sospecha de herejía”, por sostener doctrina falsa y contraria a las Sagradas Escrituras. Es condenado a abjurar y a cadena perpetua, una pena que el papa transforma en “arresto domiciliario de por vida”. Galileo firma el documento de abjuración. Fue detenido por primera vez en la Villa Médicis, en condiciones de vida favorables. A continuación, se le permite regresar a su casa cerca de Florencia, donde permanece bajo libertad vigilada. Entrega su alma a Dios el 8 de enero de 1642, a los 78 años.

En el siglo XVII, en el contexto de la Contrarreforma, Roma ejercía autoridad doctrinal fuerte. Los jueces de Galileo calibraron el peligro que representaban sus tesis para el conjunto de los fieles. Sobre todo, le reprochaban que considerara sus investigaciones no como una “hipótesis” científica sino como una verdad categórica. Pero el astrónomo no fue adversario de toda la Iglesia. Urbano VIII llegó en un primer momento a defenderle personalmente; el cardenal Bellarmino actuó con sinceridad, convicción y apoyándose en lo que en esa época se pensaba que era la Tradición.

Tras el trabajo de una comisión de historiadores y de expertos dirigida por el cardenal Paul Poupard, entonces presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, Galileo fue rehabilitado por el papa Juan Pablo II el 31 de octubre de 1992, quien declaró a los miembros de la sesión plenaria de la Academia Pontificia para las Ciencias: “Así, la nueva ciencia, con sus métodos y la libertad de investigación que éstos suponen, obligaba a los teólogos a interrogarse sobre sus criterios de interpretación de la Escritura. La mayor parte no supo hacerlo”. El papa añadía: “Paradójicamente, Galileo, sincero creyente, se mostró en este punto más perspicaz que sus adversarios teólogos”. El 15 de febrero de 2009, el presidente del Consejo Pontificio de la Cultura celebró una Misa en honor de Galileo en la basílica romana de Santa María de los Ángeles y de los Mártires.

La motivación de Galileo a la hora de defender la visión copernicana nunca fue la de afirmar un matiz progresista de la ciencia contra un carácter obscurantista de la religión. Él jamás trató de escoger entre la Iglesia o el copernicanismo, como opciones contrarias. Su deseo era que la visión copernicana no fuera precipitadamente condenada por la Iglesia. Galileo se vio obligado a firmar el documento de abjuración y lo hizo. Pero incluso después de hacerlo, mantuvo inmutable su actitud. Él, un hombre de fe sincera, llegó incluso a mirar con más paciencia que antes a la Iglesia. Tenía la certeza de que, más adelante, por fin ella haría un juicio correcto.

Fuentes / referencias:


  • Conferencia de monseñor Melchor Sánchez de Toca, subsecretario del Consejo Pontificio de la Cultura, en la diócesis española de Jerez
  • Discurso de Juan Pablo II a la Asamblea Plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias (31 de octubre de 1992, en italiano) 
  •  Grupo de investigación sobre ciencia, razón y fe de la Universidad de Navarra 
  • Discurso de Juan Pablo II a la Asamblea Plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias (31 de octubre de 1992)
  • Discurso de Juan Pablo II a la Academia Pontificia de las Ciencias con motivo de la conmemoración del nacimiento de Albert Einstein (10 de noviembre de 1979)
  • Grupo de investigación sobre ciencia, razón y fe de la Universidad de Navarra

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