jueves, 9 de julio de 2015

TE IMAGINO EN EL CIELO

 IMAGINANDO QUE ESTAS EN EL CIELO
*Lily Neve


Esta tarde, mientras recorría los caminos que serpentean por los cerros que hay detrás de mi casa, me acordé de que la semana que viene se cumplirán cinco años desde la última vez que te vi, desde que nos dejaste. Inicialmente pensar en eso me entristeció, pero de golpe lo vi desde otra perspectiva. Cinco años en el Cielo. Llevas cinco años en el Cielo. ¡Debe de ser sensacional!

Al doblar una curva me topé con una magnífica puesta de sol. El cielo parecía una acuarela de matices rosados y azules. Por la cercanía de los monzones, grises nubarrones habían estado todo el día alternándose, a veces de repente, con cielos despejados, realzando todavía más la belleza del paisaje.

«En el Cielo —se me ocurrió— debe de haber unos juegos de luces todavía más espectaculares». Evoqué descripciones de experiencias cercanas a la muerte, en las que personas que estuvieron momentáneamente en el Cielo dijeron haber visto colores vivaces que aquí ni tienen nombre ni existen, frente a los cuales nuestro mundo podría considerarse monocromático. Trepé a un pequeño terraplén y pasé unos momentos contemplando el sol que se ponía sobre los arrozales. Pensé en lo que tú debes de estar disfrutando.

A mi derecha, una oleada de airados nubarrones amenazaba con encapotar todo el cielo. Volví a imaginarte en las esferas celestiales. Eso es algo con lo que ya no tendrás que lidiar: esas nubes sombrías que se ciernen sobre nuestra existencia terrenal y opacan nuestra alegría. En tu caso, ¡eso quedó atrás para siempre! ¡Gracias a Dios! «Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Ap. 21,4).

Aparté la vista de los nubarrones y me fijé en una bandada de pájaros que remontaba el vuelo frente a los últimos arreboles que quedaban. Volví a sonreír. Esa es una característica del Cielo que casi no puedo ni imaginarme. Allí uno no está anclado al suelo; puede volar sin que se lo impida la gravedad ni ninguna limitación terrenal. Me intriga cómo será la sensación. No tengo la menor idea.

Todo eso me llevó a pensar en ti, no en como estabas la última vez que te vi, cuando tu enfermedad había alterado tantas cosas para ambas, ni en los momentos felices que vivimos juntas antes de eso, sino en la existencia que tienes ahora en el Cielo. Nunca había logrado hacerlo.

Pasé junto a un niñito de unos cinco o seis años: cargaba a su hermanito a trompicones por el camino. Al rato me crucé con una chiquilla primorosa de unos dos años con coletas y pequitas: me sonrió alegremente. Poco después pasó una mamá que llevaba a su nene apretadito contra su seno. Niños. Eso es algo que el Cielo y la Tierra tienen en común. Conociendo tu amor por ellos y sabiendo cuánto gozabas cuidándolos, estoy segura de que allá también estás rodeada de chiquitines.

Recordé otro versículo de la Biblia que describe el Cielo: «No harán mal ni dañarán en todo Mi santo monte» (Is. 11,9). ¡Qué contraste con este mundo! Aquí lamentablemente eso de hacer daño y destruir es pan de cada día. Nos hacemos daño a nosotros mismos, herimos a los demás y encima destrozamos este espléndido planeta que Dios nos legó para que lo cuidáramos y disfrutáramos. Un cuadro nada halagüeño. Yo diría que esa es una característica del Cielo que por lo pronto queda fuera de nuestro alcance.

Pero también me di cuenta de que existen más similitudes entre el Cielo y la Tierra. Recordé otro pasaje de la Escritura: la promesa de que todas las cosas redundan en bien para quienes aman a Dios  (Rm. 8,28), todas sin excepción, incluso el dolor que nos puedan haber causado otras personas, el daño que le puedan haber hecho al mundo, y todo lo malo que nosotros hayamos podido hacer a los demás. ¡Eso es como tener un poquito de Cielo aquí en la Tierra!

Ya casi había llegado a casa cuando pensé en el nexo más fuerte que hay entre mi dimensión y la tuya: el amor. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? El amor es la magia que vincula nuestros mundos. Y no merma con el tiempo. Te quiero tanto como siempre, y aunque echo de menos tu presencia física, tu amor incondicional es una constante que aún orienta mi vida. También cuento con el supremo amor de Jesús, que nos deparará un futuro espléndido a todos y hará posible que nos reencontremos y vivamos juntos para siempre en un mismo lugar.

Si en el otro mundo existen tonalidades indescriptibles, sé que allá el amor también se amplificará en la misma medida, tanto el amor perfecto que abriga Jesús por todos nosotros como los lazos de amor que nos unen a las personas que más queremos, estén aquí o allá.

*Lily Neve es voluntaria a plena dedicación, afiliada a La Familia Internacional. Desde hace más de 16 años trabaja en Asia del Sur con niños minusválidos y desfavorecidos.

¡Qué lindo fue imaginar hoy cómo estás en el Cielo, mamá


DIOS CONTIGO


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