Audio-Santoral: SANTA CATALINA DE SIENA
Jn. 12, 44-50
Todavía no hace un mes que celebrábamos el Triduo Pascual: ¡cuán
presente estuvo el Padre en la hora extrema, la hora de la Cruz! Como ha
escrito Juan Pablo II, «Jesús, abrumado por la previsión de la prueba
que le espera, solo ante Dios, lo invoca con su habitual y tierna
expresión de confianza: ‘Abbá, Padre’». En las siguientes horas, se hace
patente el estrecho diálogo del Hijo con el Padre: «Padre, perdónales
porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34); «Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
La importancia de esta obra del Padre y de su enviado, se merece la respuesta personal de quien escucha. Esta respuesta es el creer, es decir, la fe (cf. Jn 12,44); fe que nos da —por el mismo Jesús— la luz para no seguir en tinieblas. Por el contrario, el que rechaza todos estos dones y manifestaciones, y no guarda esas palabras «ya tiene quien le juzgue: la Palabra» (Jn 12,48).
Aceptar a Jesús, entonces, es creer, ver, escuchar al Padre, significa no estar en tinieblas, obedecer el mandato de vida eterna. Bien nos viene la amonestación de san Juan de la Cruz: «[El Padre] todo nos lo habló junto y de una vez por esta sola Palabra (...). Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo sería una necedad, sino que haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, evitando querer otra alguna cosa o novedad».
La importancia de esta obra del Padre y de su enviado, se merece la respuesta personal de quien escucha. Esta respuesta es el creer, es decir, la fe (cf. Jn 12,44); fe que nos da —por el mismo Jesús— la luz para no seguir en tinieblas. Por el contrario, el que rechaza todos estos dones y manifestaciones, y no guarda esas palabras «ya tiene quien le juzgue: la Palabra» (Jn 12,48).
Aceptar a Jesús, entonces, es creer, ver, escuchar al Padre, significa no estar en tinieblas, obedecer el mandato de vida eterna. Bien nos viene la amonestación de san Juan de la Cruz: «[El Padre] todo nos lo habló junto y de una vez por esta sola Palabra (...). Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo sería una necedad, sino que haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, evitando querer otra alguna cosa o novedad».
P.
Julio César
RAMOS González SDB
(Mendoza, Argentina)
«Si el alma llegara a levantar los ojos hasta su cabeza, que es Cristo […], sería realmente feliz por la penetración de su visión, al poner sus ojos donde el mal no puede oscurecerlos.»
San Gregorio de Nisa, Homilía 5
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