«VEIS POR ESTE ANILLO QUE TÚ ESTÁS RESERVADA PARA MÍ...»
Los
relatos evangélicos se inician después de los desposorios de María con
San José. El evangelio según san Lucas dedica dos capítulos a la
concepción e infancia de Jesús. Es en Lucas también donde es llamada
“muy favorecida”, “bendita entre todas las mujeres”, “madre del Señor”…
Fuentes: Varias
¿Cuáles fueron los motivos de conveniencia para que María se
desposase con San José si no iban a tener vida matrimonial (en cuanto a
la unión carnal)?. Los motivos más importantes que señalan los santos
Padres son:
- Para que Jesús no fuera tenido por hijo ilegítimo por los impíos.
- Para escribir su genealogía dentro del uso corriente, por medio del varón.
- Para ocultar al diablo el parto de la Virgen.
- Para que José tuviera el oficio de alimentarlo.
- Para librar a la Virgen de toda infamia (calumnia).
- Para que no fuera apedreada como adúltera por quienes no aceptasen el milagro de la Encarnación virginal.
- Para que tuviese el auxilio de José a lo largo de su vida.
- Para simbolizar a la Iglesia desposada con Jesucristo.
- Para honrar a la virginidad y al matrimonio, y presentar tanto a las vírgenes como a las esposas un ejemplo vivo.
EL ANILLO NUPCIAL DE MARÍA Y JOSÉ
Desde la Edad Media los anillos de la boda de José y María ejercieron cierta fascinación en la religiosidad popular.
La influencia de las narraciones apócrifas que se deleitaban en el
milagro de la elección de José para esposo por una parte, la iconografía
de los desposorios por otra, contribuyeron a que la ceremonia de la
boda, con anacronismos encantadores, divulgara la imagen de la
imposición o entrega del anillo por san José a la esposa María virgen.
Todo ello explica el hecho de que se conservaran y veneraran en lugares
distintos cinco anillos nupciales al menos. La primacía numérica la detentó u ostentó Francia, con cuatro de las cinco joyas devocionales.
Dos monasterios benedictinos poseían
sendas alianzas: el borgoñón de Semur-en-Auxois que, según la tradición,
fue donado por el que fuera patrono o encomendero del monasterio, el
conde Gérard del Rosellón, a mediados del siglo VIII. El otro, más
tardío, pertenecía a la abadía de Anchin, y se contaba que había sido
transportado por los cruzados y donado por benefactores civiles y
eclesiásticos en el siglo XIII.
Ya en el siglo XIV y comienzos del XV se veneraba en Notre
Dame de Paris el par de anillos que se creía haber intercambiado los
santos esposos en su boda. La fuente principal y señera que lo
transmite es, nada menos, Jean Gerson, que esgrime en prosa y verso esta
prenda para afianzar su constante petición de una fiesta con misa y
oficio de los desposorios de José y María. Lo suplicaba al poderoso e
influyente duque de Berry en 1413 poniéndole de relieve el gran servicio
religioso que prestaría estableciendo y apoyando la fiesta (que habría
que colocar en tiempo litúrgico de Navidad) del “virginal matrimonio de San José y Nuestra Señora y el rezo del oficio” que él mismo había compuesto, y, además, todo ello en la iglesia de Notre Dame de Paris, “donde están los anillos del desposorio de la Virgen”.
EL ANILLO DE PERUGIA
Puede decirse, incluso, que es la reliquia josefina por excelencia,
la más enriquecida de gracias espirituales, con indulgencias; la más
rica también en leyendas y en bibliografía de todos los talantes, desde
la más crédula a la más crítica y rigurosa; la vigente aún y animadora
de acontecimientos culturales y festivos con motivo de la exposición
pública y ritual del anillo nupcial.
Sus orígenes son oscuros a más no poder, algo frecuente e incluso incitante en devociones populares.
Para ser más exactos, habría que decir que no se conocen los orígenes
del santo anillo, lo que sitúa a la reliquia en el ámbito de la
fantasía, de la imaginación, y del juego lejano de claros intereses
político y religiosos. La leyenda, posterior, explica la llegada
del santo anillo a Chiusi, su primera localización, en el siglo III
gracias a la mártir santa Mustiola, patrona de Chiusi y que había
recibido el santo obsequio de su marido, también mártir.
La otra versión, no más verosímil ni probable que la
anterior, habla de la presencia de la reliquia nupcial en Chiusi ya a
principios del siglo XI. Un joyero local, Rainerio o Ainero, la había
recibido en Roma de un judío, con el ruego de que la venerase como
merecía, condición que no cumplió Rainerio con aquella joya, que dejó
semiolvidada en la iglesia de Santa Mustiola.
Hasta que a eso de los diez años, el hijo (además único) de Rainerio
murió y fue conducido a la iglesia de Santa Mustiola. Allí, estando en
el túmulo, resucitó para reprochar públicamente al padre su pecado de
descuido, y, tras haber recibido la seguridad de reparación de la culpa,
murió otra vez plácidamente.
Y comenzaron los milagros, ya en
aquella misma ocasión con un repique de campanas sin que nadie las
tañera. Siguieron con castigos a alguien que no respetó al santo anillo y, según narran los cronistas de Chiusi conducidos por la fantasía, se multiplicaron sin cesar en lo sucesivo.
La fama de los milagros despertó las rivalidades. Y a mediados del
siglo XIV, con la excusa de que la iglesia de Santa Mustiola, extramuros
y regida por canónigos regulares, resultaba insegura para tal tesoro,
la reliquia se depositó en la catedral. Fue una decisión de la autoridad
civil, y los pleitos que se siguieron entre los canónigos de ambas
iglesias condujeron a que la autoridad eclesiástica, el obispo de
Chiusi, decidiera que el santo anillo fuera depositado en una iglesia
neutral: la urbana de los pobres franciscanos conventuales.
Allí estaba, cuando se hizo presente otro de los elementos habituales
en la historia y en el tráfico de las reliquias: el hurto sacro,
revestido casi siempre con ropajes de intervenciones sobrenaturales para
justificar la nueva propiedad. En el caso del santo anillo es posible
que actuaran también rivalidades entre los poderes civiles y los
eclesiásticos.
Lo cierto fue que uno de los frailes del convento de San
Francisco, se dijo que llamado fray Winter, de Maguncia, sustrajo la
reliquia. Lo que ya no es tan seguro es discernir si, tal y como
confesaría el fraile, la robó con el objetivo de llevarla a su tierra
alemana o, comprado por las autoridades perusinas que se lo pagaron con
generosidad, llana y sencillamente para entregar el tesoro tan rentable a
la ciudad de Perugia.
La justificación se fabricaría por parte de la ciudad con la
tradición de que cuando el fraile ladrón se encaminaba hacia Alemania,
justo allí, junto a Perugia, le sorprendió una niebla tan densa y tan
duradera, que le impidió progresar, y por ello, y por inspiración
divina, se vio obligado a entregar la preciosa prenda al gobierno urbano
de la ciudad. Por supuesto, el común de Perugia lo acogió gozosamente y
lo encerró en un arca fortísimo y con muchas llaves. Y se depositó en
la catedral de San Lorenzo.
Como era de esperar, las dos ciudades se enzarzaron en una
guerra que no se limitaba a la confrontación legal sino que llegaba
también a expresiones más violentas.
Sixto IV, a quien recurrieron desde Chiusi y desde su defensora
Siena, decidió contra Perugia; pero el sucesor, Inocencio VIII, que
necesitaba ganarse el favor de la ciudad, dirimió el conflicto a favor
de Perugia. Para celebrarlo, en 1487 predicó un encendido apóstol de san
José, el franciscano fray Bernardino de Feltre.
Fueron tan arrebatadas y
fundadas sus palabras, que animó a las autoridades a honrar la
milagrosa reliquia con la edificación de una capilla dedicada al santo
anillo prónubo, como en realidad se hizo, y a fundar lo que sería el
alma alentadora del culto y de la veneración: la Cofradía del Santo
Anillo. Capilla propia en la catedral, cofradía responsable, interés del
municipio, todo ello ha influido de manera decisiva en la devoción a
una reliquia simpática, no cabe duda.
No obstante, a pesar de estos factores, a los que hay que añadir el
del atractivo turístico de las fiestas en la actualidad, en tiempos
anteriores a los contemporáneos se necesitaba también, y sobre todo,
para la popularidad la oferta de ganancias espirituales y los milagros.
En cuanto a las indulgencias, de las que disfrutaban los cofrades, para
ganarlas estaban los tres días de exposición, cuando se sacaba el santo
anillo de su arca fuerte y se mostraba al público.
Y por lo que se refiere a los milagros,
las crónicas y los escritos apologéticos dan buena cuenta tanto de los
prodigios atribuidos a la mediación de la reliquia como a su fama de
proteger a las esposas embarazadas, a las familias en cualquier
necesidad. Favores que podrían obtener no sólo a los peregrinos a su
capilla sino también quienes disfrutasen de alguna copia (que solía ser
también de piedra) del santo anillo de Perugia.
La veracidad de la reliquia sería cuestionada, naturalmente, además
de por las exigencias religiosas de elite, por los críticos, desde que
en el siglo XVII la historiografía se hiciera más rigurosa y aventurase
los criterios de autenticidad característicos de los ilustrados del
siglo XVIII. La verdad es que los Bolandistas, tan rigurosos con las
leyendas carmelitanas y las historias proféticas, se muestran mucho más
suaves con el santo anillo.
Andreas Rivet, en su interesante “Apología mariana” (1639) expone con
tanta dureza, que hasta el comprensivo Benedicto XIV se vería obligado a
matizar sus clamores. Con este motivo, el cardenal Lambertini esgrime
un principio muy válido de hermenéutica historiográfica: “en estas cosas
no hay que reclamar más que la probabilidad ni de este anillo hay que
aseverar nada de manera firmísima sino, y solamente, creer piadosamente
lo que es tradición”.
La crítica sensata llegaría precisamente de este papa ilustrado. Al
tratar de las fiestas marianas, concretamente y en primer lugar de la de
los Desposorios de la Virgen con san José (23 de enero), termina
hablando de la reliquia del santo anillo. Alude a los que la atacan y
también a los excesivamente crédulos, como acabamos de ver, y manifiesta
su punto de vista: “Pero nosotros, con la debida veneración hacia esta
reliquia, advertimos con la mejor voluntad a quienes lean esas cosas que
no se crean que por las actas de Sixto IV y de Inocencio VIII la Sede
Apostólica ha juzgado como genuino este anillo santo. Porque ambos
pontífices trataban solamente de si el anillo sagrado debía adjudicarse
al pueblo de Chiusi o al de Perugia; y a pesar de que en aquel juicio se
presumía la verdad del anillo, ¿quién hay que ignore que una cosa es
presumir y otra el definir y declarar?”.
La devoción y la leyenda, la capacidad de penetración de los sermones
antaño, de artes como el teatro, o del turismo, han popularizado esta
reliquia, mimada por la ciudad que la posee.
Por si fuera poco, la
iconografía, concretamente la pintura, y la pintura de maestros de
primer orden, ha sido otro factor de propaganda del santo anillo. Nos
referimos al cuadro de los Desposorios, la tabla encargada por los
magistrados y oligarquías urbanas de Perugia nada más recibir el
refrendo pontificio de la reliquia en su posesión (1486). Después
de avatares diversos, fue el maestro Perugino quien lo pintó, y en la
capilla del santo anillo permanecería desde 1504 hasta que los franceses
en 1797 lo expoliaran y lo llevaran a Francia (hoy se encuentra el
cuadro en Caen). Tanto los Desposorios de Perugino como los coetáneos de
su discípulo Rafael de Urbino, sitúan en el centro de la escena nupcial
la entrega del anillo de José a María.
DIOS CON VOSOTROS
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