CLUB DE LAS ALAS GRANDES
P.P.S.
Andrea llegó aquella tarde contentísima a casa.
- Mamá, ya podemos echar a papá de casa. Solo sabe poner normas y
exigir. Y, cuando está contento, se dedica a jugar en vez de hacer cosas
importantes.
- Pero, hija ¿por qué dices eso?- preguntó su madre.
- Porque hoy en la escuela una señora nos ha explicado muy claro que
los hombres no sirven para nada y que las mujeres nos bastamos solitas
para llevar una familia y una casa. No me extraña, viendo a papá, yo ya
me lo estaba imaginando.
- Te equivocas, cariño, los buenos papás como el tuyo hacen mucho más de lo que parece…
Y entonces su madre empezó a sacar libros y revistas que hablaban de
la importancia de los padres en la educación, el desarrollo de la
autoestima y la confianza, las habilidades sociales y un montón de cosas
de las que Andrea no entendió ni una palabra.
- Mami - le interrumpió - ¿no me lo puedes decir de forma que yo lo entienda?
- Claro que sí. Los papás, haciendo las cosas a su manera, son los que hacen que os crezcan las alas.
Andrea ya no quiso oír más ¡Iba a tener alas! Al día siguiente
extendió su entusiasmo a todos los niños y niñas de su clase. Pero
algunos estaban preocupados. Carlos apenas veía a su papá, pues pasaba
casi todo el día fuera.
- Si no me regaña, ni juega conmigo, ni me exige, no creo que vayan a salirme las alas.
- A mí tampoco- decía Marta, casi llorando- mis padres se separaron y a mi papá solo puedo verlo de vez en cuando.
- Pues crearemos “el Club de las Alas Grandes” para obligar a nuestros papás a hacer crecer nuestras alas.
Dicho y hecho. Todos en la clase se unieron al club y se lanzaron
ilusionados a buscar formas de pasar más tiempo con sus papás. Si hacía
falta, los mismos niños les enseñaban a poner normas, regañar o jugar a
juegos tontos. Con su entusiasmo y sus buenos resultados terminaron por
convencer a muchos otros papás y mamás para unirse al club y preparar
todo tipo de excursiones, fiestas y actividades. Hasta el papá de Carlos
comenzó a salir antes del trabajo, y la mamá de Marta dejó que su padre
fuera a visitarla cuando quisiera.
Al finalizar el curso celebraron una gran fiesta. A ella asistieron
todos los papás, que fueron premiados con la insignia especial del Club
de las Alas Grandes. Todos estaban alegres y felices. Todos, menos una
persona: aquella señora que les había contado que los hombres no servían
para nada. Acercándose a la madre de Andrea, le preguntó en voz baja:
- ¿Por qué toda esta celebración? Aquí sobran muchísimos papás.
- ¡Qué va! -respondió- gracias a ellos a todos estos niños y niñas les van a crecer las alas.
- ¡Menuda tontería! Los niños no vuelan.
- No es verdad - interrumpió Andrea- los niños volamos cuando nos salen las…
Pero no pudo acabar la frase. Al mirar a los ojos de la mujer solo
pudo encontrar rencor y, oculta entre tanto odio, la sombra de una
triste niña que nunca había tenido alas. Ella no sintió odio, sino pena,
y fue entonces cuando comprendió que sus alas, aquellas que estaba
haciendo crecer su papá, nunca tendrían plumas, pero le permitirían
volar mucho más alto que cualquier pájaro.
DIOS MI CONSUELO EN VIDA
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