El don de consejo actúa como un soplo nuevo en la conciencia, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma (cfr San Buenaventura, Collationes de septem don is Spiritus Sancti, VII, 5). La conciencia se convierte entonces en el «ojo sano»
del que habla el Evangelio (Mt 6, 22), y adquiere una especie de nueva
pupila, gracias a la cual le es posible ver mejor que hay que hacer en
una determinada circunstancia, aunque sea la más intrincada y difícil.
El cristiano, ayudado por este don, penetra en el verdadero sentido de
los valores evangélicos, en especial de los que manifiesta el sermón de
la montaña (cfr Mt 5-7).
Por
tanto, pidamos el don de consejo. Pidámoslo para nosotros y, de modo
particular, para los Pastores de la Iglesia, llamados tan a menudo, en
virtud de su deber, a tomar decisiones arduas y penosas.
Pidámoslo por intercesión de Aquella a quien saludamos en las letanías como Mater Boni Consilii, la Madre del Buen Consejo.
DIOS CONTIGO
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