Audio-Santoral: SAN HUGO DE GRENOBLE
Mt. 26,14-25
Hoy, el Evangelio nos propone —por lo menos— tres
consideraciones. La primera es que, cuando el amor hacia el Señor se entibia,
entonces la voluntad cede a otros reclamos, donde la voluptuosidad parece
ofrecernos platos más sabrosos pero, en realidad, condimentados por degradantes
e inquietantes venenos. Dada nuestra nativa fragilidad, no hay que permitir que
disminuya el fuego del fervor que, si no sensible, por lo menos mental, nos une
con Aquel que nos ha amado hasta ofrecer su vida por nosotros.
La segunda consideración se refiere a la misteriosa
elección del sitio donde Jesús quiere consumir su cena pascual. «Id a la
ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en
tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’» (Mt 26,18). El dueño de la
casa, quizá, no fuera uno de los amigos declarados del Señor; pero debía tener
el oído despierto para escuchar las llamadas “interiores”. El Señor le habría
hablado en lo íntimo —como a menudo nos habla—, a través de mil incentivos para
que le abriera la puerta. Su fantasía y su omnipotencia, soportes del amor
infinito con el cual nos ama, no conocen fronteras y se expresan de maneras
siempre aptas a cada situación personal. Cuando oigamos la llamada hemos de
“rendirnos”, dejando aparte los sofismas y aceptando con alegría ese “mensajero
libertador”. Es como si alguien se hubiese presentado a la puerta de la cárcel
y nos invita a seguirlo, como hizo el Ángel con Pedro diciéndole: «Rápido,
levántate y sígueme» (Hch 12,7).
El tercer motivo de meditación nos lo ofrece el traidor
que intenta esconder su crimen ante la mirada escudriñadora del Omnisciente. Lo
había intentado ya el mismo Adán y, después, su hijo fratricida Caín, pero
inútilmente. Antes de ser nuestro exactísimo Juez, Dios se nos presenta como padre
y madre, que no se rinde ante la idea de perder a un hijo. A Jesús le duele el
corazón no tanto por haber sido traicionado cuanto por ver a un hijo alejarse
irremediablemente de Él.
P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico di
Fiesole, Florencia, Italia)
«Llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.
Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza,
del vacío interior, del aislamiento.»
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