Así como el pan es el alimento básico del cuerpo, la oración es el alimento básico del alma. Es curioso meditar sobre los paralelismos que existen entre las necesidades, apetencias y desarrollo de nuestro cuerpo y las correspondientes al desarrollo de nuestra alma. El desarrollo de nuestro cuerpo necesita de una variedad de alimentos, para combinar debidamente las proporciones de los tres elementos fundamentales que compone toda dieta alimenticia: Proteínas, lípidos e hidratos de carbono, siendo el pan en el mundo occidental y el arroz en el oriental, la base de la alimentación humana.
Pues bien, el alma, nuestra alma para su correcto desarrollo, también necesita que la persona titular de ella la alimente también con tres elementos que contengan básicamente: Fe, esperanza y caridad, entendida esta esencialmente como amor al Señor y estos alimentos puede ser, actos de amor, limosnas, obras de caridad,… etc y sobre todo la frecuencia sacramental; ellos son los cauces de distribución de la gracia divina, sin la cual es imposible hacer, ni conseguir nada. Y también necesita nuestra alma un alimento básico, así al igual que el cuerpo toma pan, el alma necesitar orar.
Entre los seres humanos, el contacto básico se realiza través de la conversación. No es posible establecer una amistad con alguien, solamente con la mirada o el oído, necesitamos del uso de la lengua, necesitamos hablar y escuchar. Y no difiere mucho lo que nos pasa con el Señor, necesitamos contactar con Él por medio de nuestras palabras, es lo que llamamos oración. En nuestro mundo natural, cuando por ejemplo un chico, en la universidad o donde sea, ve una chica que le interesa, sea por su atractivo físico o por ese, no sé yo que, por el que dos personas de distintos sexos se sienten atraídas, vulgarmente se llama flechazo, y la verdad es que el término es descriptivo de la situación que se origina. Pues bien cuando se da un flechazo, antes el chico tomaba la iniciativa, trataba de abordarla a ella, buscando conversar con ella, ahora ya no es así, pues las hay tan decididas, que a uno se lo dan todo ya todo hecho. Un amigo me decía: Que mala suerte, ¡lo que nos hemos perdido! Por nacer antes de tiempo. Pero no participo yo plenamente de esta opinión de mí amigo, pues pienso que las aguas siempre vuelven a sus cauces y que lo lógico es, lo que siempre ha ocurrido a través de los siglos, que ha sido ella, la que ha dispuesto todo, haciéndole creer al bobo de él, que era él quien disponía. Y así es como comienza el noviazgo, término este cuya etimología viene de término novio, porque él no vió, lo que se ve venia encima, razón esta por la cual ella acude a la boda de blanco y él de luto.
Pues bien, orar o hablar, son términos similares, es la forma que en el orden natural, pero sobre todo en el sobrenatural empleamos más en nuestras relaciones con el Señor. Pero no existe una única forma de orar, se podría decir que existen tantas formas de orar con seres humanos existen. Porque es en la oración, en donde más se pone de manifiesto, la singularidad humana ya que, dado que la oración es una relación personal del hombre con Dios, esta relación es diferente para cada uno de nosotros, por eso ninguna oración es completamente parecida a otra. La oración, es una expresión de nuestra naturaleza singular y única, tal como Dios nos ha creado a todos diferentes unos de otros, y se puede afirmar sin duda alguna, que cada ser humano tiene un distinto camino para acceder a Dios, y si resulta que la oración es un vehículo para recorrer ese camino, también ella será distinta en cada ser humano. De aquí que no exista una única clase de oración, sino tantas clases, como seres humanos hemos sido, somos y serán los que nos sucedan.
Tenemos pues, que partir de la base sobre la cual ya hemos hablado aquí, en otras glosas y en otros libros y no nos cansaremos de repetir, que cada alma es un mundo aparte, completamente diferente una de otra, que pudiera parecer gemela. Dios ha querido hacernos a todos desiguales, y no solo físicamente y genéticamente, sino lo que es más importante; espiritualmente. Esto determina que cada uno de nosotros tengamos un camino distinto para acceder a Dios, por lo que todas las experiencias ajenas, de santos y autores, nos valen siempre con carácter genérico, pero nadie puede nunca, miméticamente seguir los mismos pasos, de un santo o una santa.
Siempre se da un gran paso en la vida espiritual, cuando uno descubre su forma personal de orar, la cual corresponde siempre a un modo propio, que Dios nos ha dado a cada uno. Se puede pensar, que cuando una persona, ha encontrado su forma definitiva de orar, su forma de contactar con Dios, esta persona se ha integrado ya en la Luz divina. Pero en la vida espiritual, ha de transcurrir mucho tiempo antes de que uno encuentre su forma definitiva de orar, pues ello presupone haber llegado al final de camino o estar muy cerca de ese final. La forma de orar se va cambiando en la medida en que se avanza hacia Dios, porque la llegada a una nueva meta, abre necesariamente nuevos horizontes y objetivos, que antes no eran posibles de divisar. Dios nos lleva adelante de modo gradual y como por etapas, entre dolores y consuelos, y sin descubrirnos nunca al principio y de golpe, todos los recovecos, ascensiones y bajadas del camino.
No todos los tramos del camino son humanamente comprensibles. Estos tramos, lo adornan, o lo hacen dramático, sucesos y circunstancias imprevisibles o al menos no previstas. Son eventos que de entrada no se entienden bien, hasta más tarde, uno comprende que aquello que en su día calificamos de malo, resulta que ha sido lo mejor que nos podía haber ocurrido. En general, cuando ya ha pasado algún tiempo, es cuando pasamos a comprender la necesidad que teníamos, de pasar por esos amargos momentos que en su día no entendíamos porque Dios nos los permitía.
Esto es lo que quiere Dios y espera de cada uno de nosotros, que le busquemos libremente, pues libremente nos ha creado. Que le busquemos dentro de nuestra singularidad humana, que es tan querida por Él, sin tratar de imitar a nadie salvo a Él, que siempre ha de ser el espejo donde hemos de mirarnos, de aquí que sea tan importante la Imitación de Cristo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Fuente: JUAN DEL CARMELO
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