EL DESTINO DE LA RANA
Lic. Oscar Méndez Casanueva
Un
filósofo francés, al reconstruir algunas páginas de su infancia,
recuerda que en su pueblo había una pequeño convento cuya existencia se
hacía presente mediante el diario tañir de una pequeña campana. Al paso
de los años, ésta dejó de escucharse. Alguna vez, para su azoro,
descubrió que la campana jamás había dejado de repicar y que lo que en
realidad había sucedido era que el pueblo había crecido y se lo había
comido la “modernidad” y el ruido.
Ciertamente,
algo similar acontece en el corazón del hombre. La voz de Dios y su
gracia, que tan nítidamente escuchábamos y vivíamos durante nuestra
niñez, van quedando sepultadas por los trajines y dificultades que
ofrece la vida adulta, especialmente en el seno de un mundo racionalista
y petulante.
Este
proceso se inicia en la época de la adolescencia y adquiere todo su
vigor durante la juventud. Toda una maquinaria enajenante incide en la
formación de mentalidades homogéneas que alejan al hombre de Dios con
pretextos de una formación laica –en realidad atea- y una corriente
“cientificista”. Nunca ha sido tan cierto aquello de que poca ciencia
aleja de Dios y mucha y verdadera ciencia acercan a la criatura a su
Hacedor.
Escuelas
y universidades difunden conocimientos y técnicas, pero se olvidan del
espíritu y de la formación axiológica del hombre. No tienen una escala
de valores, más no sólo eso, sino lo que es aún peor: ridiculizan los
más altos valores morales y tachan de supersticiosas las creencias
religiosas.
Los
medios de comunicación no se quedan atrás. En su gran mayoría utilizan
la vieja táctica de dos pasos al frente y uno para atrás, en el programa
de la descatolización permanente.
No
hay más que ver un botón de muestra: La propaganda abortiva que
efectúan siguiendo la recomendación que se hizo al gobierno mexicano
denunciada, en su momento, por el Dr. Bernard Nathanson.
El
cine y la televisión con su gran influencia en la creación de criterios
y mentalidades han formado generaciones completas de hedonistas sin un
verdadero criterio intelectual. El sexo, la violencia, la comodidad y la
corrupción, en sus diferentes matices, bombardean a sus pasivos
receptores.
Ni
que decir de videos, revistas y “cuentos” –sobre todo para el sector
más popular-, donde la vulgaridad ha alcanzado, en los últimos años,
proporciones ilimitadas. Y también, ahora, la pornografía más cruda y
deleznable se encuentra en un gran número de hogares -al alcance de
niños y adultos- por medio del internet.
Todo
este programa de descatolización que ataca a pasos, cada vez más
acelerados, a toda la población, va generando una sociedad sin valores,
cada vez más alejada de Dios y despreocupada de contrarrestar esta
ofensiva que actualmente toma la bandera de la "ideología de género". Lo
asombroso consiste en que esta misma sociedad que tanto se queja de la
corrupción –a todos los niveles- y de la delincuencia incontrolable que
sufre, no sólo no ataca, sino ni siquiera alcanza a adivinar las
verdaderas causas de sus males. Ciertamente, está sufriendo el destino
de la rana: se dice que si se pone a este animal en una olla con agua
muy caliente, brincará de inmediato procurando escapar. En cambio, si se
le coloca en una olla con agua fría y se calienta ésta poco a poco, a
fuego lento, la rana quedará ahí mansamente, hasta morir hervida.
Así exactamente igual, ha sido la embestida descatolizadora de nuestra sociedad que está viviendo el destino de la rana.
Un
proceso social tan enajenante, que aleja al hombre de la verdad
trascendente, que le hace olvidar, si no es que hasta desconocer su fin
último, sólo es explicable por una suma de voluntades, quebrantadas y
manipuladas si se quiere, pero culpables por actos de cerrazón y repudio
a Dios. Porque si es una gracia de Dios creer en Él inicialmente, lo es
también, y muy grande perseverar en la fe por encima de las
dificultades que presenta el mundo desorbitado en el que hoy vivimos.
Si
bien, la fe y la fidelidad a Dios y a su Iglesia son una gracia de
Dios, también provienen de una determinación personal. No puede creer el
que no quiere. El que desea creer, sólo creerá si recibe esta gracia de
lo Alto. Don que Dios no niega a quienes lo piden y lo desean con
sinceridad, pero que no otorga a aquellos que en el fondo de su realidad
verdaderamente no buscan ese don. La gracia de la fe puede producirse
en un instante, como una chispa, pero la de perseverar debe ganarse con
la plegaria y el esfuerzo diarios. De otro modo, cuando el alma se
cierra en alguna medida a Dios, puede perderse la fe, aunque se le
cierre negando un solo artículo del Credo. Dios es celoso: todo o nada,
porque Él no transige.
Es
la tragedia de las tragedias, la del hombre infiel que pierde a Dios y
el sentido de lo sobrenatural. Es un mundo interior desolado que por una
parte se disfraza de suficiencia ante los demás y por la otra se trata
de llenar frenéticamente con elementos que atemperen esa desolación y el
vacío que lo aprisiona. Esta tragedia se procura acallar por mil
medios: dinero, honores, poder, conocimientos, arte, etc.
Por
último, la fe madura es una percepción interior y sobrenatural de la
realidad en la que se cree. Es la vivencia de las verdades que una vez
“sólo se creyeron”, es profunda, vital, imposible de confundir con
convicciones simplemente intelectuales. Es la fe que impone entregar la
vida por Cristo al mártir o desgastarse al máximo al misionero,
olvidándose de sí mismo por evangelizar al prójimo.
Es
pues necesario la reflexión de todo esto: ¿Cuántos hemos dejado de oír
esa voz nítida de Dios que escuchábamos en nuestra niñez tal como
ocurrió con la campana del convento de aquel pueblecillo? Esas
vivencias, ese amor al Creador, esa experiencia inigualable de nuestra
primera comunión –tan íntima y verdadera-, esos estudios de nuestra
religión... ¿dónde quedaron? ¿Olvidamos seguir instruyendo nuestra fe
como adultos y sentimos corta nuestra preparación católica infantil?
¿Nos envolvió el ruido, la duda, los afanes, el escepticismo, “la
modernidad” y dejamos de escuchar la voz de Dios, olvidando que la
gracia de la perseverancia se gana con el esfuerzo y la oración diaria?
Finalmente: ¿Estamos mansamente esperando que el agua se caliente
lentamente para morir hervidos como la rana? ¡Triste destino que se
queda corto si lo comparamos con el último y trascendente que sufren los
que a Dios rechazan!
DIOS CONTIGO
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