EL NIÑO HUÉRFANO Y LA ASIGNATURA
DE RELIGIÓN
Lluis Llaquet
Había
una vez un niño que era huérfano. No tenía ni padre ni madre y desde
que tenía uso de razón siempre había estado en un orfanato. No le
importaba mucho esta situación, era feliz como estaba y se entretenía
mucho con sus compañeros. Jugaban a la pelota, estudiaban en el colegio y
por las noches una cuidadora les ayudaba a hacer los deberes y a
acostarse en la cama.
El
niño se fue haciendo mayor y crecía sano y fuerte pero llegada la
adolescencia se dio cuenta de una cosa: no sabía quién era. Él sabía
cómo se llamaba, el color de su pelo, y la tonalidad de sus ojos. En la
escuela le habían explicado que del amor de un padre y una madre nacían
los hijos. Sabía que las mujeres gestaban en su seno a nuevos hombres y
mujeres, y que daban a luz a los 9 meses. Pero a él jamás le habían
explicado quién le había puesto ese nombre, cómo es que era rubio y no
moreno o quién eran ese padre y esa madre fruto del amor de los cuales
había surgido.
Un
día preguntó a sus compañeros de orfanato si sabían algo del origen de
su vida pero nadie pudo contestarle. Al día siguiente se lo preguntó a
la directora del centro pero tampoco supo qué responderle más que lo que
sostenían los informes: unos papeles incompletos que algún funcionario
vago no quiso rellenar correctamente en su día.
En
ese momento el niño entró en un pánico terrible. No sabía de dónde
venía, no sabía cómo había venido al mundo, ¿cómo iba a saber si quién
era?
Si no sabemos de dónde venimos, ¿cómo vamos a saber quiénes somos?
Eso
es justamente lo que le pasa a nuestra enferma sociedad. No sabe de
dónde viene y por eso no sabe qué es. Ha rechazado sus orígenes y
pretende que sus hijos se queden huérfanos, tal y como le ocurre al
protagonista de nuestra historia.
Nuestra
sociedad no quiere que sus hijos estudien religión en la escuela. Cree
que es algo arcaico, retrógrado y falso. No acepta ni si quiera que sus
descendientes conozcan cuáles son sus raíces, sus apellidos, las razones
por las cuales hemos sido y somos algo en este mundo.
No
quiere que sus nuevas generaciones entiendan la razón de su existencia,
las causas de su éxito ni el desarrollo de su historia.
¿Cómo
podrán los hijos de la postmodernidad entender el Templo de la Sagrada
Familia de Barcelona, la Catedral del Mar, la estatua del Cristo
Redentor de Río de Janeiro, el cuadro de la Última Cena de Da Vinci o el
mismísimo Señor de los Anillos sin saber en qué se inspiraron sus
autores?
¿Cómo podrán comprender de dónde viene que todos los hombres seamos iguales,
sin importar nuestra raza, nuestro sexo, nuestra cultura o nuestra
lengua sin conocer las palabras de San Pablo: “ya no hay judío ni
griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos somos uno
en Cristo Jesús” (Gal 3, 28)?
Una
ideología más huérfana que el protagonista de nuestra historia,
pues no tiene ni Padre, ni Dios, ni sentido, ni razón de existir.
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