lunes, 8 de julio de 2013

HISTORIAS PARA AMAR A DIOS



LA LEYENDA DEL ORO
Narración
Historias para amar, pp. 15-17
 

En el infierno es día de gran fiesta.

Acaba de llegar a conocimiento de Lucifer, después de la caída de Adán, que se ha prometido un Redentor, y ha comprendido que se aniquilaba todo el mal que había esperado de aquella caída, con tanta hipocresía y rabia preparada.

Después de un momento de congoja terrible, levanta contra el cielo su soberbia frente, y con sonrisa llena de odio, exclama:
—He hallado el medio de luchar contra ti ¡oh Dios! y contra Aquel a quien llamas Redentor.
—Demonio de la soberbia —aulló el príncipe de las tinieblas—, dame una copa de oro llena de sangre.

Y el demonio, desgarrando una vena de su cuerpo con sus acerados garfios, llenó la copa y la presentó a su soberano. Dijo lentamente:
—Por virtud de este oro, sienta el hombre la necesidad imperiosa de engrandecerse y elevarse; de elevarse sobre sus semejantes y sobre el mismo Dios... Conviértase en déspota, en tirano, en hipócrita. Hágase adorar... Seque este metal su corazón y extinga en él toda misericordia y piedad.

—Amén —vociferaron los demonios.

—Demonio de la avaricia, dame una copa llena de tu sangre.

Entregada que le fue la copa de oro, añadió:
—Para poseerte, venda el hombre su conciencia y su alma. Haga traición y venda a su señor, a su amigo, a su patria, a su madre. 

Escriba libros infames. Permita que el pobre muera de hambre a su puerta. El mismo, nadando en riquezas, viva en la desnudez y en la miseria, y muera desesperado y maldito. 

—Amén —aullaron los demonios.

—Demonio de la lujuria, dame una copa llena de tu sangre.

Tomó Lucifer el oro de la copa y dijo:
—Reniegue el hombre por ti de su Creador, y fabríquese dioses de sangre y de cieno. Compre por ti la vergüenza y la deshonra. 

Edifique infames teatros, pueble las salas de baile y arrástrese en el fango semejante a un animal inmundo.

—Amén —aullaron los espíritus del averno.

—Demonio de la envidia, dame una copa llena de tu sangre.

Como lo habían hecho los anteriores demonios, se abrió este una vena, de donde brotó sangre lívida, y Lucifer, dijo:
—Por virtud de esta sangre, conviértase este metal en gusano roedor de los desheredados de la fortuna; afile el puñal en la sombra; cambíese en reptil para difundir la calumnia sobre toda virtud, sobre toda fortuna, sobre todo talento. Despierte una sed devoradora, que sólo pueda ser calmada con la sangre y la venganza.

—Amén —gritaron los espíritus infernales.

—Demonio de la ira, dame una copa llena de tu sangre.

El espíritu alargó su copa, la cual, vaciada en el cráter, hizo hervir el metal líquido como hierven las ondas de la mar agitadas por la tormenta.

—Demonio de la gula, demonio de la pereza, dadme una copa llena de sangre.

Y en medio de blasfemias y de horribles mofas de los espíritus infernales, se hizo la mezcla.

—Ahora idos —dijo Lucifer—, idos, soldados del infierno. Ocultad este metal en las entrañas de la tierra; mezcladlo con impalpables partecitas de arena, que arrastren luego los ríos, para que fascine la mirada de los hombres, ocultadlo profundamente y no permitáis que los descubran sino en pequeños fragmentos, para que la dificultad en procurárselo aumente su valor.
Los demonios salieron.

Y después de un momento de lúgubre silencio, exclamó el príncipe de las tinieblas:
—¡Ah, ah! ese que me ha domado, quiere salvar a los hombres. 

Pues bien, yo los pervertiré, y con menos sudor y menos fatiga.

Pero los ángeles velaban y a medida que los demonios escondían más el oro en las entrañas de la tierra, lo tocaban ellos con sus alas y musitaban:
—Sirva también para rescatar los pecados y para conducir al cielo.





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