LA CARGA
~W. B.~
Leía un relato de la antigüedad, acerca
de un asesino confeso que fue condenado a caminar por el desierto, sin
alimento, sin agua, con las manos atadas, y amarrado a sus espaldas el
cadáver de su propia víctima, de quien horas antes había matado.
Como es de suponer, muy pronto, la sed,
el hambre, el cansancio, más el olor nauseabundo y contaminante que
empezaba a provenir de la macabra carga que llevaba a cuestas, volvió
insoportable la situación del sentenciado, quien entre gritos de horror
y desesperación, infartó, murió…
Esta cruda historia me hizo reflexionar
acerca de que -figuradamente hablando- a algunos nos puede ocurrir algo
similar en nuestra vida interior: transitamos por una especie de
desierto llevando a nuestras espaldas el “cadáver” de antiguos
problemas: frustraciones, odios, o resentimientos, heridas no cerradas,
perdones no conseguidos, traumas no superados, en fin… recuerdos amargos
que permanecen allí, cerca, interponiéndose en nuestra búsqueda de
felicidad.
Querido
amigo (a), quizá alguna o varias veces, lastimaste o te lastimaron,
volviéndote una persona: resentida, negativa y hasta desagradable a
tus propios ojos y al de los demás. Posiblemente sea eso lo que desde
hace tiempo llevas a cuestas y no te deja avanzar con facilidad hacia
una vida plena.
Por experiencia personal, sé que
Jesucristo es el único que otorga perdón, paz, sabiduría y
dirección; el único que pude desatarnos de todo pesado bulto.
Solamente necesitamos acercarnos a Él y pedirle con sinceridad, perdón
por el daño que hayamos infringido a otros, y asimismo que nos enseñe a
perdonar de corazón, a quienes nos hayan causado dolor. Al ejercer
perdón, aprendemos a perdonarnos a nosotros mismos, y eso indudablemente
aligera nuestra carga.
DIOS CONTIGO
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