La Anunciación del Señor
Evangelio según San Lucas 1, 26-38
(La
lectura de la Encarnación del Señor puede resultarnos complicada en
estos tiempos cuaresmales, pues por defecto tendemos a mirar solamente
los horrores de la Pasión, a revestirnos de ese rictus luctuoso y
semifúnebre. La Anunciación del Señor a María se nos hace algo fuera de
tiempo, contraria a esta rítmica adquirida durante cuarenta días de
cuidadosa elaboración y reflexión.
Y
si esto así sucede, bendito sea Dios que nos desinstala de todos los
supuestos, nos altera las rutinas y jamás dejará de sorprendernos.
La Encarnación y la Pasión del Señor expresan el mismo, único e infinito amor de Dios con nosotros.
Es tiempo santo, momento sagrado.
Es
una aldea ignota e insignificante en la historia del pueblo elegido, es
un poblado nunca nombrado en las Escrituras, quizás porque la Salvación
acontece en donde menos la esperamos, en sitios insospechados o, mejor
aún, sospechosos de que nunca nada bueno suceda.
Es
una muchachita judía, una jovencita campesina que no cuenta para casi
nadie, excepto para los ojos de Dios, y que sin embargo cambiará la
historia de la humanidad en clave de esperanza y liberación.
Hace
cosas raras este Dios nuestro. Se comporta como un enamorado, anda
pidiendo permiso, saluda con gentileza, no impone ni atropella. Su
fuerza de vida, que llamamos Espíritu, es toda delicadeza que nada
vulnera, que crea, que invariablemente genera vida, que nunca vulnera
sino que plenifica.
Es
una muchacha la que decide en nombre de todos nosotros. La creación
contiene la respiración, pues Dios salvará si ella dice que sí.
Es
la conjunción -cónyugues!- eterna de Dios y y los pueblos, ofrenda
perpetua para toda mujer y todo hombre a través de toda la historia.
Con
María y como María, hoy volvemos a decidir si cambiamos el rumbo de
este mundo que está tan lejos de ser santo, si nos vamos a permitir que
se nos salude desde la alegría y la fidelidad.
Es Dios que se hace vecino, amigo, hermano, un hijo a nuestras puertas.
Asume
nuestra frágil y quebradiza condición humana para hacerla plena, para
vestirla de eternidad en una confianza inusitada. Es un Dios a pura
esperanza, que cree y confía totalmente en nosotros, con una fé
diametralmente opuesta a la escasa confianza que solemos depositar en Él
y en su proyecto para toda la humanidad.)
Paz y Bien
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