viernes, 30 de enero de 2015

"EL OJO DEL CORAZÓN"

UN TERCER OJO
Domingo Añó, Capuchino

Dicen que los seres humanos nos diferenciamos de los animales, además de otros rasgos que resultan evidentes, por la mirada. Siro López, en un artículo titulado “Nacidos para contemplar” hace este comentario: La mayor parte de los animales tienen los ojos a ambos lados de la cabeza, proporcionándoles una visión periférica que les facilita estar alerta ante el posible peligro y, al mismo tiempo, poder localizar y perseguir a sus presas. La visión de estos animales les posibilita sobrevivir porque su ángulo de visión es más amplio, abarcando su entorno. 

Los seres humanos tenemos los ojos frontalmente. Así podemos mirar más lejos. 

Ha habido una evolución a lo largo de los tiempos. Los ojos del hombre prehistórico se fijaban en imágenes muy distantes. Nuestros ojos están hechos para ver de lejos. Funcionan mejor cuando ampliamos nuestro campo de visión. 

Los tiempos modernos nos obligan a modificar nuestros hábitos. Nuestro actual estilo de vida ha cambiado, con respecto al hombre prehistórico. Nuestro campo de visión se ha reducido. Leemos más; tenemos otros aparatos, como la televisión, que nos hacen fijar la mirada. Al cabo de un rato de tener la mirada fija en un objeto cercano, nuestra vista se cansa. Y es que los músculos de nuestros ojos tienen que hacer más esfuerzo para enfocar un objeto cercano que uno lejano. Logramos relajarlos cuando miramos el horizonte. 

De ahí que Siro López concluya: aunque nos resistamos a ello, hemos nacido para contemplar y ser contemplados. 

Lo que ocurre es que hemos perdido visión. Así lo expresa el relato de  Natalia de la Parte y José Real: 

Un hombre acudió al médico oculista muy preocupado porque había momentos en que no veía nada por uno de sus ojos. El especialista, tras una exploración inicial, le dijo: 

- ¿Y cuándo nota usted que no puede ver? 

- Pues cuando quiero ver a Dios, -contestó el hombre-. Por mucho que lo intente y lo busque, no veo nada de nada. 

-Ya entiendo -exclamó el médico. Tras largo rato de pruebas, el diagnóstico era claro. Tenía cegado el ojo del corazón. Y así se lo comunicó. Después de un breve silencio, preguntó al hombre, algo afectado: 

-¿Tiene curación este mal, doctor, o quedaré ciego para siempre? 

-Claro que tiene curación, -dijo con voz tranquilizadora el médico-. Por los síntomas que presenta su caso, creo que llegará a ver con claridad. Pero todo dependerá de lo fiel que sea al tratamiento y las ganas que tenga para ver. 

El hombre, intrigado, le volvió a preguntar:

 -¿Y qué síntomas son esos? 

El médico contestó: 

-Pues el hecho de que usted quiera ver a Dios demuestra que su corazón no está del todo cegado. Esa necesidad es un síntoma esperanzador. No querría buscarlo si no lo hubiera encontrado ya de alguna manera en su corazón. 

-¿Y cuál será su tratamiento? -dijo el hombre. A lo que respondió el médico: 

-Tendrá que seguir una estricta dieta. Su corazón deberá despegarse de todo aquello que oculta el rostro de Dios en su interior y alimentarse, únicamente, de las cosas esenciales de la vida. 

Hugo de San Víctor, un teólogo medieval, afirmaba: Dios ha creado al hombre con tres ojos: uno corporal, otro racional, y un tercero, el ojo de la contemplación. Al salir del paraíso, el ojo corporal quedó debilitado; el racional perturbado y el de la contemplación, ciego. 

Pidámosle a Dios que active la agudeza de nuestra mirada para descubrir su presencia en medio de nosotros.


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