Convencida cada vez más de su indignidad, Teresa invocaba con frecuencia a los grandes
santos penitentes, San Agustín y Santa María Magdalena, con quienes están asociados dos
hechos que fueron decisivos en la vida de la santa. El primero, fue la lectura de
las "Confesiones" de San Agustín. El segundo fue un llamamiento
a la penitencia que la santa experimentó ante una imagen de la Pasión del
Señor: "Sentí que Santa María Magdalena acudía en mi ayuda . . . y desde entonces
he progresado mucho en la vida espiritual".
A la santa le atraían mas los Cristos ensangrentados y manifestando profunda
agonía. En una ocasión, al detenerse ante un crucifijo muy sangrante le preguntó:
"Señor, ¿quién te puso así?, y le pareció que una voz le decía: "Tus
charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa".
Ella se echó a llorar y quedó terriblemente impresionada. Pero desde ese día ya no
vuelve a perder tiempo en charlas inútiles y en amistades que no llevan a la
santidad.
"Creo que
fueron los años más tranquilos y apacibles de mi vida, pues disfruté entonces de la paz
que tanto había deseado mi alma . . . Su Divina Majestad nos enviaba lo necesario para
vivir sin que tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos
veíamos en necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor".
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