“CASTIDAD”
Pureza de pensamientos, palabras y acciones.
Pureza de pensamientos, palabras y acciones.
Castidad es la virtud que gobierna y
modera el deseo del placer sexual según los principios de la fe y la
razón. Por la castidad la persona adquiere dominio de su sexualidad y es
capaz de integrarla en una sana personalidad, en la que el amor de Dios
reina sobre todo. Por lo tanto no es una negación de la sexualidad.
Es un
fruto del Espíritu
Santo
La castidad consiste en el dominio de sí,
en la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor y de
integrarlo en el desarrollo de la persona.
- Sagrada Congregación para la
educación católica: Pautas de educación sexual, nº 18. Revista ECCLESIA,
2155 (24-XII-83)23
Le sucedió a san Bernardo, muy joven, cuando todavía no entraba en la
vida monástica. En cierta ocasión, cabalgando lejos de su casa con
varios amigos, les sorprendió la noche, de forma que tuvieron que buscar
hospitalidad en una casa. La dueña les recibió bien, e insistió en que
Bernardo, como jefe del grupo, ocupase una habitación separada. Durante
la noche, la mujer se presentó en la habitación con intenciones
deshonestas. Bernardo, en cuanto se percató de lo que se avecinaba,
fingió con gran presencia de ánimo creer que se trataba de un intento de
robo, y con todas sus fuerzas empezó a gritar: “¡ladrones, ladrones!”
La intrusa se alejó rápidamente.
Al día siguiente, cuando el grupo se marchaba cabalgando, sus amigos empezaron a bromear acerca del imaginario ladrón; pero Bernardo contestó con toda tranquilidad: –“No fue ningún sueño; el ladrón entró indudablemente en la habitación, pero no para robarme el oro y la plata, sino algo de mucho más valor”.
Algo de mucho más valor… mis frutos deliciosos… Sólo se da todo lo más valioso a quien en verdad lo merece. Sólo se puede dar lo más valioso de una vez y para siempre. Y darlo todo de una vez y para siempre implica que jamás se ha dado nada a nadie, ni una parte.
Históricamente la castidad ha estado muy vinculada a la opción de vida que muchos hombres y mujeres hacen en la Iglesia católica. Ciertamente no es únicamente el elemento externo el que prima aquí.
Podemos decir que aunque la virtud es siempre la misma, el modo de actuarla es distinto en un matrimonio que para un consagrado a Dios. Indiferentemente podemos afirmar que es una virtud a la cual estamos llamados todos.
Para los consagrados a Dios, la institución de este estado se encuentra descrita en el capítulo 19 del Evangelio de san Mateo: “Porque hay eunucos que nacieron así en del vientre de su madre, los hay que fueron hechos por los hombres y los hay que se hicieron a sí mismo tales por el Reino de los cielos. El que pueda entender que entienda”.
La palabra “eunuco” (hombre castrado que se destinaba en los serrallos a la custodia de las mujeres) suena algo dura a nuestros oídos actuales y efectivamente también lo era a los oídos de los hombres de los tiempos de Jesús. Pero para Jesús la palabra “eunuco” adquiere un significado diverso, no físico sino moral. Nació así la carta magna de la castidad, un estado de vida hasta entonces inexistente en el ambiente judío –y en muchos otros ambientes– e instituido por el mismo Jesús.
La castidad no significa esterilidad sino máxima fecundidad. El pueblo cristiano lo sabe bien al grado de haber atribuido espontáneamente el título de “padre” a los sacerdotes y de “madre” a las religiosas. Para los religiosos (as) y sacerdotes católicos no se trata de renunciar a un amor “concreto” por un amor “abstracto”, a una persona real por una persona imaginaria; se trata de renunciar a un amor “concreto”, a una persona real por otra Persona infinitamente más real.
Todos los motivos para escoger la castidad se resumen en la expresión: “Por el Reino de los cielos” que es lo mismo que por el Reino de Dios. No se escoge la castidad para entrar en el Reino de los cielos sino porque el Reino ha entrado en uno.
Pero en la enseñanza de Jesús no todo queda reducido a la parte física externa de la sexualidad, como habíamos señalado. También mira a la parte afectiva. Así, podemos hablar de una castidad en los afectos; una castidad con la misma importancia y valor que la física y a la que también están llamados los matrimonios. La castidad afectiva es una manifestación de la fidelidad.
La castidad es una virtud muy humana que el tiempo no podrá despojar de su valor. Como todas las virtudes no viene nunca sola sino acompañada de algunas que le preceden (humildad -hay una gran afinidad entre soberbia y lujuria: la lujuria es el orgullo de la carne y el orgullo la lujuria del espíritu-, generosidad y amor) y otras que le nacen como fruto (dominio de sí, fidelidad, coherencia, etc.). En todo caso, la castidad siempre es un don de Dios que está en nuestras manos cultivar o dejar se marchite. Digo, si la dejamos marchitar algún día nos presentáremos ante el juez que nos pedirá cuenta de los donde recibidos, ¿qué le responderemos entonces? No está de sobra recordar que nuestras respuestas se construyen ahora, no luego.
Al día siguiente, cuando el grupo se marchaba cabalgando, sus amigos empezaron a bromear acerca del imaginario ladrón; pero Bernardo contestó con toda tranquilidad: –“No fue ningún sueño; el ladrón entró indudablemente en la habitación, pero no para robarme el oro y la plata, sino algo de mucho más valor”.
Algo de mucho más valor… mis frutos deliciosos… Sólo se da todo lo más valioso a quien en verdad lo merece. Sólo se puede dar lo más valioso de una vez y para siempre. Y darlo todo de una vez y para siempre implica que jamás se ha dado nada a nadie, ni una parte.
Históricamente la castidad ha estado muy vinculada a la opción de vida que muchos hombres y mujeres hacen en la Iglesia católica. Ciertamente no es únicamente el elemento externo el que prima aquí.
Podemos decir que aunque la virtud es siempre la misma, el modo de actuarla es distinto en un matrimonio que para un consagrado a Dios. Indiferentemente podemos afirmar que es una virtud a la cual estamos llamados todos.
Para los consagrados a Dios, la institución de este estado se encuentra descrita en el capítulo 19 del Evangelio de san Mateo: “Porque hay eunucos que nacieron así en del vientre de su madre, los hay que fueron hechos por los hombres y los hay que se hicieron a sí mismo tales por el Reino de los cielos. El que pueda entender que entienda”.
La palabra “eunuco” (hombre castrado que se destinaba en los serrallos a la custodia de las mujeres) suena algo dura a nuestros oídos actuales y efectivamente también lo era a los oídos de los hombres de los tiempos de Jesús. Pero para Jesús la palabra “eunuco” adquiere un significado diverso, no físico sino moral. Nació así la carta magna de la castidad, un estado de vida hasta entonces inexistente en el ambiente judío –y en muchos otros ambientes– e instituido por el mismo Jesús.
La castidad no significa esterilidad sino máxima fecundidad. El pueblo cristiano lo sabe bien al grado de haber atribuido espontáneamente el título de “padre” a los sacerdotes y de “madre” a las religiosas. Para los religiosos (as) y sacerdotes católicos no se trata de renunciar a un amor “concreto” por un amor “abstracto”, a una persona real por una persona imaginaria; se trata de renunciar a un amor “concreto”, a una persona real por otra Persona infinitamente más real.
Todos los motivos para escoger la castidad se resumen en la expresión: “Por el Reino de los cielos” que es lo mismo que por el Reino de Dios. No se escoge la castidad para entrar en el Reino de los cielos sino porque el Reino ha entrado en uno.
Pero en la enseñanza de Jesús no todo queda reducido a la parte física externa de la sexualidad, como habíamos señalado. También mira a la parte afectiva. Así, podemos hablar de una castidad en los afectos; una castidad con la misma importancia y valor que la física y a la que también están llamados los matrimonios. La castidad afectiva es una manifestación de la fidelidad.
La castidad es una virtud muy humana que el tiempo no podrá despojar de su valor. Como todas las virtudes no viene nunca sola sino acompañada de algunas que le preceden (humildad -hay una gran afinidad entre soberbia y lujuria: la lujuria es el orgullo de la carne y el orgullo la lujuria del espíritu-, generosidad y amor) y otras que le nacen como fruto (dominio de sí, fidelidad, coherencia, etc.). En todo caso, la castidad siempre es un don de Dios que está en nuestras manos cultivar o dejar se marchite. Digo, si la dejamos marchitar algún día nos presentáremos ante el juez que nos pedirá cuenta de los donde recibidos, ¿qué le responderemos entonces? No está de sobra recordar que nuestras respuestas se construyen ahora, no luego.
DIOS CONTIGO
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