Jn. 8,21-30
A una semana de la contemplación de la Pasión del Señor, Él nos invita a
mirarle anticipadamente redimiéndonos desde la Cruz: «Jesucristo es
nuestro pontífice, su cuerpo precioso es nuestro sacrificio que Él
ofreció en el ara de la Cruz para la salvación de todos los hombres»
(San Juan Fisher).
«Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre...» (Jn 8,28). En efecto,
Cristo Crucificado —¡Cristo “levantado”!— es el gran y definitivo signo
del amor del Padre a la Humanidad caída. Sus brazos abiertos, extendidos
entre el cielo y la tierra, trazan el signo indeleble de su amistad con
nosotros los hombres. Al verle así, alzado ante nuestra mirada
pecadora, sabremos que Él es (cf. Jn 8,28), y entonces, como aquellos
judíos que le escuchaban, también nosotros creeremos en Él.
Sólo la amistad de quien está familiarizado con la Cruz puede
proporcionarnos la connaturalidad para adentrarnos en el Corazón del
Redentor. Pretender un Evangelio sin Cruz, despojado del sentido
cristiano de la mortificación, o contagiado del ambiente pagano y
naturalista que nos impide entender el valor redentor del sufrimiento,
nos colocaría en la terrible posibilidad de escuchar de los labios de
Cristo: «Después de todo, ¿para qué seguir hablándoos?».
Que nuestra mirada a la Cruz, mirada sosegada y contemplativa, sea una
pregunta al Crucificado, en que sin ruido de palabras le digamos:
«¿Quién eres tú?» (Jn 8,25). Él nos contestará que es «el Camino, la
Verdad y la Vida» (Jn 14,6), la Vid a la que sin estar unidos nosotros,
pobres sarmientos, no podemos dar fruto, porque sólo Él tiene palabras
de vida eterna. Y así, si no creemos que Él es, moriremos por nuestros
pecados. Viviremos, sin embargo, y viviremos ya en esta tierra vida de
cielo si aprendemos de Él la gozosa certidumbre de que el Padre está con
nosotros, no nos deja solos. Así imitaremos al Hijo en hacer siempre lo
que al Padre le agrada.
Rev. D.
Josep Mª
MANRESA Lamarca
(Les Fonts del Vallès, Barcelona, España)
Por amor a Dios, si
soy adicto a la nicotina, a la cafeína, al azúcar
o cualquier otro tipo de acción, renunciar hoy a esta
tendencia que coarta mi libertad.
«Cristo es nuestro hermano y amigo, el
mejor amigo, que se hizo hombre y murió en la
cruz sólo por amor.»
Cristo al centro, n. 532
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