Audio-Santoral: SAN JORGE
Jn. 6, 44-51
El Resucitado se presenta a su Iglesia con aquel «Yo soy el que soy» que
lo identifica como fuente de salvación: «Yo soy el pan de la vida» (Jn
6,48). En acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente
lo conoce amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora
como la enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a
recordarnos que el Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que
le escuchan y creen viven en comunión con el que viene de Dios, con el
único que le ha visto y, así, la fe es comienzo de la vida eterna.
El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos en nosotros, sino que nos asimila a nosotros. Él nos hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La Eucaristía es anticipación de la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo» (San Ignacio de Antioquía). La comunión con la carne del Cristo resucitado nos ha de acostumbrar a todo aquello que baja del cielo, es decir, a pedir, a recibir y asumir nuestra verdadera condición: estamos hechos para Dios y sólo Él sacia plenamente nuestro espíritu.
Pero este pan vivo no sólo nos hará vivir un día más allá de la muerte física, sino que nos es dado ahora «por la vida del mundo» (Jn 6,51). El designio del Padre, que no nos ha creado para morir, está ligado a la fe y al amor. Quiere una respuesta actual, libre y personal, a su iniciativa. Cada vez que comamos de este pan, ¡adentrémonos en el Amor mismo! Ya no vivimos para nosotros mismos, ya no vivimos en el error. El mundo todavía es precioso porque hay quien continúa amándolo hasta el extremo, porque hay un Sacrificio del cual se benefician hasta los que lo ignoran.
Rev. D. Pere MONTAGUT i Piquet (Barcelona, España)
El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos en nosotros, sino que nos asimila a nosotros. Él nos hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La Eucaristía es anticipación de la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo» (San Ignacio de Antioquía). La comunión con la carne del Cristo resucitado nos ha de acostumbrar a todo aquello que baja del cielo, es decir, a pedir, a recibir y asumir nuestra verdadera condición: estamos hechos para Dios y sólo Él sacia plenamente nuestro espíritu.
Pero este pan vivo no sólo nos hará vivir un día más allá de la muerte física, sino que nos es dado ahora «por la vida del mundo» (Jn 6,51). El designio del Padre, que no nos ha creado para morir, está ligado a la fe y al amor. Quiere una respuesta actual, libre y personal, a su iniciativa. Cada vez que comamos de este pan, ¡adentrémonos en el Amor mismo! Ya no vivimos para nosotros mismos, ya no vivimos en el error. El mundo todavía es precioso porque hay quien continúa amándolo hasta el extremo, porque hay un Sacrificio del cual se benefician hasta los que lo ignoran.
Rev. D. Pere MONTAGUT i Piquet (Barcelona, España)
«No existe verdaderamente nada más útil para nuestra
salvación que este sacramento en que se purifican los pecados,
aumentan las virtudes y se encuentra la abundancia de todos
los carismas espirituales.»
Santo Tomás, Sermón para la fiesta del Cuerpo de Cristo
Santo Tomás, Sermón para la fiesta del Cuerpo de Cristo
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