Audio-Santoral: SAN LORENZO DE BRINDISI
Mt. 12,46-50
El Evangelio de hoy se nos presenta, de entrada, sorprendente: «¿Quién es mi
madre?» (Mt 12,48), se pregunta Jesús. Parece que el Señor tenga una
actitud despectiva hacia María. No es así. Lo que Jesús quiere dejar
claro aquí es que ante sus ojos —¡ojos de Dios!— el valor decisivo de la
persona no reside en el hecho de la carne y de la sangre, sino en la
disposición espiritual de acogida de la voluntad de Dios: «Extendiendo
su mano hacia sus discípulos, dijo: ‘Éstos son mi madre y mis hermanos.
Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre’» (Mt 12,49-50). En aquel momento, la
voluntad de Dios era que Él evangelizara a quienes le estaban escuchando
y que éstos le escucharan. Eso pasaba por delante de cualquier otro
valor, por entrañable que fuera. Para hacer la voluntad del Padre,
Jesucristo había dejado a María y ahora estaba predicando lejos de casa.
Pero, ¿quién ha estado más dispuesto a realizar la voluntad de Dios que María? «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Por esto, san Agustín dice que María, primero acogió la palabra de Dios en el espíritu por la obediencia, y sólo después la concibió en el seno por la Encarnación.
Con otras palabras: Dios nos ama en la medida de nuestra santidad. María es santísima y, por tanto, es amadísima. Ahora bien, ser santos no es la causa de que Dios nos ame. Al revés, porque Él nos ama, nos hace santos. El primero en amar siempre es el Señor (cf. 1Jn 4,10). María nos lo enseña al decir: «Ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lc 1,48). A los ojos de Dios somos pequeños; pero Él quiere engrandecernos, santificarnos.
P. Pere SUÑER i Puig SJ (Barcelona, España)
Pero, ¿quién ha estado más dispuesto a realizar la voluntad de Dios que María? «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Por esto, san Agustín dice que María, primero acogió la palabra de Dios en el espíritu por la obediencia, y sólo después la concibió en el seno por la Encarnación.
Con otras palabras: Dios nos ama en la medida de nuestra santidad. María es santísima y, por tanto, es amadísima. Ahora bien, ser santos no es la causa de que Dios nos ame. Al revés, porque Él nos ama, nos hace santos. El primero en amar siempre es el Señor (cf. 1Jn 4,10). María nos lo enseña al decir: «Ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lc 1,48). A los ojos de Dios somos pequeños; pero Él quiere engrandecernos, santificarnos.
P. Pere SUÑER i Puig SJ (Barcelona, España)
«No es la generación
natural el único motivo por el que se puede llamar
padrea a una persona; existen otras razones diversas según las
cuales algunos son llamados así, y a cada una de
estas especies de paternidad se debe su correspondiente respeto.»
Santo Tomas, Sobre los mandamientos
Santo Tomas, Sobre los mandamientos
DIOS CONTIGO
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