IMAGINANDO QUE ESTAS EN EL CIELO
*Lily Neve
Esta tarde, mientras recorría los caminos que serpentean por los cerros
que hay detrás de mi casa, me acordé de que la semana que viene se
cumplirán cinco años desde la última vez que te vi, desde que nos
dejaste. Inicialmente pensar en eso me entristeció, pero de golpe lo vi
desde otra perspectiva. Cinco años en el Cielo. Llevas cinco años en el
Cielo. ¡Debe de ser sensacional!
Al doblar una curva me topé con una magnífica puesta de sol. El cielo
parecía una acuarela de matices rosados y azules. Por la cercanía de los
monzones, grises nubarrones habían estado todo el día alternándose, a
veces de repente, con cielos despejados, realzando todavía más la
belleza del paisaje.
«En el Cielo —se me ocurrió— debe de haber unos juegos de luces todavía
más espectaculares». Evoqué descripciones de experiencias cercanas a la
muerte, en las que personas que estuvieron momentáneamente en el Cielo
dijeron haber visto colores vivaces que aquí ni tienen nombre ni
existen, frente a los cuales nuestro mundo podría considerarse
monocromático. Trepé a un pequeño terraplén y pasé unos momentos
contemplando el sol que se ponía sobre los arrozales. Pensé en lo que tú
debes de estar disfrutando.
A mi derecha, una oleada de airados nubarrones amenazaba con encapotar
todo el cielo. Volví a imaginarte en las esferas celestiales. Eso es
algo con lo que ya no tendrás que lidiar: esas nubes sombrías que se
ciernen sobre nuestra existencia terrenal y opacan nuestra alegría. En
tu caso, ¡eso quedó atrás para siempre! ¡Gracias a Dios! «Enjugará Dios
toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más
llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas
pasaron» (Ap. 21,4).
Aparté la vista de los nubarrones y me fijé en una bandada de pájaros
que remontaba el vuelo frente a los últimos arreboles que quedaban.
Volví a sonreír. Esa es una característica del Cielo que casi no puedo
ni imaginarme. Allí uno no está anclado al suelo; puede volar sin que se
lo impida la gravedad ni ninguna limitación terrenal. Me intriga cómo
será la sensación. No tengo la menor idea.
Todo eso me llevó a pensar en ti, no en como estabas la última vez que
te vi, cuando tu enfermedad había alterado tantas cosas para ambas, ni
en los momentos felices que vivimos juntas antes de eso, sino en la
existencia que tienes ahora en el Cielo. Nunca había logrado hacerlo.
Pasé junto a un niñito de unos cinco o seis años: cargaba a su
hermanito a trompicones por el camino. Al rato me crucé con una
chiquilla primorosa de unos dos años con coletas y pequitas: me sonrió
alegremente. Poco después pasó una mamá que llevaba a su nene apretadito
contra su seno. Niños. Eso es algo que el Cielo y la Tierra tienen en
común. Conociendo tu amor por ellos y sabiendo cuánto gozabas
cuidándolos, estoy segura de que allá también estás rodeada de
chiquitines.
Recordé otro versículo de la Biblia que describe el Cielo: «No harán
mal ni dañarán en todo Mi santo monte» (Is. 11,9). ¡Qué contraste con
este mundo! Aquí lamentablemente eso de hacer daño y destruir es pan de
cada día. Nos hacemos daño a nosotros mismos, herimos a los demás y
encima destrozamos este espléndido planeta que Dios nos legó para que lo
cuidáramos y disfrutáramos. Un cuadro nada halagüeño. Yo diría que esa
es una característica del Cielo que por lo pronto queda fuera de nuestro
alcance.
Pero también me di cuenta de que existen más similitudes entre el Cielo
y la Tierra. Recordé otro pasaje de la Escritura: la promesa de que
todas las cosas redundan en bien para quienes aman a Dios (Rm.
8,28), todas sin excepción, incluso el dolor que nos puedan haber
causado otras personas, el daño que le puedan haber hecho al mundo, y
todo lo malo que nosotros hayamos podido hacer a los demás. ¡Eso es como
tener un poquito de Cielo aquí en la Tierra!
Ya casi había llegado a casa cuando pensé en el nexo más fuerte que hay
entre mi dimensión y la tuya: el amor. ¿Cómo no se me había ocurrido
antes? El amor es la magia que vincula nuestros mundos. Y no merma con
el tiempo. Te quiero tanto como siempre, y aunque echo de menos tu
presencia física, tu amor incondicional es una constante que aún orienta
mi vida. También cuento con el supremo amor de Jesús, que nos deparará
un futuro espléndido a todos y hará posible que nos reencontremos y
vivamos juntos para siempre en un mismo lugar.
Si en el otro mundo existen tonalidades indescriptibles, sé que allá el
amor también se amplificará en la misma medida, tanto el amor perfecto
que abriga Jesús por todos nosotros como los lazos de amor que nos unen a
las personas que más queremos, estén aquí o allá.
*Lily Neve es voluntaria a plena dedicación, afiliada a La Familia
Internacional. Desde hace más de 16 años trabaja en Asia del Sur con
niños minusválidos y desfavorecidos.
¡Qué lindo fue imaginar hoy cómo estás en el Cielo, mamá
DIOS CONTIGO
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