martes, 10 de junio de 2014

DEL AVE MARÍA

Esta oración está compuesta de dos partes. La primera consta de una doble salutación extraída del Evangelio:
1 – La salutación del arcángel Gabriel, enviado por Dios a fin de anunciar la divina maternidad de María: “Ave, llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc. 1, 28);
2 – La salutación de Santa Isabel, prima de Nuestra Señora, que inspirada por el Espíritu Santo proclamó: “Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc. 1, 42). A estas dos salutaciones fueron añadidas dos palabras para que ellas fuesen más distintamente enunciadas: María (Ave María…) y Jesús (de tu vientre, Jesús).
Fuente: Fátima


Presentan diversas razones de conveniencia para que la Anunciación a María Santísima haya sido hecha por un ángel. Entre ellas, dos pueden ser alegadas:
 
1. Como la virginidad es connatural a los ángeles, fue conveniente que uno de ellos recibiese la misión de hacer ese anuncio a María, la cual, viviendo en carne, llevaba una vida verdaderamente angélica (cf. Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 30, a, 2, c.);
2. El ángel —y no el hombre, manchado por el pecado original— era el legado más apto y conveniente para ser enviado a la purísima Virgen, exenta como los ángeles de toda culpa.

¿Cuándo comenzaron los primeros cristianos a saludar a la Santísima Virgen con las palabras del ángel o de Santa Isabel? Probablemente, cuando tuvieron en sus manos el Evangelio de San Lucas.

El primer documento escrito en que aparece el uso de la salutación del ángel es la Homilía de un cierto Theodoto Ancyrani, fallecido antes del año 446. En ella es explícitamente afirmado que, impelidos por los palabras del ángel, decimos: “Ave, llena de gracia, el Señor es contigo”.

En cuanto al saludo de Santa Isabel, aparece unido al del ángel alrededor del siglo V. Las dos salutaciones conjugadas ya se encuentran en las liturgias orientales de Santiago (en uso en la Iglesia de Jerusalén), de San Marcos (en la Iglesia Copta) y de San Juan Crisóstomo (en la Iglesia de Constantinopla).

En la Iglesia latina, sin embargo, las referidas salutaciones aparecen por primera vez unidas aproximadamente en el siglo VI, en obras de San Gregorio Magno.

El nombre María fue añadido a las palabras del ángel, en Oriente, alrededor del siglo V, según parece, en la liturgia de San Basilio; en Occidente, no obstante, parece que esto ocurrió aproximadamente en el siglo VI, al figurar en una de las obras de San Gregorio Magno, el Sacramentario Gregoriano.

El nombre Jesús fue añadido a las palabras de Santa Isabel probablemente un siglo después, en Oriente, figurando por primera vez en cierto Manual de los Coptos, tal vez en el siglo VII; en Occidente, sin embargo, el primer documento que registra el nombre del Redentor es la Homilia III sobre María, madre virginal, de San Amadeo, obispo de Lausana (Suiza, aproximadamente en 1150), discípulo de San Bernardo. En los mencionados documentos, al nombre Jesús se encuentra añadida la palabra Christus.

La segunda parte de la oración (Santa María, etc.), la súplica, ya era empleada en la Letanía de los Santos. En determinado códice del siglo XIII, de la Biblioteca Nacional Florentina, que perteneciera a los Siervos de María del Convento de la Beata María Virgen Saludada por el Angel, en Florencia, se lee esta oración: “Ave dulcísima e inmaculada Virgen María, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, madre de la gracia y de la misericordia, ruega por nosotros ahora y en la hora de la muerte. Amén”.

En esta fórmula, faltan solamente dos vocablos: [nosotros] pecadores y nuestra [muerte].

La fórmula precisa del Avemaría, como es rezada hoy, se encuentra por primera vez en el siglo XV, en el poema acróstico del venerable Gasparini Borro O.S.M.

La segunda parte del Avemaría fue siempre rezada con carácter privado por los fieles hasta el año 1568, cuando el Papa San Pío V promulgó el nuevo Breviario Romano, en el cual figura la fórmula del referido Venerable Gasparini Borro, siendo establecida solemnemente su recitación al inicio del Oficio Divino, después de la recitación del Padrenuestro y prescrita para todos los sacerdotes. Después de un siglo la mencionada fórmula, sancionada por el Sumo Pontífice, se difundió de hecho en toda la Iglesia universal.


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