miércoles, 27 de enero de 2010

EN MI SED ME DIERON VINAGRE. LA CIVILIZACION DE LA ACEDIA...

MARIA REINA Y MADRE POR SIEMPRE...
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En mi sed me dieron vinagre. La civilización de la acedia
Autor: Horacio Bojorge

Capítulo 6: Acedia y desolación según San Ignacio de Loyola

6.1.) Razones contra gozo

Dice San Ignacio de Loyola que es propio de Dios y de sus Angeles, en sus mociones, dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación inducida por el enemigo. Y que lo propio del enemigo es tratar de turbar y entristecer al alma, militando contra las alegrías y gozo de la Caridad. Esta regla de discernimiento, sin nombrarla, de hecho describe la acedia como fenómeno espiritual.

San Ignacio observa que el instrumento del cual se vale el enemigo de la caridad para sembrar tristeza y turbación en el alma consolada, es de orden racional: razones aparentes, sutilezas y engaños repetidos. He aquí el texto de la regla ignaciana de discernimiento a que nos referimos:

"Propio es de Dios y de sus Angeles en sus mociones dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación que el enemigo induce, del cual es propio militar contra la tal alegría, trayendo razones aparentes, sutilezas y asiduas falacias."

Lo que San Ignacio describe en esta regla, es precisamente el ataque de la acedia contra la caridad en su forma más refinada. Ignacio observó y hace notar en sus reglas de discernimiento, que el arma del enemigo contra el gozo, es de orden intelectual: la razón, los pensamientos; y que esos pensamientos serán tanto más peligrosos y engañosos, cuanto más apariencia de verdad y de bien tengan.

Un ejemplo arquetípico que ilustra la mecánica de esta tentación es la escena de la Unción en Betania. (ver 2.1.) Hemos visto cómo Judas se opone al gozo de la misericordia en nombre de la misericordia y con argumentos de misericordia. Su desamor es fecundo en encontrar razones y pretextos contra el amor, y es hábil en revestirlos de apariencia honorable. En realidad no tiene otra cosa que oponerle sino razones. Razones de la hipocresía que son sólo excusas.

Donde el enemigo encuentra gozo de la caridad, acude con su jarro de vinagre ideológico.

San Ignacio ha descrito en su Regla una ley del acontecer espiritual que se comprueba, además, tanto en la experiencia de los Ejercicios Espirituales como de la vida corriente: a la inspiración inicial se le opone casi inmediatamente un "pero", una objeción; al buen deseo le asalta una duda, una pregunta, o simplemente una acusación descalificadora; al llamado de Dios, razones y objeciones; "Señor, soy un muchacho, no sé hablar" (Jeremías 1,7-9, ver Exodo 4,1.10-11; Isaías 6,5).

Escrúpulos

Otra ofensiva de esta misma índole contra el gozo de la Caridad son los escrúpulos, cuya naturaleza es la misma: un pensamiento que milita contra el gozo del alma justa:

"Si ve (el enemigo) que un alma justa no consiente en sí pecado mortal ni venial ni apariencia alguna de pecado deliberado, entonces el enemigo, cuando no puede hacerla caer en cosa que parezca pecado, procura (por lo menos) hacerle poner pecado donde no hay pecado, así como en una palabra o pensamiento mínimo."

Ya se deja ver la condición sádica de la acedia del enemigo y su ensañamiento contra el gozo de la Caridad.

Los escrúpulos - enseña San Ignacio - por un tiempo, aprovechan al alma. Pero hay almas a las que los escrúpulos, convirtiéndoles el gozo de la gracia en tormentos de ley, pueden disuadirlas del camino del fervor de la caridad y la amistad con Dios. El tormento de los escrúpulos puede llegar a hacer odiosa la amistad de Dios y precipitar al alma en la acedia, o alejarla del camino ascético y hacerla volver a derramarse en las cosas.

Esta doctrina ignaciana de discernimiento es necesaria para preservar el gozo de la caridad, y la caridad misma, contra los ataques abiertos o embozados. Los pensamientos y razones aparentes que se presentan al alma como buenos y santos, son sin embargo los que, cuando han fracasado los demás medios, saca a relucir el enemigo del gozo, para emplear contra él sus armas más sofisticadas y temibles. Contra las razones con apariencia de bien y de verdad, el gozo siempre tiene, de antemano, la discusión perdida. Porque en toda discusión siempre es el gozo quien "se va al pozo."

Se sigue que en la vida espiritual, hay que proteger el gozo y el consuelo de la caridad contra las razones aparentes, contra los espíritus discutidores, perfeccionistas, impugnadores, suspicaces (los maestros de la sospecha), escépticos o simplemente distractivos. Como se protege el buen vino del contacto con el aire para que no se avinagre.

6.2.) Desolación contra consolación

En sus Reglas de Discernimiento, San Ignacio describe los efectos de la Gracia en el alma, con el nombre de consolación. Y llama desolación a lo contrario. Por la descripción que hace de "lo contrario", es reconocible la tentación de acedia.

Al describir la consolación, san Ignacio la homologa con las tres virtudes teologales: "llamo - dice - finalmente consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda alegría interior que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su alma, aquietándola y pacificándola en su Criador y Señor."

San Ignacio notó la relación especular entre gozo y virtudes teologales, así como la existencia de sus contrarios, cuyo primado detenta la acedia.

La primera serie de Reglas de Discernimiento trata de la desolación, y contiene, en efecto:

  • una breve pero clarísima descripción de la acedia, que Ignacio define por oposición a la consolación

  • prescripciones de remedios contra ella: 8ª Regla: "El que está en desolación, trabaje en estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que será pronto consolada..." (EE 321).

  • explicación de sus causas.

    La segunda serie de Reglas de discernimiento se ocupa de formas más sutiles de la acedia:


  • previene contra razones contrarias al gozo

  • enseña cómo defenderse de los fulgores engañosos y los fuegos fatuos de gozos que no son los de la caridad sino consolaciones aparentes, que han de distinguirse de las verdaderas. Se debe atender mucho al discurso de los pensamientos... y si en el discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala o distractiva, o menos buena que la que el alma tenía propuesta antes hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba al alma quitándole su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal espíritu" (EE 333).

    Veamos un ejemplo que muestra cómo desde un estado de auténtica consolación puede pasarse insensiblemente a otro, falso, que termina en el disgusto. Relata una religiosa:

    " A terminar de despegarme del mundo había contribuido la visita de diez días que hice a mi casa al terminar el postulantado y antes de ingresar al Noviciado. Durante todo el año del postulantado había extrañado mi casa, mi ciudad, mis amigos. Fui pensando que diez días iban a ser pocos para reencontrarme con todos y con todo. Sin embargo, una vez en casa, tres o cuatro días fueron suficientes para sentirme como pez fuera del agua: me molestaba el televisor prendido todo el día, el equipo de música de mis hermanas, la trivialidad de mis amigos, y por sobre todo, la ausencia del Santísimo para quedarme un rato con El, a cualquier hora del día. Aquellos diez días se me hicieron eternos y volví al Noviciado con grandes deseos: `con grande ánimo y liberalidad´. Durante un tiempo todo fue hermoso. Los Ejercicios previos al ingreso a la nueva etapa de formación me habían encendido en fervor, y no había cosa que no fuera para mí motivo de gozo. Sentía que "en El era, me movía y existía". Sin embargo, poco a poco, sin saber cómo ni cuándo comenzó, empecé a sentir que su Presencia me asfixiaba. Ese estar en El que tanto gozo me había causado, de pronto se transformó en cárcel. Mirara donde mirara, hiciera lo que hiciera, en todo estaba Dios. Era como un aire enrarecido que, a la vez, me cerraba las puertas para `otros aires´. Era demasiado Dios. Me sentí saturada de Él. En ningún momento sentí un rechazo abierto hacia su Presencia, sólo quería un poco menos."

    La tentación de acedia, no advertida o consentida, puede instalar al alma en un estado permanente de acedia. Y aunque por inadvertencia no hubiese culpa en ello, habría grave daño del sujeto y se impedirían grandes bienes. La desolación sentida y no resistida, peor aún si aceptada, precipita a la larga o a la corta en el avinagramiento, que puede terminar siendo culpable, y a veces puede llegar, a la postre, a perseguir militantemente al gozo. La oposición de la desolación y de la falsa consolación, a la consolación, reflejan la oposición de la acedia al gozo de la caridad.

    Por eso, la Contemplación para alcanzar Amor, es el mejor antídoto contra la acedia, a estar a las recetas de Casiano, que vimos antes, y a las de San Benito y de Santo Tomás a la que nos referiremos más adelante.

    6.3.) Acedia en ejercicios de mes

    Durante el Mes de Ejercicios no es raro que - aparte de las desolaciones comunes y por eso más fácilmente reconocibles - sobrevengan mociones de acedia que a veces no se sabe reconocer como tales. Por lo cual conviene estar alerta para cuando se presenten.

    Una ejercitante refiere al que le da los ejercicios que en la meditación del descenso de Cristo a los Infiernos, le ha venido un sentimiento de tristeza al contemplar cómo el Señor va al rescate de Adán:

    "Estaba leyendo la segunda lectura del Oficio del Sábado Santo, como preparación para la contemplación del descenso de Jesús a los Infiernos. Es un texto de una antigua Homilía sobre el Santo y Grandioso Sábado. Durante toda la lectura me había emocionado mucho. Antes de comenzarla, ya estaba muy agradecida y enfervorizada en el Señor, con imágenes bien vivas y con la consolación propia de la tercera semana. Pero al llegar al paso de la lectura donde Cristo, tomándolo a Adán de la mano, lo levanta, y le dice: "Despierta tú que duermes", y sobre todo al llegar al lugar donde le dice: "tienes preparado un trono de querubines." me asaltó una tristeza fuerte de que a Adán le dieran esa gloria después de su caída. Inmediatamente me dí cuenta de este sentimiento y le dije al Señor: "Señor, no quiero este pensamiento, no quiero pensar esto", pero el pensamiento no me dejaba. Hasta que lo escribí para contarle la moción al director de Ejercicios. Sobre esto me venían sentimientos de vergüenza y mociones para que no lo contara. A lo que respondí con un propósito firme: "No, Señor, yo lo contaré". Y al instante se me pasó aquella moción de tristeza y me volvió el fervor anterior."

    Sabor agrio a Herodes

    Reporto aquí la experiencia de otro ejercitante, que me contó un director de ejercicios de mes, porque refleja sugestivamente la acedia como sensación de agrio.

    El caso es el siguiente. Un ejercitante, en la aplicación de sentidos sobre el misterio de la adoración de los Magos, gustaba la personalidad de Herodes como un dulce que se ha fermentado ligeramente y está agriado. Es obvio que el pecado de Herodes - como dijimos antes: (3.1.) - es un pecado de acedia, porque se entristece por lo que los ángeles anuncian como un gozo y era efectivamente la realización de la gran esperanza mesiánica del pueblo de Dios. Es llamativo que el ejercitante "gustara" esta acedia y la hipocresía conexa, con ese sabor agrio. El ejercitante estaba repitiendo la experiencia primitiva de los cristianos, que encontraron ácido ese pecado.

    Otros ejemplos

    Durante los Ejercicios de Mes se alcanza un grado de concentración y atención espiritual muy grande, que permite advertir y reconocer movimientos interiores que pasarían inadvertidos en la vida cotidiana.

    He aquí algunos ejemplos más de movimientos de acedia advertidos en Ejercicios de Mes y reconocidos como tales por el ejercitante.

    - Primer ejemplo:

    "Estaba rezando la Liturgia de las Horas. Al leer la segunda lectura del Oficio de Lecturas, que era un texto de San Agustín, me sobrevino un marcado sentimiento de fastidio cuando confiesa haberse abrazado al único Mediador Jesús, y haber encontrado en El el medio para acercarse a la Luz y al Alimento que veía tan inalcanzables. Rechacé ese sentimiento por reconocerlo como tentación, oponiéndole una segunda lectura del pasaje, animada con sentimientos de alegría y gratitud".

    - Segundo ejemplo:

    "Durante el día me vino al pensamiento la pregunta acerca de si María había podido tener tentaciones. Hablándolo con el director, éste me dijo que no necesariamente la Virgen María hubiese debido tener tentaciones. Más tarde, en ese día, mientras rezaba el Rosario, se me vino a la mente lo conversado con el Padre director de Ejercicios. En un momento dado, no fue un pensamiento, tampoco un sentimiento, ni siquiera una frase interior: fue como una mirada que me invitaba a mirar despectivamente a María Virgen (mirada "acediosa"), con un despecho mezcla de envidia ("¿por qué Ella?") y de desvalorización ("¡así cualquiera!). Cuando me percaté de ello, miré a María con todo el amor, gratitud y admiración que pude encontrar en mi corazón, y los alimenté el tiempo que quedaba del Rosario, terminándolo con un canto en su honor."

    A la luz de estos ejemplos y de los que vimos en el capitulo anterior, se reconocerá qué frecuentes y qué poco advertidos son los movimientos de acedia que se producen en el alma de los consagrados. Y qué daños individuales y comunitarios, no sólo como pérdida del fervor sino hasta de la fe, pueden producir si no se los advierte y rechaza con prontitud y decisión. Aún cuando, por inadvertencia, la tentación no se convierta en pecado, tiene igualmente efectos devastadores para las gracias recibidas. Bien dice San Ignacio que "la desolación es contraria a la desolación" y procura destruirla.

    Se comprende también cuánto bien se impide en la Iglesia por el desconocimiento de este mal.


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