ORATIOTERAPIA
Experiencia
comunitaria
Monjas Trinitarias de Suesa (Cantabria)
Hay docenas de terapias para estar mejor, para ser más felices, para solucionar conflictos personales que se hacen comunitarios, sociales...
Existe un porcentaje
elevadísimo de personas que han hecho alguna clase de terapia. Yo entro en el
tanto por ciento. Cada día hay más tipos: psicoterapia, logoterapia,
auriculoterapia, risoterapia, reflexoterapia, terapias de escucha, corporales,
cognitivas, de profundización, de comunicación, con personas, con animales, con
cosas, con elementos naturales,... breves, más largas, más o menos intensas...,
en grupo, individuales, con o sin deberes para casa..., más o menos creativas,
más o menos clásicas..., más o menos caras... La variedad es increíble. El
objetivo prácticamente el mismo.
Quizás tenemos que acudir a un terapeuta para averiguar por qué necesitamos hacer terapia... No sé.
¿Es bueno hacer terapia?
Ni idea. No es malo ni bueno, es necesitarlo o no. Y viceversa. Y no siempre. Depende, de según cómo se mire todo depende,
dice la canción.
Las terapias ayudan a
parar el ajetreo diario, a dedicar un tiempo a mejorar la calidad interior de
nuestra vida. Obligan a hurgar en una misma, a sacudir algunas alfombras
viejas, a descubrir otros muebles nuevos que no conocíamos y a pasar un trapo a
parte del alma. Digo a parte,
no digo a toda el alma.
Para hacer este ejercicio
de “empleada de hogar” es preciso cierto silencio, algo de calma, bastante
sinceridad e ir dejando de lado el pudor, mientras se adquiere la capacidad de
abandono. De esta manera es más fácil investigar nuestros conflictos, reconocer
su origen y buscar la solución (si la tiene), para encontrarnos más livianas,
más libres, llenas de energía positiva.
Y, sin embargo, mi experiencia me enseña que las
terapias tienen un techo, un tope. Ayudan hasta un punto del cual ya no pueden
avanzar más. Por eso decía anteriormente que facilitan la limpieza de parte del
alma. Otra parte queda sin pulir. Pero indudablemente son el comienzo de un nuevo
camino. Y todo empieza por un principio.
Después de buscar, e
incluso practicar, terapias y métodos que me ayudasen a crecer, a solucionar
conflictos personales, a liberarme de ataduras propias y sociales, a sacudirme
comportamientos adheridos con el paso de los años..., he encontrado la que
mejor me va. Se llama “oratioterapia”. Es perfectamente adaptable a
cualquier edad, no es excesivamente complicada y, con el tiempo, puede hacerse
en cualquier momento y lugar, de hecho puede ser algo intrínseco a la
naturaleza propia.
Bromas aparte, en mis
prácticas terapéuticas llegó un momento en el que ya no sabía si me encontraba
mejor por el ejercicio de reflexión o por el ejercicio, más intenso, de la
oración.
La oración, la
“oratioterapia”, exige intimidad, discreción, sinceridad, docilidad ante lo que
puedas encontrarte en el avance de la “terapia”. Conlleva silencio interior,
confrontación con tu propia realidad y con el yo imaginado y creado, el que se
alza como un gigante pero con pies de barro.
Sentarse a hacer oración significa derramar
muchas lágrimas, descubrir varios cajones revueltos y bastantes paquetes de
regalos entregados en nuestro nacimiento y aún sin desenvolver.
Es un misterio. La
oración es misterio, apertura a la comunicación, desarraigo. La oración es
sanación, por eso es terapéutica, pero sin techo, una especie de terapia
infinita, en la que avanzarás tanto como quieras avanzar, y siempre en
compañía.
Comenzar un camino de
oración, o retomarlo, no es sólo recitar fórmulas ya aprendidas sino que es
inventar palabras nuevas, saborear frases que se han quedado vibrando en
nuestra piel, que despiertan la belleza que espera tras nuestra mirada. Dejar
al alma deslizarse, como la niebla sobre la ría, e ir haciéndola cálida y
húmeda, fértil.
La mayor parte de las
técnicas utilizadas en terapias son válidas para la oración: la relajación, las
visualizaciones, la introspección, la confrontación, el ejercicio de la
consciencia atenta y motivada, el descubrimiento propio, los pensamientos positivos,
la aceptación,... todo entra en la “oratioterapia”, todo y más, porque aunque
son elementos útiles para la oración no son en sí oración.
La oración te religa con
Alguien que está en ti y más allá de ti, Alguien que te suscita preguntas y te
sugiere respuestas, Alguien que te desnuda y te cubre,... Alguien que te sana,
que cauteriza tus heridas, que las besa, en silencio, que no las borra pero sí
las cicatriza y honra. En las heridas está escrita una parte de nuestra
historia, ellas mismas son elemento constitutivo de la tinta con que se ha
escrito.
La oración es como la
sal: intensifica los sabores, hace los alimentos más sabrosos.
La “oratioterapia” es
técnica viejísima, adaptada a lo largo del tiempo, con diferentes métodos y
corrientes, con distintos maestros. Y siempre hay expertos ejercitantes
dispuestos a iniciar y acompañar, por ejemplo, monjes y monjas, verdaderos
terapeutas y sanadores, compañeros en el camino ajeno.
Invito, humildemente, a
practicar “oratioterapia”, sin prejuicios, con absoluta desnudez, olvidando lo
que creemos saber.
Acércate a alguien que
ore con las entrañas descarnadas, alguien que esté reconstruyendo su vida tal y
como un día la ideó Dios.
Sé tú oración, para ti y
para otros. Ya sabes lo que se dice: “año nuevo, vida nueva”...
DIOS CON NOSOTROS
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