Este año yo quiero contar la historia de la orquídea.
En aquel tiempo Rejoice vivía en Osaka (Japón) con su marido y cinco
hijos. Un día invernal se encontraba fuera trabajando en el jardín
cuando vio a una vecina que sacaba una maceta con los despojos de lo que
alguna vez había sido una planta.
—Era una orquídea preciosa —dijo la señora con un suspiro—, un regalo de cumpleaños de mis hijos; pero se secó.
—¿Te importa si intento recuperarla? —preguntó Rejoice.
Como la vecina estaba contenta de sacársela de encima, Rejoice tomó la
maceta, y durante tres años se dedicó a cuidar, regar y abonar aquella
planta aparentemente inerte. Investigó cuáles son las condiciones
ideales de luz, temperatura y agua para una orquídea. Sin embargo, nada
parecía dar resultado. A lo largo de aquellos tres años, todos los que
veían la planta le aconsejaban que se diera por vencida y la botara.
Estaba claro que se había marchitado y solo ocupaba espacio.
Pero Rejoice perseveró. Una mañana —ya en el cuarto año— de golpe la
orquídea echó una hermosa flor. Mi mujer y yo estábamos de visita en
aquel momento y le tomamos una foto.
La paciencia de nuestra hija y sus tiernos cuidados en aquel asunto de
poca monta me hablaron al alma acerca de tener una visión de largo plazo
y no darme por vencido cuando mis esfuerzos no parecen producir
resultados inmediatos. La perseverancia requiere fe y buen ojo para ver
ciertas posibilidades que otros no perciben.
¿Cuántas personas han sido desechadas como casos sin remedio? Sin
embargo, si recibieran el amor y los cuidados que necesitan, su vida
podría transformarse en una bella flor. Espero adquirir más paciencia,
visión de futuro y fe para reconocer el potencial que tienen los demás y
ayudarlos a cultivarlo, de modo que algún día puedan florecer.
DIOS CONTIGO
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