Una palabra mágica, un hombre extraordinario
José Luis Martín Descalzo fue el sacerdote que,con sus artículos periodísticos, endulzó el café matutino de sus lectores.
Autor: Óscar Alejandro Ángel, L.C.
Leyendo a Martín Descalzo se comprende por qué tuvo tanto éxito y lo querían tanto sus colegas y lectores. José María Javierre decía: José Luis zarandeaba las cosas de todos -preocupaciones, gozos, alegrías, inquietudes y desgracias-. Qué gran talento para dialogar con el corazón del hombre a través de la pluma. Cada frase escrita en sus columnas semanales o en su obra animaba, consolaba y formaba el alma del lector.
Su sacerdocio impregnó la profesión periodística, que desempeñó durante más de cuarenta años. Martín Descalzo escogió este medio de comunicación para dar a conocer la Buena Nueva. Sabía que estos medios eran una estupenda herramienta para extender su mensaje, pero también era consciente de los innumerables obstáculos que le tocarían la puerta jornada tras jornada: la política interna del periódico, la extensión del artículo, su publicación, las críticas, la competencia, el dinero, la editorial, las ventas, etc.
Pero lo más importante es que a pesar de tantas peripecias y dificultades, José Luis nunca olvidó que era sacerdote. Cuando escribía o respondía las cartas que le llegaban, buscaba conducir a las personas a Dios, a la felicidad y a la paz. Por eso en su temática abundaban motivaciones espirituales, ejemplos cotidianos y virtudes cristianas que hablaban del Padre y amigo que nunca se olvida de aquellos que buscan ser hijos y corresponder a su amistad.
En su amplio índice literario y periodístico aparece en mayúsculas el tema del agradecimiento. José Luis constantemente lo expresaba en sus Razones desde la otra orilla: “Yo siempre he considerado que el mejor dinero y, sobre todo, el mejor tiempo que un hombre puede invertir es el que se emplea en agradecer, porque la ingratitud es una de las espinas más crueles que lleva en su carne la raza humana”.
Este gran sacerdote le sacaba jugo continuamente a la palabra de agradecimiento. Ésta muchas veces fue un consuelo y un remedio a tantas enfermedades espirituales que le llevaban por correo. Esta siempre estira nuestros labios cuando la escuchamos y nos obliga a sonreír. Bastan siete letras para transformar un corazón, animar y alegrar la existencia de aquel que ves a tu lado, en tu casa, en el trabajo, en el supermercado o en el autobús.
Es así como Martín Descalzo se convirtió en pequeños granos de azúcar que endulzaron el café matutino de sus lectores. Muchos de ellos desde su sillón, con las piernas cruzadas, buscaban con afán la columna de aquel sacerdote que devolvía la esperanza y llenaba de razones para vivir y ser feliz en tantos hogares españoles. Como él solía decir “lo bueno del amor y del agradecimiento es que ambos son gratuitos y un poco absurdos. Pero valen más de lo que aparentemente valen”.
Su sacerdocio impregnó la profesión periodística, que desempeñó durante más de cuarenta años. Martín Descalzo escogió este medio de comunicación para dar a conocer la Buena Nueva. Sabía que estos medios eran una estupenda herramienta para extender su mensaje, pero también era consciente de los innumerables obstáculos que le tocarían la puerta jornada tras jornada: la política interna del periódico, la extensión del artículo, su publicación, las críticas, la competencia, el dinero, la editorial, las ventas, etc.
Pero lo más importante es que a pesar de tantas peripecias y dificultades, José Luis nunca olvidó que era sacerdote. Cuando escribía o respondía las cartas que le llegaban, buscaba conducir a las personas a Dios, a la felicidad y a la paz. Por eso en su temática abundaban motivaciones espirituales, ejemplos cotidianos y virtudes cristianas que hablaban del Padre y amigo que nunca se olvida de aquellos que buscan ser hijos y corresponder a su amistad.
En su amplio índice literario y periodístico aparece en mayúsculas el tema del agradecimiento. José Luis constantemente lo expresaba en sus Razones desde la otra orilla: “Yo siempre he considerado que el mejor dinero y, sobre todo, el mejor tiempo que un hombre puede invertir es el que se emplea en agradecer, porque la ingratitud es una de las espinas más crueles que lleva en su carne la raza humana”.
Este gran sacerdote le sacaba jugo continuamente a la palabra de agradecimiento. Ésta muchas veces fue un consuelo y un remedio a tantas enfermedades espirituales que le llevaban por correo. Esta siempre estira nuestros labios cuando la escuchamos y nos obliga a sonreír. Bastan siete letras para transformar un corazón, animar y alegrar la existencia de aquel que ves a tu lado, en tu casa, en el trabajo, en el supermercado o en el autobús.
Es así como Martín Descalzo se convirtió en pequeños granos de azúcar que endulzaron el café matutino de sus lectores. Muchos de ellos desde su sillón, con las piernas cruzadas, buscaban con afán la columna de aquel sacerdote que devolvía la esperanza y llenaba de razones para vivir y ser feliz en tantos hogares españoles. Como él solía decir “lo bueno del amor y del agradecimiento es que ambos son gratuitos y un poco absurdos. Pero valen más de lo que aparentemente valen”.
¡Vence el mal con el bien!
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